Cada año, son muchos los jóvenes (y no tan jóvenes) que encuentran en el voluntariado una opción para invertir su tiempo libre, ayudando así a las personas con menos recursos. Dentro de las atenciones que demandan los países más necesitados, la asistencia sanitaria es una de las que requieren de mayor cobertura, y es por ello que el voluntariado sanitario es uno de los más útiles y gratificantes que se pueden realizar.
Candela es una joven sevillana que se graduó en Medicina el año pasado y que en apenas unos meses comenzará su especialización en Suecia. En enero, nos cuenta, estaba de fiesta con unas amigas que acababan de terminar el examen de acceso al MIR y una de ellas le comentó que en febrero se iba de voluntariado a Ecuador con la Fundación Omar Mosquera: “Me decidí, organicé todo súper rápidoy solo un mes después ya estaba volando a Quito. Claro que la mayoría de las chicas lo tenían planificado desde octubre, entonces a mí los vuelos me salieron mucho más caros”.
Al igual que Candela, la mayoría de las jóvenes médicas -en femenino porque apenas hubo un chico en su voluntariado- que se van lo hacen a principio de año, justo después de acabar el MIR: “Es la mejor época, porque tienes unos meses con mucho tiempo libre”.
"La mayor parte de la gente lo realiza en febrero y marzo"
“La gran campaña es en los meses de febrero y marzo, hemos llegado a tener 70 voluntarios”, confirma Zahida Jiménez, vicepresidenta de la ONG AISE (Asociación Internacional de Sanitarios en España), quien señala que tienen muchos casos de gente que conoce el tema del voluntariado a través de las academias de preparación para el examen MIR, como Grupo CTO. “Muchas chicas conocieron la Fundación Omar Mosquera gracias a su academias, también hay quien se entera por Twitter”, explica Candela.
“Vienen a la charla informativa, pero luego ya hacen el examen y escogen sus plazas de residente y no suelen hacer el voluntariado ese año. Pero después, en tercero o cuarto de residencia, tienen un mes de rotación externa y muchos lo hacen en forma de voluntariado. También hay gente que vuelve con nosotros al acabar su especialización”, amplía Jiménez.
“Antes del COVID hacíamos 'voluntariado continuo' durante todo el año para cubrir las necesidades que demandaban en cada momento, pero ahora lo que hacemos son campañas en los meses en los que salen grupos, también este año en septiembre, octubre y noviembre, y les mandamos con algún socio local que tenemos allí en diferentes lugares desde hace muchos años: Asociaciones, ayuntamientos, parroquias, incluso escuelas militares… Ahora en julio, por ejemplo, enviamos a cuatro voluntarios, entre ellos dos médicos residentes de tercero de medicina de familia que están haciendo sus guardias externas con nosotros. Nosotros ponemos los recursos humanos y donaciones de medicinas para llevar allí, y ellos garantizan la recogida en el aeropuerto, el alojamiento y la comida, además de en el día a día llevarlos a las comunidades en las que van a trabajar”, explica la vicepresidenta de AISE, matizando que en agosto no realizan el voluntariado “porque los vuelos son carísimos”.
Muchos residentes hacen sus guardias externas en un voluntariado
“Desde aquí también gestionamos todo lo que tiene que ver con el seguro médico y con la formación previa, que es obligatoria. Además, este verano viene una fundación y ofrece una masterclass de dermatología tropical y lepra”, continúa Zahida. Como último paso antes de confirmar el viaje, el voluntario debe someterse a un cuestionario, a un test psicológico y a una entrevista realizada por alguien que, como él, en su día hizo un voluntariado sanitario: “Si la entrevista es óptima, ya pasan a hablar conmigo o con el vicepresidente, sobre todo para explicarles el hándicap que van a tener allí, porque muchas veces se hacen unas expectativas muy altas y cuando llegan pueden tener problemas de adaptación”.
Para Candela, sin embargo, esto no supuso ningún problema. Aunque en los días previos a la partida, claro está, los nervios estaban a flor de piel. “Te pones a pensarlo y es irte a la otra punta del mundo, nunca había estado tanto tiempo y tan lejos sin mi familia. El día anterior a salir desde Madrid no dormí nada”, relata. “El viaje se hizo algo pesado, pero mereció la pena”, añade.
Una vez allí, les llevaron a la zona de Riobamba y les encomendaron encargarse de la asistencia sanitaria básica de la población de la zona. Tanto Candela como sus compañeros eran todos médicos. “Cada día íbamos a una aldea, a veces estábamos dos o tres días en la misma, y luego nos dividíamos para trabajar”, detalla la sevillana.
"Cada día íbamos a una aldea y nos dividíamos para trabajar"
“Había veces que me encargaba de tomarles las constantes y la temperatura para después pasarles con las compañeras en consulta, y otros días era yo la que pasaba consulta y les daba las pautas que creía oportunas. Muchas veces era gente que trabajaba en el campo y que estaban doloridos de las articulaciones. También recuerdo alguna vez en la que directamente hicimos de psicólogas, porque venían a contarte sus problemas”, explica.
“Suelen trabajar cinco o seis días por semana, de ocho a cuatro, aunque eso ya no depende de nosotros”, añaden desde AISE. “Hacen charlas de promoción de la salud, sobre todo de alimentación, para prevenir enfermedades como la diabetes o la hipertensión. También de enfermedades de transmisión sexual, y con los niños hacen dinámicas de higiene de manos para prevenir la parasitosis. Luego pasan consulta”, indican.
En cuanto a la residencia, cuenta Candela, ella vivía junto a otras nueve chicas en la casa de una mujer local: “Fuimos como sus hijas durante el mes y medio que estuvimos allí, estábamos de lujo, aunque sí que es verdad que al final ya tenía ganas de volver. Pero también es lo bueno que tiene el voluntariado, que tú eliges los días que quieres ir, puedes no estar ligada tanto tiempo”.
"En el voluntariado estás en contacto con más profesionales y tienes distintos puntos de vista"
De hecho, recuerda Candela, hay gente que lo combina con sus vacaciones. “Había una pareja que estuvo dos semanas de voluntariado y luego se fueron a viajar por su cuenta. Nosotras estuvimos tres o cuatro semanas y después nos fuimos a conocer Quito”, señala.
Es, en definitiva, una experiencia que la joven define como "increíble" y que le gustaría "volver a repetir", aunque ahora lo tiene más difícil: “Al principio estaba indecisa porque me iba a perder muchas clases de sueco, pero ahora pienso que si no hubiese ido me hubiese arrepentido muchísimo. Es una experiencia muy bonita y me alegro de haber tomado la decisión. Además, he conocido a mucha gente y he visto de primera mano el modo de vida de los indígenas y las condiciones que tienen, te abre los ojos”.
“En el voluntariado estás en contacto con más profesionales, que ya son especialistas de familia o de lo que sea y que se juntan con los estudiantes. Tienes muchas miradas y puntos de vista, y eso es muy bonito”, sentencia Zahida Jiménez, antes de concluir que, en los grupos de voluntarios, siempre reservan alguna que otra plaza para personas que no son sanitarias pero cuya formación profesional, en campos como el de la economía, también puede ayudar en distintas labores.