El pasado mes de septiembre la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba de que en 2019 más de 700.000 personas en todo el mundo se quitaron la vida. Ese año se posicionó como la cuarta causa de muerte entre los jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años. El 50% de los suicidios registrados se produjeron en menores de 50 años. El suicidio es uno de los grandes problemas de salud pública a nivel global, ya que no es exclusivo de los países con altos ingresos como demuestra el hecho de que el 77% de los suicidios registrados en 2019 se produjeron en naciones de medios y bajos ingresos.
El diagnóstico de una condición de salud física severa puede producir en el paciente angustia psicológica y diversos problemas relacionados con la salud mental que pueden conducir a una depresión y, en algunos casos, incluso al suicidio. La asociación entre el diagnóstico de las enfermedades y el riesgo de suicidio es una problemática sobre la que la evidencia científica no ha ahondado lo suficiente. Pero la interacción que existe entre las enfermedades físicas y mentales enfatiza la importancia de la atención colaborativa y multidisciplinar, especialmente ahora que la salud mental ha comenzado a ganar relevancia en las agendas políticas y mediáticas tras la crisis sanitaria provocada por la Covid-19.
Los factores que contribuyen al suicidio son múltiples, incluyendo biológicos, psicológicos, clínicos, sociales e incluso ambientales. Si bien la evidencia nos dice que las personas con enfermedades que afectan a la salud mental son un grupo de alto riesgo en términos de suicidio, se ha dejado en un segundo plano el riesgo que pueden presentar aquellas personas que son diagnosticadas con una enfermedad física severa. En este sentido ponemos el foco en un estudio cuyos datos han sido publicados en The Lancet Regional Health Europe. Un trabajado basado en el conjunto de datos vinculados a toda la población de Inglaterra con el objetivo de investigar el riesgo de suicidio en pacientes que habían sido diagnosticados con cánceres de baja supervivencia, cardiopatía isquémica crónica, EPOC y enfermedades neurológicas degenerativas.
A través de este estudio los investigadores han tratado de estimar la asociación entre el diagnóstico de las referidas afecciones y el riesgo de suicidio. La población de estudio estuvo compuesta por 47.354.696 personas que vivían en Inglaterra y constaban en el censo del año 2011, vinculadas a los registros de pacientes de los años 2011-2013 y vivas a fecha de 1 de enero de 2017. Del total de población analizada el 5,2% (2.455.761 personas) fueron diagnosticadas con una condición de salud grave entre el 1 de enero de 2017 y el 31 de marzo de 2020. La edad media de las personas diagnosticadas fue de 39,6 años.
"El diagnóstico o primer tratamiento de condiciones graves de salud física, como cánceres de aja supervivencia, EPOC, cardiopatía isquémica crónica y enfermedades neurológicas degenerativas, se asocia con un mayor riesgo de muerte por suicidio"
De acuerdo con este trabajo el diagnóstico de condiciones graves se asoció con un mayor riesgo de suicidio. Tal y como recoge la referida cabecera, un año después del diagnóstico la tasa de suicidio fue del 21,6% por cada 100.000 habitantes en pacientes con cánceres de baja supervivencia, en comparación con la tasa del 9,5% por cada 100.000 habitantes en los controles coincidentes. Para cada enfermedad los pacientes se emparejaron con controles de coincidencia exacta atendiendo a factores sociodemográficos.
En el caso de los pacientes diagnosticados con EPOC vemos que la tasa de suicidio anual fue del 22,4% por cada 100.000 pacientes con EPOC, del 16,1% en el caso de los diagnosticados con cardiopatía isquémica crónica y del 114,5% en el caso de las afecciones neurológicas degenerativas (datos sobre el que el estudio destaca que se trata de una estimación imprecisa dado el bajo número de suicidios). Los responsables del estudio señalan que el aumento del riesgo fue más pronunciado en los primeros seis meses después del diagnóstico o tras recibir el primer tratamiento.
Un total de 17.195 personas (36,3 por cada 100.000) de la muestra se suicidaron entre el 1 de enero de 2017 y el 31 de diciembre de 2021. Desglosando los datos vemos que 58 (32,8 por 100.000) pacientes diagnosticados con cánceres de supervivencia baja murieron por suicidio en el período de estudio, 465 (33,6 por 100.000) pacientes con cardiopatía isquémica crónica, 455 (51,4 por 100.000) pacientes con diagnóstico de EPOC y 13 (126,0 por 100.000) se produjeron en pacientes con diagnóstico de enfermedades neurológicas degenerativas.
“Este estudio muestra que el diagnóstico o primer tratamiento de condiciones graves de salud física, como cánceres de aja supervivencia, EPOC, cardiopatía isquémica crónica y enfermedades neurológicas degenerativas, se asocia con un mayor riesgo de muerte por suicidio”, exponen los autores de la investigación.
“La tasa de suicidio al año fue entre dos y tres veces mayor en pacientes en comparación con los controles con características sociodemográficas similares. El aumento del riesgo fue máximo inmediatamente después del diagnóstico o del primer tratamiento. En pacientes con cáncer de baja supervivencia, observamos un aumento del riesgo de suicidio en el segundo año después del diagnóstico, lo que podría corresponder a la recurrencia del cáncer”, añaden.
Los responsables del estudio inciden en la necesidad de aumentar la investigación para comprender cuáles son los mecanismos que impulsan el riesgo elevado de suicidio, y contribuir así a ofrecer un mejor apoyo a los pacientes recién diagnosticados.