Rafael Martínez sufrió en 2001 un infarto de miocardio. Desde 2005 tiene insuficiencia cardiaca y fibrilación auricular no valvular. Debido a ello toma fármacos anticoagulantes para evitar que se formen trombos o que los que estén formados sigan creciendo. Fue entonces cuando “empecé a vivir anticoagulado” y a informarse sobre su nueva situación. También a tomar más de 10 pastillas diarias, a corregir su alimentación y a evitar cualquier riesgo “cortes, golpes, deporte” o incluso tener cuidado con intervenciones quirúrgicas sencillas para no sufrir una hemorragia o un ictus. “El día después de una operación de hernia discal sufrí un ictus”, cuenta a Consalud.es.
Porque un paciente anticoagulado es una persona con la sangre más líquida, alguien al que le cuesta más coagular, lo que es beneficioso para evitar trombos, pero perjudicial en el caso de una hemorragia. “Cualquier persona sin tratamiento anticoagulante puede tardar un minuto en detener una hemorragia tras un corte. Nosotros tardamos entre dos y tres minutos”, señala Rafael Martínez.
En España hay un millón de personas que toman anticoagulantes orales, es decir, pastillas como el acenomurol, conocido por su nombre comercial Sintrom. La mayoría de ellos por presencia de fibrilación auricular con factores de riesgo protombóticos, mayores de 65 años y polimedicados, recuerda Martínez, quien además de paciente es miembro de la Asociación Cordobesa de de Anticoagulados y presidente de la Federación Española de Asociaciones de Anticoagulados (Feasan). Una cifra que aumenta cada año con el envejecimiento de la población y el aumento de los factores de riesgo vascular.
Un mal control se traduce, como explica la FEASAN, en 32.000 muertes al año, un 2% más de mortalidad que entre aquellos con control adecuado
Son personas que precisan control, pero no siempre lo tienen, lo que supone un importante peligro para su vida. Según señala la Fundación Española del Corazón (FEC), algunos estudios descriptivos han revelado que un 48,26% de los pacientes con fibrilación auricular no valvular y tratamiento anticoagulante oral con antivitamina K tenían un mal control. Además, según FEASAn, el 32% de los que toman anticoagulantes de Acción Directa (ACODs) abandona el tratamiento.
“Estas personas se enfrentan a una mayor probabilidad de sufrir eventos como ictus y hemorragias que las personas con un buen control de la anticoagulación”, denuncia el vicepresidente de la Sociedad Española de Cardiologia (SEC), el Dr. Juan José Gómez Donlas. Este mal control se traduce, como explica la Feasan, en 32.000 muertes al año, un 2% más de mortalidad que entre aquellos con control adecuado. El buen control de la anticoagulación es posible, pero exige la implicación de todos: pacientes, profesionales sanitarios y administraciones sanitarias”, subraya Martínez.
Eso precisa formar al paciente y recordarle, como indica la FEC, la necesidad de adherencia al tratamiento y de tomarlo a la misma hora, no duplicar la dosis si se le ha olvidado el día anterior; controlar el resto de tratamientos que toman, pues están contraindicados muchos antigripales y gran parte de los antiinflamatorios por afectar a la acción del anticoagulante; evitar bebidas alcohólicas y en el caso de la vitamina K prestar especial atención a las verduras de hoja verde oscuro.
"A mí me dio un ictus, en otros casos puede producirse una hemorragia", señala Rafael Martínez
También formar a los profesionales sanitarios y mejorar el sistema de seguimiento, y tener especialmente cuidado con cualquier intervención quirúrgica. “Te voy a contar un ejemplo de lo que supone un mal control y una mala formación a los profesionales”, comienza Rafael Martínez en su charla telefónica con este medio. “Hace cinco años me hicieron una cirugía de hernia discal. Yo estaba informado y le dije a la hematóloga que me tenía que poner heparina de bajo peso molecular, pero ella insistió en que no era necesario”.
Cuando se realiza una intervención quirúrgica se debe detener el tratamiento de anticoagulado para evitar una hemorragia durante la operación. Esto se da en una extracción molar, una limpieza dental, una endoscopia, colonoscopia o una intervención quirúrgica, todas aquellas intervenciones con algún riesgo de sangrado. Al cortar el tratamiento se suele recomendar una terapia puente con heparina de bajo peso molecular en los pacientes que presentan un alto o elevado riesgo embólico elevado, pero no hace falta si el riesgo embólico es bajo o moderado y que a su vez no hayan tenido un episodio embólico los últimos tres meses, ni sangrado en las seis semanas previas.
El problema es que no siempre se evalúa el riesgo de forma correcta. “Fue una intervención rápida, al día siguiente me dieron el alta. A las seis salí, y a las siete volví porque tenía un ictus”, cuenta Rafael Martínez. No le quedaron secuelas, pero “es una evidencia del mal control. A mí me dio un ictus, en otros casos puede producirse una hemorragia”.
Es por ello que es especialmente necesario un buen control de estos pacientes, un buen seguimiento y que ellos sean conscientes de la necesidad de su tratamiento. Es “urgente que las CC.AA. y el Ministerio de Sanidad revisen el sistema de seguimiento del tratamiento anticoagulante oral para evitar riesgos”, concluye Martínez.