La enfermedad de Parkinson es un trastorno neurodegenerativo para el que, actualmente, no existe cura. Esto hace que los principales tratamientos existentes estén dirigidos a abordar los síntomas, con el fin de retrasar la progresión de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Por ello, la investigación y los ensayos clínicos son cruciales para avanzar en tratamientos que, algún día, lleguen a curar la enfermedad. Con el objetivo de visibilizar la enfermedad y avanzar en su investigación, cada 11 de abril se celebra el Día Mundial del Parkinson.
“A día de hoy empleamos tratamientos conocidos como sintomáticos. Es decir, son tratamientos dedicados a tratar los síntomas de la enfermedad, que se caracterizan por la dificultad de realizar tareas de destreza motora fina”, explica para ConSalud.es el doctor Álvaro Sánchez Ferro, coordinador del Grupo de Trastorno de Movimiento de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y neurólogo en el Hospital 12 de Octubre de Madrid.
“A día de hoy empleamos tratamientos conocidos como sintomáticos, es decir, son tratamientos dedicados a tratar los síntomas de la enfermedad"
En este aspecto, hay diferentes grupos de fármacos. Por un lado, se encuentran aquellos qu trabajan en tratamientos con el objetivo aumentar la dopamina en el cerebro, un neurotransmisor relacionado con algunas funciones de movimiento. Al aumentarla, se busca corregir parte de los síntomas que tienen los pacientes de párkinson. “Hay diferentes grupos de fármacos que buscan esto. El más conocido, antiguo y eficaz es la levodopa”, continúa el experto.
Además de este, hay otro grupo de tratamientos que se llaman agonistas dopaminérgicos, que causan un efecto similar a la dopamina al unirse al receptor. “En este grupo también tenemos los fármacos inhibidores de la MAO-B. Su objetivo también es evitar la degradación de la dopamina en el cerebro”, añade el neurólogo. Este es el gran grupo de terapias dopaminérgicas, que en palabras del doctor Sánchez Ferro, son la pieza central del tratamiento hoy en día.
“A parte de esto hay una serie de tratamientos más específicos, como por ejemplo antidepresivos si la persona tiene depresión, ansiolíticos si tienen ansiedad o fármacos para controlar la vejiga en caso de que tengan problemas de control de la orina”. Por otro lado, los especialistas suelen recomendar mucho ejercicio físico para prevenir la progresión de la enfermedad.
Sin embargo, a medida que la enfermedad avanza, aparecen fluctuaciones motoras y no motoras, que suponen una serie de oscilaciones en los síntomas. En estos casos se emplean otro tipo de tratamientos, que buscan prolongar el efecto de las mencionadas terapias.
Aún hay que hacer frente al gran desafío de encontrar un tratamiento que frene la enfermedad de manera considerable
A su vez, hay terapias “de rescate”, que el paciente puede tomar si sufre bajadas del efecto de las medicaciones. En casos muy resistentes, que ya no responden a terapias orales, se emplean bombas de infusión de fármacos. “Son fármacos de administración continua que buscan un efecto más estable”.
A parte de las terapias ya desarrolladas, actualmente hay en marcha decenas de ensayos clínicos que buscan tratamientos más eficaces o nuevas dianas terapéuticas. “Hay una gran cantidad de ellos que están ya en fase II y III. En este aspecto tenemos tres grandes grupos”, declara el doctor. El primero de los grupos engloba a aquellos tratamientos que buscan eliminar proteínas que se acumulan en el cerebro, cuyo funcionamiento es similar a las vacunas contra el alzhéimer. Así, se administra el fármaco, que se adhiere a la proteína y hace que el cuerpo detecte que la tiene que eliminar.
Otro de los grupos parte de los tratamientos para la diabetes, concretamente los conocidos como anti GLP-1. “Recientemente un ensayo clínico ha demostrado que tienen un resultado positivo en la progresión de los síntomas del párkinson. Aún así, es un efecto modesto y aún está en investigación”. Finalmente, el tercer gran grupo hace referencia a otras terapias como las génicas.
A pesar de estos avances, en materia de investigación aún hay que hacer frente al gran desafío de encontrar un tratamiento que frene la enfermedad de manera considerable. Los ensayos, en la mayoría de ocasiones, se prolongan mucho en el tiempo, lo que da lugar a problemas de recursos y financiación. “La investigación, además, avanza lento en comparación con las necesidades que hay que cubrir. Se necesitan mecanismos para intentar acelerar los desarrollos”, apunta el doctor Álvaro Sánchez Ferro.
"Parece que, por lo menos, estamos más cerca de hacer que la enfermedad vaya más despacio”
En lo que respecta a los tratamientos y diagnóstico, el reto es saber reconocer e identificar la enfermedad antes, para que los pacientes acudan antes a los especialistas necesarios. “Hay un retraso diagnóstico de más o menos dos años, justo el periodo en el que el paciente podría hacer modificaciones de su estilo de vida”, denuncia. “Esta es un área en la que hay que trabajar, divulgando un poco más entre profesionales y personas en general, para que se pueda reconocer antes el párkinson”.
También hay carencia, según el experto, en tratamientos rehabilitadores o de fisioterapia, más allá de lo farmacológico. “Muchas veces los pacientes tienen que acudir a las asociaciones, y tienen ellos mismos que asumir el coste de las terapias o programas de rehabilitación”. Esto va unido al reto del acceso a una atención multidisciplinar y equitativa, puesto que no se suele abordar del mismo modo la enfermedad en las grandes ciudades que en los entornos rurales.
Son numerosos los retos a superar, pero haciendo un balance de los avances y los tratamientos que ya hay disponibles, el doctor Álvaro Sánchez Ferro considera que cada vez se está más cerca de encontrar la cura del párkinson, pero con “moderado optimismo”. “Empieza a haber ya avances interesantes, con resultados positivos en algunos ensayos. Parece que, por lo menos, estamos más cerca de hacer que la enfermedad vaya más despacio”, concluye el experto.