Más de 6.000 personas recibieron un trasplante en 2024, de los cuales 3.717 fueron trasplantes de progenitores hematopoyéticos (TPH), más comúnmente conocido como trasplante de médula ósea. Una acción que no hubiese sido posible sin las personas que deciden apostar por salvar vidas, como la de Yaiza Cumelles, una joven que, tras hacer frente a un linfoma muy agresivo hace 12 años, recibió médula de su propio hermano.
Aunque tuvo un buen desenlace, Yaiza recibió de primeras la peor de las noticias. “Me dijeron que me tocaría hacer paliativos porque ya no había tratamientos disponibles para mi cáncer”, cuenta en una entrevista para ConSalud.es. “Las primeras líneas de tratamiento e incluso un autotrasplante de médula no fueron suficientes. No funcionaron”, comenta. “Yo ya había probado todos los tratamientos y no me podían hacer un trasplante de médula”.
"Me dijeron que aunque tuviera la suerte de tener poca enfermedad activa, tampoco podían hacerme el trasplante"
“Normalmente en linfomas se plantea el trasplante de médula cuando no ha funcionado ninguna línea de tratamiento, que fue mi caso, pero yo no tenía ningún donante compatible”, relata Cumelles. “Así que aunque tuviera la suerte de tener poca enfermedad activa, tampoco podían hacerme el trasplante. Ya se planteaba un final de vida”, continúa. “No me lo podía creer. Yo ya me imaginaba mi lápida”.
Pero tras esta noticia, con tan solo 23 años, Yaiza tuvo la suerte de encontrar un ensayo clínico con un tratamiento experimental procedente de Estados Unidos que le abrió las puertas a la remisión. “Acepté sin pensarlo, me puse en manos de la ciencia y a los pocos meses ya estaba en remisión parcial y pudieron hacerme el trasplante”, indica. “En el registro no había nadie compatible que pudiese donarme, por lo que me sometí a un trasplante de médula ósea haploidéntico”.
El trasplante haploidéntico es aquel que resulta un 50% compatible y que se recibe de padres o hermanos cuando el paciente no tiene opción a otro donante. “En 2016 me hicieron este trasplante de mi hermano y comencé un tratamiento con inmunopresores que duró 2 años”, explica la joven. “Que mi hermano fuese mi donante fue un momento precioso y saber que ahora mismo sí tenemos exactamente la misma sangre es más bonito aún”, sostiene.
LA REALIDAD DESPUÉS DEL TRASPLANTE
La remisión de la enfermedad y el posterior trasplante haploidéntico salvo la vida de Yaiza, quien asegura que su único objetivo era vivir. “Fue como donar mi cuerpo a la ciencia, pero yo quería morir matando. Quería vivir”, asegura. Sin embargo, trajo consigo la realidad que viven un 50% de los trasplantados de médula ósea: la enfermedad de injerto contra receptor.
"No puedo pasar mucho tiempo frente a una pantalla, soy muy sensible a la luz y me dificulta a la hora de trabajar, pasar tiempo fuera de casa o viajar"
En su caso, cuenta Cumelles, la enfermedad afecta principalmente a los ojos. “No puedo pasar mucho tiempo frente a una pantalla, soy muy sensible a la luz y me dificulta a la hora de trabajar, pasar tiempo fuera de casa o viajar”, expresa. “También tengo dolor articular, me cuesta respirar y tengo las mucosas muy afectadas”.
Además, esta enfermedad trae consigo un problema de estigma que Yaiza asegura haber vivido en el propio entorno laboral. “Por el hecho de contar que no tienes cáncer hay empresas que deciden no contratar”, destaca Cumelles, sumado a las exigencias “que tú misma te pones para demostrar que eres igual de válida por sufrir una enfermedad como la de injerto contra receptor”, continúa.
Esta es la realidad que acompaña a Yaiza seis años después de entrar en remisión. “No se puede decir que esté curada, pero sí en remisión”, puntualiza. “Nadie esperaba que entrara en remisión con este tratamiento, ni mucho menos que se pudiera hacer un trasplante. Pero yo decidí ir a por todas para sentir que mi sufrimiento serviría para algo”, concluye.