El estigma de la vulnerabilidad de los psicólogos: “El suicidio de un paciente deja cicatrices”

ConSalud.es entrevista a Teresa Bobes-Bascarán, facultativo especialista Psicología Clínica, sobre uno de los momentos más devastadores para cualquier profesional de la salud mental: el suicidio de un paciente

Teresa Bobes Bascarán, facultativa Psicologia Clinica
29 noviembre 2024 | 16:00 h

El suicidio de un paciente es uno de los golpes más duros que puede recibir un psicólogo. Según los datos, entre un 20% y un 50% de los psicólogos atraviesan esta experiencia a lo largo de su carrera, dependiendo del área de especialización. Pero lo que pocos dicen es que, detrás de las estadísticas, se esconden historias de duelo silencioso y profesionales que continúan trabajando mientras cargan con una herida invisible.

“El impacto emocional inmediato es devastador: una mezcla de shock, tristeza profunda y, a menudo, una sensación de responsabilidad que puede ser abrumadora”, así lo afirma en una entrevista concedida a ConSalud.es, Teresa Bobes-Bascarán, facultativo especialista Psicología Clínica y Prof. Asociada de la Universidad de Oviedo. Y añade que en esos momentos, muchos profesionales se enfrentan a una pregunta que los consume: “¿pude haber hecho algo más?”.

Para los profesionales que han pasado por esta situación, “el apoyo más efectivo combina dos elementos clave: espacio para expresar la vulnerabilidad y orientación profesional que permita procesar lo ocurrido”. Apunta la experta que “supervisión clínica, acceso a terapia personal y grupos de apoyo entre colegas son fundamentales para afrontar el dolor y reconstruir la confianza en uno mismo”.

“El sentimiento de culpa puede ser devastador y no se elimina fácilmente”

Pero más allá de estas herramientas, es vital que el entorno laboral y social valide el sufrimiento del psicólogo, que, a menudo, reconoce Bobes-Bascarán, “se encuentra entre el duelo y el deber, atrapado en un silencio autoimpuesto por temor al juicio. Saber que no estás solo, que esto le ocurre incluso a los más experimentados, puede marcar la diferencia”, indica. 

“El suicidio de un paciente deja cicatrices”, asevera. En algunos casos, puede generar inseguridad, un miedo casi paralizante a cometer errores, y llevar al psicólogo a ser excesivamente cauteloso o controlador en las sesiones. “Sin embargo, para muchos, este evento también puede convertirse en un punto de inflexión. Con el apoyo adecuado, no solo se puede sanar, sino también aprender”, apunta Bobes-Bascarán. El desafío está en transformar el dolor en un motor de cambio y aprendizaje, algo que no siempre es fácil ni inmediato. Explica la psicóloga que una anécdota histórica que ilustra este punto es la de Viktor Frankl, quien, tras perder a muchos seres queridos durante el Holocausto, encontró un propósito renovado en ayudar a otros a encontrar sentido incluso en medio del sufrimiento más extremo.

Bobes-Bascarán indica que el sentimiento de culpa puede ser devastador, y no se elimina fácilmente. Una estrategia clave es reformularlo: reconocer que el suicidio es un fenómeno complejo, que no siempre está en nuestras manos evitarlo, por mucho que lo intentemos. “Supervisión, terapia personal y formación específica son herramientas esenciales para aprender a convivir con esa culpa sin que nos paralice. Como profesionales, también necesitamos practicar la autocompasión, recordando que somos humanos, no infalibles”, destaca. “Muchos psicólogos encuentran consuelo al analizar el caso en detalle, una autopsia psicológica, no para buscar culpables, sino para identificar aprendizajes que les permitan seguir adelante”, añade.

“Es fundamental hablar de la importancia de romper el estigma en torno a las vulnerabilidades de los psicólogos”

La experta explica que el duelo tras el suicidio de un paciente debe tratarse como cualquier otro proceso de duelo: con tiempo, validación y acompañamiento. En muchos casos, el psicólogo puede experimentar lo que llamamos “trauma vicario” o estrés postraumático secundario, especialmente si había una conexión emocional intensa con el paciente. Técnicas como la terapia de exposición, la psicoeducación y la narrativa pueden ser útiles para procesar estos sentimientos. Aquí recuerdo la historia del psiquiatra Émile Durkheim, quien, tras investigar el suicidio en profundidad, concluyó que el suicidio no es solo una tragedia individual, sino también un reflejo del sufrimiento social. Reconocer este contexto puede ayudar a aliviar parte del peso personal.

Bobes-Bascarán sostiene que el sistema de salud necesita transformar su enfoque hacia el bienestar de los profesionales. Esto incluye implementar programas de formación continua en prevención del suicidio, acceso a supervisión profesional y redes de apoyo específicas para abordar el impacto emocional de estas experiencias. Además, deben establecerse protocolos claros para actuar tras el suicidio de un paciente, incluyendo la posibilidad de que el profesional acceda rápidamente a servicios de salud mental. Como metáfora, diría que es necesario construir “redes de seguridad” para los psicólogos, similares a las que protegen a los trapecistas en el circo: no eliminan el riesgo, pero ofrecen un sostén vital en caso de caída.

“Es fundamental hablar de la importancia de romper el estigma en torno a las vulnerabilidades de los psicólogos”, subraya Bobes-Bascarán. “Nos enfrentamos diariamente al sufrimiento humano y, aunque estamos entrenados para manejarlo, no somos inmunes a él. Prevenir el desgaste profesional y garantizar que podamos ofrecer lo mejor a nuestros pacientes implica también cuidar de quienes cuidan. Hablemos más de esto, sin vergüenza, porque el bienestar de los profesionales es inseparable de la calidad de la atención que brindamos”, concluye.

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