Las mujeres tienen que trabajar dos meses más que los hombres para ganar el mismo salario. Esta es la principal conclusión que se extraer de la última actualización del Boletín Igualdad en la Empresa sobre “Desigualdad Retributiva”, elaborado por el Instituto de las Mujeres con datos relativos a 2020.
De acuerdo con este la brecha retributiva (indicador que mide la diferencia retributiva entre mujeres y hombres) en cómputo anual se sitúa en un 18,72%. A pesar de que este dato deja patente que el camino que todavía queda por recorrer es largo, las estadísticas muestran una lenta pero positiva tendencia a la baja con una reducción de 5,21 puntos en los últimos ocho años.
Los hombres ganan más que las mujeres en la práctica totalidad de las secciones de actividad, aunque la que reporta una mayor brecha retributiva es la de actividades administrativas y servicios auxiliares con un 31,07%. El segundo puesto lo ocupan las actividades sanitarias y de servicios sociales con una brecha del 28,39%, a pesar de que el grueso de los profesionales que lo componen está compuesto por mujeres (76,44%).
La brecha retributiva por grupos de ocupación vemos que los trabajadores de los servicios de salud y cuidado de personas copan la tercera posición con un 24,9%
Si atendemos a la brecha retributiva por grupos de ocupación vemos que los trabajadores de los servicios de salud y cuidado de personas copan la tercera posición con un 24,9%, tan solo superados por los trabajadores no cualificados en servicios (excepto transportes) con un 28,05% y los trabajadores cualificados de las industrias manufacturera, excepto operadores de instalaciones y máquinas con un 25,76%.
La desigualdad estructural que se observa encuentra su origen en múltiples factores complejos e interrelacionados. La discriminación directa e indirecta, la infravaloración del trabajo de las mujeres, la segregación ocupacional en el mercado laboral fuertemente marcada por estereotipos y roles de género muy arraigados social y tradicionalmente, la escasa presencia de mujeres en los puestos de mayor responsabilidad, la desigual asignación de los complementos retributivos, la mayor parcialidad y reducciones de jornada en los trabajos desarrollados por mujeres, debido a que han asumido (y continúan asumiendo) casi en exclusiva los trabajos domésticos y de cuidados, esenciales para la sociedad pero que siempre han estado invisibilizados y precarizados.
Los dos meses más que las mujeres tuvieron que trabajar en 2020 para alcanzar la misma retribución que los hombres se debe, principalmente, a esos factores estructurales que están profundamente arraigados como resultado de la persistente división sexual del trabajo que continúa responsabilizando a las mujeres de los cuidados fomentando las creencias estereotipadas sobre las presuntas aptitudes y preferencias de las mujeres y hombres y que determinan a qué sectores, ocupaciones y posiciones laborales acceden, y que coloca a las mujeres en una posición de discriminación y desventaja estructural en el acceso y disfrute de la autonomía económica.