El SARS-CoV-2 ha supuesto un duro golpe de realidad para la humanidad. La pandemia provocada por el coronavirus nos ha situado frente a un espejo que nos ha devuelto el reflejo de una realidad que la mayoría de países ha ignorado durante demasiado tiempo: la salud es el eje central sobre el que se sustentan nuestras sociedades y economías. Hemos pagado con creces la histórica y cronificada falta de inversión en prevención y respuesta ante crisis sanitarias de esta índole. Y lo peor de todo, es que sabemos que esta no será la última.
A pesar de que la Covid-19 nos ha dejado imprescindibles lecciones en estos más de tres años desde el surgimiento de los primeros casos, lo cierto es que tristemente muchas están volviendo a caer en el olvido ante la mejora de la situación epidemiológica global o, al menos, en los países con más recursos. No podemos obviar que la pandemia ha afectado significativamente a una parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fijados por las Naciones Unidas por lo que la humanidad vuelve a encontrarse en tiempo de descuento ante unas metas que desde su formulación han estado más cercanas a la utopía que a la realidad.
La práctica totalidad de los sistemas sanitarios se han visto superados por la Covid-19 mostrando una imperiosa necesidad de reestructuración, aumento de la inversión en términos de fuerza laboral y recursos y priorización de los problemas más acuciantes. En este sentido, la revista The Lancet Child & Adolescent Healthha publicado un llamamiento a la acción para que los niños sean “inmediatamente priorizados en las políticas sociales y de salud”, pidiendo que se trabaje para lograr una equidad en salud tanto dentro como fuera de los países. “Instamos a los gobiernos a revitalizar los esfuerzos de fortalecimiento de los sistemas de salud para prevenir la mortalidad infantil, situando a las madres vulnerables y desfavorecidas, así como a sus bebés en el centro de todos los esfuerzos”.
El informe sobre Niveles y Tendencias en las Estimaciones de 2023 publicado por el Grupo Interagencial para la Mortalidad Infantil de la ONU, publicado el pasado 10 de enero, estima que más de siete millones de niños y adolescentes fallecieron en 2021. Cierto es que, aunque la cifra es muy elevada, supone una importante reducción si se compara con los datos de 1990. Pero no es suficiente. El progreso que se ha logrado en las últimas décadas ha sido, tal y como califican los expertos de la referida cabecera, “groseramente desigual entre regiones, tanto entre países como dentro de ellos”.
Más de siete millones de niños y adolescentes fallecieron en 2021
¿La razón? La mayoría de esos más de siete millones de muertes podrían haberse evitado con intervenciones sencillas y rentables. A medida que el calendario se acerca inexorablemente al año 2030 ha llegado el momento de transformar los sistemas de salud y dar respuesta a las necesidades de los niños y adolescentes en todo el mundo. Principalmente en los periodos más vulnerables de las primeras etapas de sus vidas y en los entornos más desfavorecidos.
Ejemplos recientes del mensaje que estas líneas quieren transmitir nos llegan de la mano de la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la revista científica PLOS Medicine. En 2020 más de 287.000 mujeresfallecieron como consecuencia de complicaciones en el embarazo o durante el parto. El 70% de estos decesos se registraron en el África subsahariana y la mayoría de todas estas muertes son prevenibles garantizando el acceso a la atención médica de calidad. La referida cabecera publicaba recientemente un estudio que sugería que un programa mundial de vacunación materna contra el estreptococo B podría salvar millones de vida.
En los países de medios y bajos ingresos los sistemas sanitarios son en muchas ocasiones deficientes y están debilitados por la lucha contra numerosas enfermedades de forma simultánea. Se suman factores estructurales como la carencia de sólidos sistemas de Atención Primaria y, en muchos casos, una agonizante dependencia de la ayuda humanitaria internacional. El editorial publicado por The Lancet Child & Adolescent Health, encabezado por el doctor Samuel Akech, enfatiza en la problemática que supone el elevado riesgo de muerte después de que un niño recibe el alta hospitalaria, especialmente en los países de medios y bajos ingresos. “La evidencia acumulada sugiere que aproximadamente la mitad de todas las muertes de los niños hospitalizados ocurren en los seis meses posteriores al alta”, expone la publicación.
Es por esto que debe avanzarse en esfuerzos sistemáticos orientados no solo a evitar que se produzcan altas hospitalarias prematuras, sino también a establecer programas de seguimiento de aquellos niños que siguen presentando riesgos en sus entornos domésticos una vez reciben el alta, además del fortalecimiento de los sistemas de Atención Primaria y Comunitaria.
En 2020 más de 287.000 mujeres fallecieron como consecuencia de complicaciones en el embarazo o durante el parto. El 70% de estos decesos se registraron en el África subsahariana
“Detrás de estos problemas se encuentran sistemas de salud fracturados y sin financiación suficiente”, asevera el autor principal. Volvemos a poner el foco en el África subsahariana ya que la región reporta la carga de mortalidad en menores de cinco años más elevada del planeta: el 51% de las muertes se produjeron en los países que la componen en 2021. Casi la mitad de todas estas muertes ocurrieron en el periodo neonatal. Y es que sólo el 65% de todos los nacimientos que se producen en África son asistidos por parteras.
El último informe sobre mortalidad materna de la OMS advierte de que el mundo tiene en estos momentos un déficit de más de 900.000 parteras. Si no se abordan problemas como este, el acceso a una atención prenatal y posnatal equitativa y de calidad y se invierte de forma urgente en programas eficaces de planificación familia nos arriesgamos a que más de un millón de mujeres fallezcan para el año 2030.
Otro informe de la OMS alertaba hace unos meses de la escasez crónica de trabajadores de la salud en África. Una realidad que socava los sistemas sanitarios. La región africana de la OMS cuenta con una proporción de trabajadores de la salud (médicos, profesionales de enfermería y matronas) de 1,55 por cada 1.000 habitantes. El umbral mínimo establecido por la agencia de salud internacional de la ONU es de 4,45 por cada 1.000 habitantes.
Los datos expuestos y las fotografías planteadas son solo algunos ejemplos que nos conducen a una conclusión que no deja lugar a dudas: se estima que más del 90% de los países tienen el potencial de alcanzar las metas fijadas para 2030 en los ODS para la salud neonatal e infantil. La única forma parte de la optimización de los actuales sistemas sanitarios con un enfoque particular en aspectos como la equidad, la reducción de la pobreza y la educación. Se suma a la ecuación el requisito de contar con datos significativos y representativos sobre mortalidad infantil, uno de los grandes retos a los que se enfrentan los países con menos recursos.