Las intoxicaciones alimentarias son habituales en verano, ya que solemos realizar más comidas fuera de casa. Además, las altas temperaturas ayudan a la generación de microorganismos que alteran el estado natural de los productos que ingerimos.
Uno de los alimentos más sensibles a estos cambios es el huevo, fuente principal de la intoxicación por salmonelosis. Está intoxicación es más frecuente en verano y está causada por las bacterias Salmonella portadas por las aves y sus derivados, como el huevo. La incidencia de esta patología aumenta con el calor y afecta al aparato digestivo, principalmente al intestino.
El contagio por salmonelosis se produce de manera sencilla mediante la ingesta de agua o alimentos animales contaminados, como el huevo, la carne de vacuno y pollo, etc. Los animales como la vaca o las gallinas se infectan a través de las heces durante el proceso de matanza, y en el caso del pescado si estos viven en aguas contaminadas. Pero, las verduras también pueden ser origen de infecciones si han sido tratadas o lavadas con aguas en mal estado.
Uno de los alimentos más sensibles a estos cambios es el huevo, fuente principal de la intoxicación por salmonelosis
Síntomas como fiebre, diarrea, dolor muscular o vómitos son los indicios principales de esta infección y suelen aparecer entre 8 y 48h después de la ingesta de un alimento infectado. Si se trata de una persona sana no hace falta tratamiento específico y se recupera el estado normal a los pocos días siguiendo una dieta blanda. Para tratar los dolores de cabeza y la fiebre se recomienda tomar paracetamol. En algunos casos esta infección puede causar deshidratación por lo que es recomendable acudir al médico para evitar posibles complicaciones.
Desde el servicio de Alergología del Hospital Universitario General de Cataluña, se recomienda tomar las siguientes medidas para prevenir una posible infección: lavarse las manos con frecuencia; evitar la contaminación cruzada separando los alimentos crudos de los cocinados; evitar el consumo de huevo crudo y usar sustitutos como la huevina en las recetas; conservar los alimentos en buen estado, preferiblemente refrigerados y bien lavados antes de consumirlos; utilizar únicamente agua potable, para el cocinado y el consumo; consumir los alimentos justo después de cocinarlos; y cocinar bien ciertos ingredientes evitando su consumo en crudo.