Terapia ocupacional, cocinar… y un tratamiento “para quererse curar”, las claves contra los TCA

Centros como la Unidad de Tratamiento Intensivo de Trastornos de Conducta Alimentaria del Santa Cristina ayudan a los pacientes en su curación

La pandemia ha aumentado la vulnerabilidad a sufrir un TCA en las personas de riesgo. (Foto: Freepik)
30 noviembre 2021 | 13:00 h
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Uno no despierta un día y tiene anorexia, vigorexia, bulimia u otro trastorno de conducta alimentaria. Y menos soluciona este problema en días o en meses. Depende de los casos, pero las curaciones son lentas, de más de uno o dos años, incluso más de cinco, o de diez. La media de los tratamientos son siete años, aunque va variando la intensidad de la enfermedad y de las terapias. Son tratamientos lentos porque es una enfermedad compleja y precisa de intención de curarse y de herramientas para hacerlo. Conseguir la curación “dura mucho tiempo, requiere hospitalización, ingresos y recursos”, señala Sara Bujalance psicóloga especializada en TCA y directora de la asociación contra l’Anorèxia i la Bulimia

Ingresar en el hospital, ir a unidades de tratamiento de TCA, centros especializados o acudir a consulta psicológica “no cura” por sí mismo, lo que cura “son las decisiones que tomamos” y que se aprenden en estos lugares de la mano de expertos. Así lo manifiesta la Dra. Belén Unzeta Conde, psiquiatra y coordinadora de la UTCA del Hospital Universitario Santa Cristina de Madrid. “No nos interesa una recuperación rápida, sino lenta, con la intención de querer curarse y tomar decisiones en base a ello”.

De esta forma este trastorno psicológico, que va más allá de los problemas con la propia imagen o con la comida, es tratado con equipos multidisciplinares. Por ejemplo, la UTCA del Santa Cristina cuenta con nutricionistas, enfermeros, psicólogos y psiquiatras que durante horas trabajan con los pacientes para ayudarles a tratarse. Un trabajo “laborioso que no consiste solo en lo alimentario, sino también en la persona”.

 Realizan con ellos terapias ocupacionales o de nutrición para que aprendan desde cocinar hasta comprar alimentos, manejar el dinero y organizar su tiempo de ocio y académico

Actualmente es el centro más intensivo de la Comunidad de Madrid. En el turno de mañana, de lunes a viernes de 8:30 a 15:15, se tratan la anorexia nerviosa restrictiva, la anorexia nerviosa purgativa, la bulimia nerviosa y el trastorno de conducta alimentara no especificado. Por la tarde, se trabaja con los pacientes con bulimia nerviosa, trastorno por atracón y obesidad.

La mayoría son mujeres jóvenes, “hay casos de inicio tardío pero es normal que comience antes de los 30 años”, explica Bujalance. La predisposición genética, la personalidad, la experiencia relacionada con el cuerpo, la presión social o las redes sociales pueden ser detonantes de estos trastornos. Y aunque actualmente afecta a las mujeres en una proporción de 10 a 1, en realidad puede afectar a cualquier persona. “Los potenciales pacientes que podrían estar en la unidad como aquellos con vigorexia, están socialmente aceptados y no consideran que necesiten ayuda”, recuerda la coordinadora de la UTCA de Santa Cristina.

En cada turno hacen las comidas que corresponden, los primeros desayuno y comida, los segundos merienda y cena. También realizan con ellos terapias ocupacionales o de nutrición para que aprendan desde cocinar hasta comprar alimentos, manejar el dinero y organizar su tiempo de ocio y académico. En otros casos, aquellos que tienen problemas con su imagen corporal, que no son todos, reciben talleres para aprender a aceptar su propio cuerpo. “Contamos también con fisioterapeutas que trabajan posturas y suelo pélvico para ayudarles a tomar conciencia de su cuerpo”.

“Hay más ingresos hospitalarios, algunos de mayor duración” y más casos, señala Bujalance

También se realiza una atención familiar, “los familiares tienen mucha dificultad, el TCA de hijos y parejas suele distorsionar mucho las relaciones, por lo que estos familiares son también nuestros pacientes”, señala la Dra. Unzeta Conde. De esta manera se implica a los abuelos, hermanos, padres, parejas o hijos en la terapia, y al paciente de forma progresiva. Todo con seguimiento médico y psicológico que atiende, no solo los problemas de alimentación, sino también los problemas personales para encontrar la raíz del trastorno y trabajar en ella.

AUMENTO DE LA LISTA DE ESPERA

Esta atención integral se vio frenada con la llegada de la pandemia, el confinamiento y el temor al contagio. Se realizó de forma virtual, “era mejor que nada, pero no eran las mejores atenciones que podíamos dar”. Durante esta etapa, la convivencia en familia, la imposibilidad de poder quedar con los amigos y el contacto intensivo con las redes sociales han empeorado los casos. “No es tanto el aumento de casos, sino que la gravedad de ellos es mayor, y con todo el sistema se ha tensionado y los recursos colapsados”, cuenta Sara Bujalance.

“Desde 2006 que empezamos hemos trabajado con 25 plazas en cada turno, pero con la Covid y la mascarilla hemos tenido que reducir los turnos a 12 plazas cada turno, lo que supuesto grupos de lista de espera”, indica la Dra. Belén Unzeta. Los miembros de esta lista de espera siguen vinculados a los centros de salud mental y trabajando con la unidad con algún taller a la semana, pero no es toda la atención que precisan.

La situación sigue agravándose. “Hay más ingresos hospitalarios, algunos de mayor duración” y más casos, señala Bujalance. Según una encuesta de la Asociación contra la anorexia y la bulimia, un 32% de los encuestados cree que un compañero o compañera puede estar sufriendo un problema de alimentación. 

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