Hoy, 14 de noviembre, es el Día Mundial de la Diabetes, una enfermedad cuyo tipo 1 afecta a más de un millón de menores de 20 años en todo el mundo. Al contrario que la de tipo 2, la diabetes tipo 1 no se puede prevenir y suele aparecer a edades muy tempranas, por lo que su correcto abordaje en los colegios e institutos, donde los estudiantes pasan la mayor parte del día, es fundamental.
Cuando llamamos a María Mínguez Barbero, enfermera escolar en un colegio privado de Madrid, nos comenta que precisamente acaba de llegar a su consulta un alumno de doce años con hiperglucemia al que tiene que “cambiar catéter y hacer glucemia”, lo que obliga a retrasar unos minutos la entrevista. “Lleva toda la noche con los niveles de insulina muy altos, y no ha podido ni tan siquiera desayunar. Los padres me avisaron y al final ha tenido que venir a verme porque el pobrecito está con unas náuseas brutales. Seguramente, si no lo mando a casa, se tirará conmigo gran parte de la mañana, porque es una situación muy difícil de controlar”, explica la enfermera a ConSalud.es.
"También estoy en contacto con la enfermera que trata al alumno en el hospital”
La labor de estos profesionales de los centros educativos se antoja así indispensable, ya que “un paciente diabético lo es 24 horas, no sirve tomar una pastillita para controlar la hiperglucemia y está”. De hecho, de no estar María, uno de los padres se hubiese tenido quedar con el niño en casa, fomentando el absentismo laboral. “Ahora estaré en comunicación con ellos, y gestionaremos la situación en función de lo que digan desde el hospital, porque también estoy en contacto con la enfermera que trata al alumno en el hospital”, comenta.
Y es que, como observa la enfermera escolar, se ha notado un aumento en la cantidad de población infantil que padece diabetes tipo 1, cuyo origen sigue sin estar claro (la 2, que viene derivada de los malos hábitos de salud, es la más prevalente a nivel mundial). “Para todos los niños en un rango de diez, quince años, los avances en diabetes son la pera limonera. Ahora tienen bombas de insulina que se la insuflan en el cuerpo sin que ellos tengan que hacer nada, solo marcar los niveles que quieren cuando van a comer”, indica María, quien reconoce que, al no existir la especialidad de enfermería escolar, su formación es muy autodidacta: “Nos formamos como podemos, con los cursos que se nos dan en los colegios privados, aunque en los públicos me consta que no es así”.
“Lo bueno de la enfermería escolar es que somos como un enlace entre sanidad y educación, así que puedes coordinarte con expertos que den formación al staff del colegio y también a los niños”, afirma. Y es que la educación entre los más pequeños resulta, de igual manera, clave para que aprendan a manejar, en la medida de lo posible, su enfermedad.
"A muchos niños con diabetes se les invita a hablar de su propia enfermedad, porque les sirve como validación y reconocimiento"
Hay veces que incluso la pueden dar estas propias profesionales sanitarias, “aunque depende de la confianza que tenga el equipo educativo con la enfermera escolar”. Lo más importante, sin embargo, es la educación nutricional y las medidas de prevención que se enseñan en determinadas asignaturas, sobre todo para evitar la diabetes tipo 2: “Se les habla de las enfermedades metabólicas, incluida la diabetes, y a los que la padecen también se les invita a hablar de su propia enfermedad, porque les sirve como validación y reconocimiento. A muchos niños que tienen la tipo 1 les sienta fatal que les digan que es porque comen mucho azúcar, cuando no es verdad”.
“Es importantísimo dar visibilidad a la enfermedad para que la gente lo entienda y se le quite el miedo, y para que podamos llegar a un punto como el de los celiacos o el de las intolerancias a la lactosa, que ahora mismo todo el mundo habla de eso sin ningún problema”, reivindica la enfermera escolar.
TODAVÍA QUEDA MUCHO CAMINO POR RECORRER
En concreto, el niño al que ha tenido que atender María tiene diabetes desde los ocho años, y lleva consigo el mencionado sistema de monitorización que controla sus niveles de azúcar en sangre en todo momento y una bomba de insulina que se la administra automáticamente. Pero, como toda tecnología, a veces falla, y es tarea de las enfermeras escolares controlar esos posibles fallos técnicos: “Tenemos que ver si es un problema del catéter, que no está metiendo la insulina bien, porque a veces a los niños les salen unos bultitos de grasa que llamamos chichones en el lugar en el que tienen puesto el catéter y que hacen que no se absorba bien la insulina”.
Así, una vez cambiado todo ello y verificado que vuelve a funcionar bien, María se encarga de controlar los niveles de azúcar mediante “glucemias capilares”, es decir, pinchazos en el dedo. “Llega un momento en el que el monitor de glucemia que llevan ya no mide más, y solo indica que los niveles están altos, así que esa es la única manera precisa de medirlo”, explica la enfermera, quien añade que también buscan “cuerpos cetónicos” en su sangre para descartar que se trate de una hiperglucemia sostenida más grave.
“Hay colegios en los que directamente no hay enfermera escolar, y uno de los padres tiene que dejar de trabajar ese día"
Otra de las situaciones en las que más frecuentemente tienen que intervenir las profesionales como María es después de hacer deporte, cuando sufren, en esos casos, hipoglucemia (cantidad muy baja de azúcar en sangre): “Empiezan con unos niveles normales, y después de haber corrido les entra el bajón. Ahí tenemos que volver a ver cuál es su glucemia y darle las pastillas que tenga indicadas en su tratamiento para compensar la hipoglucemia”. “En el caso de los niños pequeños, que todavía no pueden manejarse la diabetes, la máquina pita, y tiene que ir la enfermera a ver qué insulina se le pone y a consultar la pauta con los padres”, añade.
Sin embargo, a pesar de este importante papel que juegan, la figura de la enfermera escolar todavía queda lejos de estar debidamente instaurada, y muchas de ellas se turnan entre varios centros: “Pasan dos horas en un colegio X, luego dos en otro… es absurdo, porque, como te decía, un paciente diabético lo es las 24 horas del día”. “Hay otros en los que directamente no hay enfermera en todo el día, y, a menos que haya un alma cándida entre los profesores, uno de los padres tiene que dejar de trabajar”, insiste María. “Al final, nuestra labor en esto es intentar que el alumno pueda hacer vida normal con su patología, y que esta no les suponga un hándicap”, sentencia.