Lograr cero emisiones netas en el ámbito de la atención sanitaria solo será posible con el compromiso radical e inmediato de la comunidad clínica. Así lo asegura un reciente artículo publicado en la revista The BMJ, una pieza que hace una llamada a la acción de los especialistas médicos.
Si tomamos como referencia la pandemia de la COVID-19, hito en el que los profesionales sanitarios han aunado esfuerzos sin precedentes globales, resulta factible que los sistemas sanitarios sean capaces de reducir sus emisiones para el año 2030. La pregunta que se plantea, entonces, es: ¿cómo se puede materializar?
La reducción de emisiones de los servicios sanitarios engloba todas aquellas actividades que consumen materiales y energía. La mayoría de las iniciativas ligadas a la sostenibilidad en el área sanitaria pasan por operaciones a gran escala, como la mejora del rendimiento energético de los hospitales o el suministro de electricidad renovable.
Si bien los HFC no merman la capa de ozono, lo cierto es que producen gases invernadero, con un efecto sobre el cambio climático hasta 2.900 veces más potente que el CO2
Sin embargo, los especialistas médicos también tienen mucho que aportar en este proceso. Un camino que, eso sí, requiere de un compromiso férreo y la reorganización de sus procesos, algo que puede verse afectado por la falta de compresión de las estructuras directivas.
Es preciso apuntar que la mayoría de las emisiones en el sector de la salud están integradas en la cadena de suministro, donde se incluyen los productos farmacéuticos y los dispositivos médicos. Un ejemplo claro donde los facultativos desempeñan una función crucial reside en la prescripción de inhaladores.
Los expertos en Neumología llevan décadas apostando por el uso de hidrofluorocarbonos (HFC). Si bien los HFC no merman la capa de ozono, lo cierto es que producen gases invernadero, con un efecto sobre el cambio climático hasta 2.900 veces más potente que el CO2.
En este contexto, otros dispositivos como los inhaladores de polvo seco (DPI, por sus siglas en inglés Dry Powder Inhaler) y niebla fina (SMI, de sus siglas Soft Mist Inhaler), tienen una huella de carbono 18 veces menor, han demostrado que son iguales de efectivos y tienen el mismo precio que los inhaladores de dosis medida presurizados (pMDI, por sus siglas en inglés pressurized Metered Dose Inhaler).
Atendiendo a datos concretos, en España se consumieron 30.773.246 inhaladores en el año 2020. De todos ellos, un total de 14.924.119 son en formato de aerosol presurizado, 13.754.254 en polvo seco y 2.094.873 de niebla fina. La preocupación de los expertos reside en el primer grupo, los HFC.
Y es que, en un ejemplo gráfico, estos productos tienen un impacto semejante a 13.000 vuelos Madrid-Londres. De igual modo, un inhalador del tipo MDI tiene un impacto equivalente a un coche medio europeo recorriendo 290 kilómetros.
A igualdad de condiciones y priorizando el mejor tratamiento para el paciente, los especialistas recomiendan los inhaladores de polvo seco como la alternativa óptima para proteger el medioambiente
A igualdad de condiciones y priorizando el mejor tratamiento para el paciente, los especialistas recomiendan los inhaladores de polvo seco como la alternativa óptima para proteger el medioambiente. De hecho, existen estudios que dicen que, si se cambiara cada semana un inhalador pMDI por un DPI, en 10 años el ahorro de toneladas de CO2 sería de casi cuatro millones.
En este sentido, los expertos precisan que el 90% de los pacientes pueden manejarse con los inhaladores de polvo seco. El problema, añaden, reside en la falta de conocimientos sobre esta materia entre profesionales sanitarios y pacientes. Por todo ello, apuestan por la formación y la información para revertir la coyuntura.
En España las sociedades científicas como Neumomadrid o SEPAR comienzan a pronunciarse en este sentido, como ya han hecho en el pasado la British Thoracic Society, la guía NICE o el National Health Service inglés.