¿Son las pantallas realmente nocivas para la salud? En caso afirmativo, ¿lo son todos los tipos de consumo y en todas las poblaciones y casos? ¿Cuáles son los signos de alarma y efectos de este problema social? Y, sobre todo: ¿qué podemos hacer, tanto a nivel colectivo como individual, para afrontar los riesgos de este binomio?
Estas son algunas de las preguntas que guiaron la tercera sesión del ciclo de debates en Responsabilidad Social Corporativa (RSC) “Salud, Personas y Sociedad. FJD Talks”, que organiza periódicamente la Fundación Jiménez Díaz para “acercar a la sociedad cuestiones que inquietan o interesan a la población relacionadas con la salud, de la mano de expertos en las mismas, para aportar una visión documentada y atractiva y como explicó su promotora y directora de RSC del hospital madrileño, Aurora Herraiz.
El debate "Pantallas y salud: desvelando los riesgos” permitió a los asistentes ampliar sus conocimientos sobre este problema, las formas de detectarlo y algunas estrategias para abordarlo. El debate contó con la participación de Marc Masip, psicólogo experto en adicción a las nuevas tecnologías y fundador de Desconecta y del Dr. Enrique Baca, jefe del Departamento de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz y catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.
Las pantallas no so malas, lo perjudicial es usarlas de manera incorrecta
“Hay que separar las tecnologías del análisis de los usos positivos o negativos de las mismas”, comenzó el Dr. Baca, avanzando ya una de las principales conclusiones del encuentro: “Las pantallas, como cualquier tecnología o innovación, no son intrínsecamente malas; lo perjudicial es usarlas mal porque pueden tener consecuencias negativas para la salud. Y lo cierto es que cada vez las usamos peor”.
“Hay que utilizar las pantallas -aseveró, pero hay que utilizarlas bien; es decir, de forma respetuosa con los que están a nuestro alrededor (si estamos acompañados, no debemos de mirarlo), sin que interfieran con nuestras funciones fisiológicas básicas (comer, dormir y relacionarnos con otras personas) y, en el caso de los niños, con una supervisión”.
Masip señaló que hay aplicaciones de esta tecnología que resultan beneficiosas, como en el ámbito laboral o el ocio, sin embargo, el uso excesivo o incorrecto “afecta a la educación (repercute en aspectos como la memoria, la capacidad crítica o el rendimiento escolar, entre otras), a la salud emocional (autoestima, intolerancia a la frustración…), al ámbito familiar (falta de conexión con el entorno y allegados) y al individuo en sociedad (dificulta o distorsiona las relaciones sociales…)”. Consecuencias a las que Baca añadió las fisiológicas (problemas de sueño, trastornos de la alimentación, etc) y las mentales (afecta a la atención y puede favorecer pautas de acoso y conductas o intentos autolesivos o suicidas).
El uso excesivo de estos dispositivos restan interés, tiempo y capacidad para invertir en otras actividades más saludables
Llegados a este punto, ambos expertos coincidieron en que “la mejor estrategia pasa por la prevención”, el cambio consciente de hábitos y la aplicación de pautas adaptadas a cada edad.
Una receta que se traduce, en el caso de los pequeños, en supervisión, normas de uso y límites, “necesarios y positivos en estas edades”, como recordó el jefe del Departamento de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz, para intentar cumplir en el mayor grado posible las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) -ningún contacto con pantallas por debajo de los 2 años; no más de 1 hora al día entre los 2 y los 4, y 2 horas máximo hasta los 17-.
Con respecto a los adolescentes, y teniendo en cuenta que España es el país europeo con más adicción a Internet, afectando a un 21,3% frente al 12,7% de media en el continente -situación que la pandemia por la Covid-19 contribuyó a agravar-, la educación es la estrategia que más se acerca a la solución para “no confundir dato con información, conocimiento y sabiduría”, advirtió Baca. Un ámbito en el que Masip planteó vías no exentas de controversia, como negociar con los jóvenes contratos tecnológicos en los que los castigos estén relacionados con el veto a las pantallas, pero los premios, en cambio, sean analógicos, “volver a la educación sin pantallas” e, incluso, plantear ciertas regulaciones en los entornos académicos o laborales, y normas de conducta en el domicilio. Y, por supuesto, el polémico establecimiento de la edad mínima de acceso al primer dispositivo propio, “tan necesario como el socialmente aceptado para conducir un vehículo, fumar o beber alcohol, pero más difícil de marcar para los padres”.
España es el país europeo con más adicción a Internet
Finalmente, no hay que olvidarse de la población adulta, conectada permanentemente al smartphone, y no solo por motivos laborales, y a quien también hay que orientar para que se aplique las medidas autorreguladoras y recetas que prescribe a sus hijos. “Hay que educar con el ejemplo”, aseveró Baca, invitando a los asistentes al debate a seguir hábitos saludables tan sencillos como insonorizar y guardar el móvil en cajón a partir de determinada hora de la noche para disfrutar de la compañía física y real de nuestros familiares y seres queridos; y de paso, de un sueño reparador. Porque, “por muchas pantallas, tecnologías e inteligencias artificiales que lleguen, una mirada, un abrazo, el cariño, el amor, el enfado seguirán siendo insustituibles; y el ser humano será siempre más potente”, concluyó Masip.