La obesidad continúa siendo uno de los grandes retos de salud a nivel global. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 1990 y 2022, el porcentaje de adultos con obesidad se duplicó, alcanzando un 16% en 2022, mientras que el 43% de la población mayor de 18 años tenía sobrepeso. Estos datos reflejan una tendencia preocupante, influenciada por factores como la proliferación de alimentos ultraprocesados, la falta de acceso a dietas saludables y estilos de vida cada vez más sedentarios, especialmente en las zonas urbanas.
En el caso de la Unión Europea (UE), las cifras de 2022 publicadas este miércoles por Eurostat son igualmente alarmantes: más del 50% de los adultos (50,6%) sufren sobrepeso u obesidad. Las tasas varían considerablemente entre los países miembros, desde un 41,3% en Italia hasta un 62% en Malta. España, por ejemplo, se sitúa en un 50,4%, una cifra similar a la media europea. Asimismo, la obesidad, definida como un problema inicialmente asociado a países desarrollados, afecta cada vez más a los países de ingresos bajos y medios, generando un panorama global de malnutrición que combina exceso de peso y deficiencias nutricionales.
Las estadísticas también muestran diferencias significativas entre géneros. En 2022, la obesidad en hombres alcanzó niveles máximos en Malta (28,7%), mientras que en mujeres lideró Letonia (23,9%). En general, los hombres mostraron una mayor prevalencia de obesidad en 19 de los 26 países analizados, destacando las diferencias más notables en países como Croacia, donde la tasa masculina fue 8,3 puntos porcentuales superior a la femenina. Por el contrario, en el norte de Europa y países como Francia y los Países Bajos, fueron las mujeres quienes registraron mayores tasas.
En España las tasas son más altas en personas mayores de 75 años
La relación entre el sobrepeso y la edad también es clara. En la UE, las tasas más bajas se observaron entre jóvenes de 16 a 24 años (20,3%), mientras que alcanzaron su pico máximo en personas de entre 65 y 74 años (63,6%). A partir de los 75 años, las cifras descienden ligeramente. Sin embargo, este patrón no es uniforme: países como España y Luxemburgo registraron las tasas más altas en mayores de 75 años, con un 64% y un 64,3%, mientras que en otros, como Dinamarca y Suecia, el grupo más afectado fue el de 50 a 64 años.
El nivel educativo es otro factor determinante en la distribución del sobrepeso, especialmente entre las mujeres. En 2022, la prevalencia fue notablemente mayor entre aquellas con un nivel educativo bajo (50,3%), mientras que las mujeres con educación superior mostraron tasas significativamente menores (33%). Este patrón fue común en la mayoría de los países, con excepciones como Estonia y Hungría, donde las tasas más altas se registraron en niveles educativos medios. En contraste, entre los hombres no se observó una relación tan clara entre el nivel de educación y el sobrepeso o la obesidad.
OBESIDAD Y ESTILOS DE VIDA
La urbanización y los cambios en los estilos de vida desempeñan un papel clave en el aumento de la obesidad. En entornos urbanos, donde predominan trabajos sedentarios y una oferta alimentaria altamente procesada, el riesgo de ganar peso es considerablemente mayor. Este problema, combinado con la falta de actividad física y los desafíos para acceder a alimentos frescos y saludables, crea un entorno que dificulta el mantenimiento de un peso saludable.
Las políticas públicas tienen un papel crucial en abordar este problema, tal y como destacan las estadísticas de ‘Eurostat’. Iniciativas como la promoción de la regulación de la publicidad de alimentos poco saludables y el diseño de ciudades más accesibles para el ejercicio son algunas de las recomendaciones de la entidad europea para revertir la tendencia. También es importante reforzar la educación alimentaria y facilitar el acceso económico a dietas saludables, especialmente en poblaciones más vulnerables.
Dirigir campañas de concienciación a grupos de menor nivel educativo o a personas mayores podría ser más efectivo
Estos datos también sugieren la necesidad de estrategias específicas según las características demográficas y sociales. Por ejemplo, dirigir campañas de concienciación a grupos de menor nivel educativo o a personas mayores podría ser más efectivo. Además, se deben atender las disparidades entre países, adaptando las intervenciones a las necesidades particulares de cada contexto.
En definitiva, la obesidad no solo afecta la calidad de vida y aumenta el riesgo de enfermedades crónicas, sino que también supone un desafío económico y social para los sistemas de salud. Las cifras actuales demandan una acción coordinada, señala el informe europeo, para prevenir y tratar esta epidemia silenciosa que sigue creciendo en Europa y en el resto del mundo.