Durante siglos no se ha hablado del suicidio por un miedo, infundado, a que se produjera un efecto contagio. Sin embargo, en los últimos años, este tabú que sufrían familias y supervivientes de intento de suicidio se va deshaciendo. Las cifras del suicidio se hacen públicas, los debates sobre cómo prevenirlos crean programas, planes políticos y concienciación social, y los supervivientes a un intento de acabar con todo el sufrimiento empiezan a hablar.
Es el caso de María Quesada, que tras años sin hablar de ello, manteniéndolo en secreto e incluso avergonzarse, lo contó en un libro, La niña amarilla. “Vi que alguien contó que lo había superado y eso me ayudó muchísimo porque me hizo ver que se podía contar y que había más personas como yo”, explica por teléfono a este medio. Entonces decidió que ella también quería ayudar.
Todo ocurrió hace años, concretamente 26, y fue ocultado durante la mayor parte de este tiempo. En 1995 todos los “eres una llorona”, guardarse sus sentimientos y no aprender a gestionar las emociones explotaron en la adolescencia. Tras intentar quitarse la vida, la ingresaron en el hospital y cuando salió le dieron una medicación y se dejó de hablar del tema. “Lo metí en un cajón, me daba mucha vergüenza. No lo comentaba con mis amigas y las pocas que lo sabían tampoco preguntaban”.
“¿Por qué me avergonzaba de esa experiencia, del intento de suicidio?”
Nadie le invitó a hablar y no dijo nada sobre el tema. Pero eso no eliminó lo ocurrido. “Sobreviví con mucho miedo y como pude”. No tuvo terapia ni tratamiento tras terminarse el fármaco, volvió a guardarse todo. Años después comenzó a encontrarse mal, a tener bajones emocionales, inseguridad, baja autoestima… “Conseguí hacer las cosas funcionales como sacarme la carrera y todo parecía que estaba bien, pero no”.
Todo lo que tenía dentro sin que saliera le llevó a elegir un entorno que le hacía daño y que le hundía. “A los veintipocos fui a terapia y conseguí superar las cosas que me habían pasado en la infancia, a entender todo lo que había supuesto”. Con ello cambio su entorno, parejas y amistad, y cuando ya tenía marido e hijos le volvió todo y se le apareció una pregunta: “¿Por qué me avergonzaba de esa experiencia, del intento de suicidio?”.
Ahí fue cuando vio a alguien que había hablado de lo mismo que le había pasado y decidió contárselo a su nuevo entorno, a su pareja, amigas que no lo sabían, y también decidió escribir un libro con, no solo su historia, sino también la de otras personas que habían pasado por lo mismo.
ES PREVENIBLE
El suicidio siempre ha sido uno de los principales problemas sociales existentes y en estos últimos años ha tomado más protagonismo. La pandemia aumentó la ideación suicida, un 15,5% de la población encuestada en el IV Estudio Salud y Vida de Aegon en colaboración con el Consejo General de la Psicología de España lo había pensado. Por sí mismo la ideación no conlleva al suicidio, en muchas ocasiones no se llega a materializar esta ideación. Sin embargo, sí que refleja cómo la Covid-19 ha impactado en este acto.
Algo que quedó patente con las cifras publicadas por el Observatorio del Suicidio en España de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. En 2020, nuestro país registró la tasa de suicidios más alta registrada. Un total de 3.941 personas fallecieron ese año, casi trescientas personas más que en 2019, cuando murieron 3.671 personas. Los suicidios diarios pasaron de 10 a 11 y la tasa aumentó de 8,3 por cada 100.000 habitantes a 8,9. En consonancia, también aumentaron los intentos, y se prevé que seguirán aumentando.
"Nadie quería morir, nadie quería matarse por matarse, lo que se quiere es huir del sufrimiento emocional”
Ante estos datos se está trabajando para prevenirlo, porque se puede. Lo primero es conocer lo que hay detrás de esta decisión y la mejor manera de atender a estas personas. Como reflejan las historias recogidas por María Quesada, las personas que han intentado suicidarse y que sobrevivieron para contarlo arrastraban un gran sufrimiento que les hizo llegar a un momento tan difícil. “Pero nadie quería morir, nadie quería matarse por matarse. Lo que se quiere es huir del sufrimiento emocional”.
Es por ello que es prevenible si se evita este sufrimiento, si se habla desde la infancia que podemos sentirnos mal, que hay que pedir ayuda y que no hay que autodestruirse. “Muchas de las personas nos sentíamos una carga para el resto. Pero es algo que tú piensas, nadie piensa que va a estar mejor sin ti”, incide. Por eso es esencial enseñar a las personas a hablar de su situación emocional, a aprender a gestionar las emociones, las enfermedades o los duelos.
También invitarles a hablar. “Hay que perder el miedo a la palabra suicidio. Si alguien me hubiera dicho si pensaba en ello y me hubieran permitido hablar me hubiera derrumbado”. Escucharles, abrazar y acompañar. “No somos terapeutas, pero sí podemos acompañar a esa persona al centro de salud, a un psicólogo o a un psiquiatra”. Y contar la propia experiencia, para que los demás no se sientan solos.
“Estamos avanzando, hay cada vez más prevención y formación y la Administración se está empezando a dar cuenta de que hay que poner recursos en prevención del suicidio”, porque, concluye, “si lo normalizamos vamos a salir mejor y reducir las muertes”.
Aquellas personas que estén pasando por un mal momento o conozcan a alguien en esa situación pueden contactar con profesionales que le ayudarán en el Teléfono de la Esperanza (717 003 717) o el Teléfono Contra el Suicidio (911 385 385).