Tienes apetito y comes. Masticas, tragas y dejas que tu cuerpo haga el resto del trabajo. Un proceso automático y fácil, hasta que deja de serlo. Hasta que un día el esófago se convierte en un nudo que cada vez deja pasar menos comida al estómago. Es lo que se conoce como acalasia. Una enfermedad que dificulta tragar y que afecta a 1,63 de cada 100.000 españoles.
Uno de ellos es Carmelo Pérez, un profesor de 37 años para el que alimentarse comenzó a ser un problema en 2015. “Me costaba tragar. Tenía que beber agua para poder bajar la comida. Notaba como si me atragantara” recuerda Carmelo. Tras ver que los síntomas no remitían acudió al médico “Le dije que tenía estrés y que no sabía si eso podía afectar la disfagia. Me mandó ansiolíticos y una prueba para detectar si tenía bacterias en el estómago. Los ansiolíticos nunca me los tomé. Era un problema de tragar, no de cabeza” lamenta el paciente.
“Me costaba tragar. Tenía que beber agua para poder bajar la comida. Notaba como si me atragantara”
En concreto, el problema residía en el esfínter esofágico inferior. Una especie de válvula que regula el paso de los alimentos al estómago y evita que los ácidos estomacales suban y causen reflujo gastroesofágico. Según explica el cirujano de obesidad y diabetes, el doctor Carlos Ballesta, del Hospital Ruber Internacional de Madrid, “en la unión esofago-gástrica se produce una hipertrofia en el esfínter de entrada al estómago. De forma que este no se abre y los alimentos no pueden pasar”.
Carmelo tardó un año y medio en poner nombre a su problema desde que notó los primeros síntomas. La manometría esofágica es la principal forma de diagnosticar la acalasia. “La manometría nos permite demostrar que existe una hipertrofía del esfínter esofágico y saber el grado de motilidad que tiene el esófago. Es decir, si ha perdido fuerza o no»” señala el doctor Ballesta. El esófago se ve cada vez más afectado según progresa la patología. Al cerrarse el esfínter, se contrae para forzar la entrada de los alimentos. Sin embargo, ese sobresfuerzo tiene límites. “Se dilata más y más hasta que deja de funcionar. En general todos los casos van a peor porque es cuestión de tiempo que falle el esófago” lamenta.
La acalasia no solo complicó la ingesta de comida sino que también perjudicó el sueño de Carmelo
La acalasia no solo complicó la ingesta de comida, también perjudicó el sueño de Carmelo. “Me atragantaba por las noches, a veces por la propia saliva, y me despertaba asfixiado. Tenía que dormir inclinado” asevera. Esto sucede porque, una vez que el esófago ha perdido la capacidad de contraerse, los alimentos no se digieren y permanecen en las paredes del esófago. Los alimentos suben a la boca al tumbarse el paciente, lo que puede causar que se pasen a los pulmones y provocar una neumonía.
Para poner fin a su enfermedad, Carmelo tenía que someterse a una cirugía. La mejor opción posible en la actualidad para corregir la acalasia. Antes de recurrir a esta vía, existen diferentes alternativas que alivian los síntomas. Una es la administración de un fármaco que refuerza las contracciones del esófago para que pueda abrir el esfínter. Otra opción viable es la administración de la toxina botulínica (bótox) para paralizar las fibras musculares del esfínter y así relajarlo.
“Pesaba 94 kilos en marzo y llegue a la operación con 80”
“El bótox solo me alivió un poco durante un mes y medio” señala Carmelo quien indica que, tras esto, se agravó el problema. “Podía comer cada vez menos. Vomitaba lo que tenía en el esófago. A veces llegaba a tiempo al baño y otras veces no”. Solo la cirugía podía corregir la acalasia de Carmelo. Un problema que ya era insostenible: “Llegó un punto en el que no bajaba ni agua. El último mes antes de la operación mi única alimentación eran unos batidos y espaguetis, que no sé por qué, me bajaban algo. Pesaba 94 kilos en marzo y llegué a la operación con 80”.
El doctor Carlos Ballesta fue quien se encargó de su caso. Carmelo fue intervenido quirúrgicamente en el Centro Médico Teknon de Barcelona el pasado mes de diciembre. Una vez allí, se le aplicó una cirugía mínimamente invasiva conocida como cardiomotomía de Heller con mecanismo antirreflujo. “En ella, por medio de un microscopio, corto todas las fibras musculares del esfínter esofágico. Hay que cortar todas. Si te dejas solo una, la operación falla” explica el doctor. Al cortarse las fibras, el esfínter pierde su capacidad natural para prevenir el reflujo gastroesofágico, por lo que se incorpora un mecanismo antirreflujo. No es la única complicación.
La operación de Carmelo fue un éxito. “Alcanzamos la solución completa del problema en el 95% de los casos” afirma el doctor Carlos Ballesta. Los problemas de Carmelo son ya cosa del pasado. Aunque debe alimentarse con más cuidado. “Tengo que comer despacio y masticar mucho la comida. No voy a estar igual que antes porque mi esófago dejó de funcionar. Sin embargo, hago vida normal y, por fin, como de todo” concluye.