Más de 200 millones de mujeres y niñas han sufrido la práctica de la mutilación genital femenina (MGF), un procedimiento consistente en la “resección parcial o total de los genitales externos femeninos, así como otras lesiones de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos”, informa la Organización Mundial de Salud (OMS). En muchos países, incluido el nuestro, está prohibida, pero muchas familias no lo saben y siguen realizando este proceso que trata de una violación de los derechos humanos.
Cada comunidad que realiza la MGF lo hace de una forma diferente, con tipos más lesivos y otros menos. “Todos ellos elimina eldeseo sexual y las vuelven sumisas primero hacia los padres y luego hacia el marido”, indica Estrella Giménez, presidenta de la Fundación Kirira. Esta organización trabaja a nivel nacional y en África en Kenia donde, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), “las niñas de entre los 15 y 19 años tienen tres veces menos probabilidades sufrir esta experiencia que sus madres” y hay comunidades con un tasa de realización del 100%.
“Los problemas de salud son a todos los niveles: físicos, psíquicos y sociales"
Esta experiencia, además, supone un importan perjuicio para la salud. Es común que se produzcan infecciones, hemorragias y malas cicatrizaciones por falta de medidas sanitarias e higiene durante el proceso y el tiempo posterior. Además, la ablación conlleva problemas en salud sexual, reproductiva y mental que se extienden durante la vida de la mujer.
CON IMPACTO INTEGRAL EN LA SALUD
“Los problemas de salud son a todos los niveles: físicos, psíquicos y sociales. Desde el riesgo inminente de realizar la mutilación, como son dolor intenso, las hemorragias e infecciones, hasta problemas a largo plazo”, explica Idoia Ugarte, integrante de Médicos del mundo, que trabajan principalmente en Burkina Faso, Mauritania, Senegal, Mali o Sierra Leona, entre otros, algunos de estos con cifras de mujeres mutiladas superiores al 80%.
Las niñas, que normalmente tienen 8 y 9 años cuando sufren la MGF, también pueden sufrir fiebre, inflamación de los tejidos genitales, problemas urinarios, lesiones de los tejidos genitales vestidos, sufrir un estado de ‘shock’ e incluso morir. “No hay datos pero se estima que el 8% de las niñas mueren por la intervención”, añade Giménez.
Muchas de las mujeres no relacionan estos problemas de salud con haber sido víctimas de la ablación
A largo plazo se producen consecuencias como las infecciones urinarias; problemas vaginales como prurito o leucorrea, menstruales con sangrados especialmente dolorosos, y tejido cicatricial, recoge la OMS. También se producen problemas sexuales como dolor durante el coito o ausencia de placer y problemas en el parto. “Hay partos que se alargan, se producen desgarros, fístulas entre la vesícula y la vagina, o el recto y la vagina, que puede llevar a tejidos necrosados. Las complicaciones son graves”, apunta Ugarte. En estos casos los partos tienen que ser rápidos o realizarse cesáreas.
También sufren problemas psicológicos. Esta práctica, que busca someter a la mujer, supone a su vez un proceso traumático de atenta contra el derecho a la integridad física. A largo plazo sufren fobia a las relaciones sexuales, miedos, baja autoestima y desarrollan la culpa de la víctima. Cuando llegan a los países de acogida se les juzga por estar mutiladas y se presupone en muchas ocasiones que ellas quieren hacerlo también a sus hijas, y no se entiende que si no se hacen ‘el corte’ son repudiadas por la tribu, explican las especialistas.
Muchas de las mujeres no relacionan estos problemas de salud con haber sido víctimas de la ablación, y no se conocen datos sobre la incidencia de estas consecuencias y problemas crónicos que sufre esta población. Cuando llegan a países como España son informadas sobre lo que conlleva la práctica y se les realiza un abordaje integral que debe incluir el enfoque cultural. “Básicamente se trata de que profesionales de la salud tengan competencia cultural en el encuentro asistencial con las mujeres supervivientes y niñas en riesgo de MGF y que el sistema sanitario lleve a cabo las modificaciones estructurales que faciliten el acceso y uso de los bienes y servicios de salud de una forma equitativa”, señala Ugarte. “La formación a profesionales para la incorporación del enfoque intercultural es una asignatura pendiente en la formación de Grado y Posgrado en las disciplinas sanitaria, educativas y sociales”, concluye.