Salud humana, salud animal y medio ambiente. Tres conceptos sobre los que la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 nos ha recordado que están entrelazados y deben ser comprendidos y abordados como un triunvirato indisoluble. Este es el punto de partida de un enfoque que en los últimos años se encuentra en boga y que ha sido bautizado como One Health. Esta visión se erige como necesaria para prevenir, detectar y responder de manera eficaz a los desafíos sanitarios que surgen como consecuencia de los mecanismos de relación entre los seres humanos y su entorno. Pero la importancia del horizonte que plantea una visión One Health plantea diversos desafíos, entre ellos, la dimensión medioambiental que afecta al creciente problema de la resistencia a los antimicrobianos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) celebra entre los días 18 y 24 de noviembre la Semana Mundial de Concienciación sobre los Antimicrobianos. Las resistencias a estos se generan cuando las bacterias, virus, hongos y parásitos cambian con el tiempo lo que dificulta el tratamiento de las infecciones. Como consecuencia los medicamentos, antibióticos y antimicrobianos se vuelven ineficaces. Los datos de la OMS muestran que la resistencia a los antimicrobianos en bacterias provocó aproximadamente 1,27 millones de muertes en 2019. Las previsiones de la ONU elevan la cifra hasta los 10 millones para el año 2050.
Aunque las consecuencias más visibles de la resistencia a los antibióticos se manifiestan en el ámbito clínico, se trata de un problema que va mucho más allá, incluyendo los impactos medioambientales. Y es que la creciente evidencia científica muestra que el papel que juega el entorno natural tiene más implicaciones que como un reservorio de resistencias.
“Cada año miles de toneladas de contaminantes, incluyendo antimicrobianos, son liberados en el medio ambiente. Las bacterias de los ríos, suelos y costas intentan sobrevivir y desarrollan mecanismos de defensa para esquivar los efectos de estos compuestos. Este fenómeno resulta realmente alarmante en zonas particularmente contaminadas por residuos de actividades humanas, siendo espacios críticos para el control de la resistencia a los antimicrobianos, donde abundan bacterias resistentes a los antibióticos y se promueve la transferencia de genes de resistencia”, explican los expertos en el informe “La resistencia a los fármacos antimicrobianos desde la perspectiva ‘One Health’”, elaborado por el Observatorio de Salud y Medio Ambiente de DKV, junto con ECODES.
El suelo se presenta como una pieza fundamental en la salud tanto de los seres humanos como de los animales y plantas. Para hacernos una idea, un solo gramo de suelo puede llegar a contener mil millones de células bacterianas pertenecientes a miles de especies diferentes. Los microorganismos que encontramos en el suelo generan de forma natural una amplia gama de metabolitos secundarios que cumplen con funciones antibióticas, antifúngicas, antivirales y antiparasitarias. Cierto es que las bacterias resistentes a estos compuestos son inherentes al suelo, pero el uso indiscriminado que los seres humanos hacemos de los antibióticos ha aumentado la selección de resistencias a los antibióticos “hasta el punto en que en algunos casos las bacterias resistentes endémicas en los suelos ya no representan la mayoría de los organismos resistentes en la población bacteriana”, recoge el informe.
"La acumulación de antibióticos en el suelo puede alterar la estructura de las comunidades microbianas y en consecuencia los servicios ecosistémicos que ofrecen"
En este sentido destacan las plantas de tratamiento de las aguas residuales donde acaban muchos de los impulsores de la resistencia a los antimicrobianos. Estas plantas no han sido concebidas para eliminar este tipo de compuestos por lo que sus efluentes se contaminan con antibióticos, genes que han desarrollado resistencia y bacterias resistentes.
“La acumulación de antibióticos en el suelo puede alterar la estructura de las comunidades microbianas y en consecuencia los servicios ecosistémicos que ofrecen. Asimismo, la mayoría de los alimentos que consumimos proceden del suelo, por lo que los seres humanos y animales estaríamos en ciertos casos expuestos a adquirir resistencias. La fauna que habita en el suelo, como insectos, también se ve afectada por la presencia de antibióticos y bacterias resistentes ya que se alimenta preferentemente de estiércol y, por tanto, es probable que su microbiota intestinal esté expuesta a la resistencia”, exponen los autores del informe.
El agua también tiene un importante papel en el aumento de las resistencias. Más allá de los efluentes de las depuradoras, la falta de sistemas de saneamiento, especialmente en los países de medios y bajos ingresos, propician la propagación de bacterias resistentes. “. En la actualidad, los entornos acuáticos están contaminados por antibióticos, bacterias y genes de resistencia a los antibióticos procedentes de efluentes terrestres, de hecho, se consideran puntos calientes para la resistencia a los antimicrobianos”, argumentan los expertos. Citando a diversos estudios los autores indican que el nivel de bacterias resistentes es preocupantemente elevado en la mayoría de los sistemas fluviales (hasta el 98% del total de bacterias detectada) y lagos (hasta el 77% de bacterias detectadas), en comparación con otras zonas como los estanques o manantiales donde los niveles se sitúan por debajo del uno por ciento.
Por último, no podemos olvidarnos del aire. La evidencia científica sobre las consecuencias para la salud de la contaminación atmosférica es sólida. La OMS ha denunciado que hasta el 99% de la población mundial respira aire de mala calidad. Pero, al problema de la contaminación se suma el de los genes resistentes. De forma histórica la presencia de genes multirresistentes en el aire se ha estudiado mayoritariamente en entornos hospitalarios, pero comienza a crecer la literatura sobre la presencia de genes de resistencia a los antibióticos en otras zonas como las urbanas y rurales. Por el momento los datos son limitados, pero los expertos advierten del peligro que supone la capacidad del aire para transportar genes de resistencia.
En base a lo expuesto, resulta de vital importancia reforzar el enfoque interdisciplinario de a visión One Health, ya que el medio ambiente suele quedar relegado. La OMS enfatiza en que el medio ambiente desempeña una triple función ya que actúa como reservorio donde se acumula y transportan sustancias, es el sustrato de los procesos químicos y ecológicos y actúa como mediador de la salud donde los agentes de enfermedades del medio ambiente se transfieren y afectan tanto a los seres humanos como a los animales.