El síndrome de sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado o más conocido como SIBO correspone a la presencia de bacterias en el intestino delgado proximal o a la colonización por bacterias anormales, como puede ser bacterias productoras de hidrógeno, del metano o ambas. El intestino delgado, por norma general, no suele tener colonización bacteriana, salvo pequeñas colonias fermentadoras, en cambio, el intestino grueso sí tiene mayor cantidad.
"El sobrecrecimiento de bacterias productoras de hidrógeno (SIBO) o el sobrecrecimiento metanógeno intestinal (IMO) puede producirse si esas bacterias colónicas han migrado o simplemente es debido a una permeabilidad intestinal afectada", explican las expertas del máster universitario de Alimentación Saludable y Sostenible y del máster universitario de Alimentación en la Actividad Física y el Deporte de la UOC.
Los princiaples problemas de SIBO/IMO pueden estar relacionados con los nutrientes mal absorbidos y cambios de permeabilidad o con las consecuencias nutricionales de malabsorción. "En el primer caso, los más comunes son dolor abdominal, diarrea o deposiciones alternantes, heces pálidas, distensión absominal, flatulencias y eructos. También esteatorrea (más grave) y algunos signos de intolerancia a la lactosa", señala Martínez.
Por otro lado, las consecuencias nutricionales de mala absorción puede provocar una lesión epitelio intestinal, disminución de la ingesta de alimentos por la presencia de síntomas gastrointestinales, deficiencia de B12 y anemia, absorción deficiente de vitaminas A, D y E. El Sibo también puede provocar efectos sistméticos de la inflamación y activación inmunitaria, como dolor corporal y fatiga.
El SIBO/IMO podría afectar hasta un 15 % de la población sana
Según explica Retana, la mayoría de los pacientes refieren mala tolerancia a casi todos los alimentos, dando como consecuencia efectos psicológicos (ansiedad, estrés, depresión) y de aislamiento social. Los síntomas crónicos mencionados previamente (dolor abdominal, distensión, diarrea o estreñimiento) pueden causar malestar constante y la fatiga y la debilidad provenida de la malabsorción puede limitar la capacidad de realizar actividades diarias.
"Tras identificar síntomas compatibles en la consulta, se realizan pruebas de laboratorio (anemia, vitamina B12, etc.), pruebas radiológicas (anomalías anatómicas) y de cuantificación del crecimiento bacteriano (muy costosa). También se recomienda hacer una prueba de lactulosa, que es un método menos invasivo y costoso que consiste en pruebas de aliento de hidrógeno y metano", explican las expertas.
Una vez obtenidos los resultados, tanto positivos como negativos, es conveniente consultar a un médico de medicina general para la puesta en marcha de un tratamiento farmacológico, un tratamiento probiótico (evidencia limitada) y la realización de pruebas de valoración final. "A veces los pacientes ya vienen diagnosticados y en ese caso se procede directamente con la pauta dietética", añaden las nutricionistas.
Para Martínez y Retana, algunos de los factores de riesgo que aumentan la probabilidad de desarrollar SIBO son la disminución en la secreción del jugo gástrico, la motilidad intestinal disminuida, el aumento en la respuesta inmune, las alteraciones de la anatomía intestinal, la obstrucción, divertículos y complicaciones postoperatorias, la insuficiencia pancreática exocrina, la pancreatitis crónica o fibrosis quística y el aumento de la edad.
El SIBO a menudo acompaña a otras afecciones gastrointestinales. "Numerosos estudios describen la aparición simultánea de SIBO y SII, siendo ambos trastornos estimuladores del sistema inmunológico, lo que hacen que aumenten las citoquinas proinflamatorias en la mucosa intestinal, aumentando así su permeabilidad", prosigue Martínez.
El SIBO a menudo acompaña a otras afecciones gastrointestinales
"Una mayor incidencia de SIBO también se asocia con enfermedades inflamatorias intestinales y con la enfermedad de Crohn en concreto", remarca Martínez Las investigaciones sugieren que el SIBO puede acompañar también a la enfermedad celíaca, siendo los problemas de motilidad intestinal durante la enfermedad celíaca los causantes del crecimiento excesivo de bacterias.
Existen las bacterias por hidrógeno (del género Streptococcus, Staphylococcus, Bacteroides o Lactobacillus) en ese caso hablamos de SIBO, y las bacterias por metano y por ello hablamos de IMO (producido principalmente por Methanobrevibacter smithii). Incluso puede haber un sobrecrecimiento de hongos en el intestino delgado, en cuyo caso hablamos de SIFO. Dependiendo de tal diagnóstico se personaliza el tratamiento antibiótico.
La alimentación juega un papel muy importante en el manejo del SIBO. El abordaje nutricional es esencial para evitar la desnutrición, pérdida de peso y deficiencia de nutrientes. El objetivo de la pauta nutricional es conseguir un alivio sintomático y eliminar el crecimiento bacteriano excesivo. "En este sentido, la dieta baja en FODMAP (oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables) es una de las pautas nutricionales que da mejores resultados, ya que las bacterias mueren por inanición", apunta Retana.
La principal recomendación es restringir el consumo de alimentos que contienen FODMAP, como por ejemplo, ajo, cebolla, pimiento verde, manzana, melon, sandia, lácteos, etc. Es muy importante hacer una valoración precisa para contabilizar bien los alimentos que contienen fodmap (fructosa, lactosa, manitol, sorbitol, GOS y fructanos) en el computo total del diseño de la dieta elaborada.
"Para ello, se recomienda seguir un protocolo de cuatro meses con cinco fases: fase estricta 1, fase estricta 2, fase de reintroducción 1 y reintroducción 2 y, por último, una dieta personalizada equilibrada. Todo ello con una atención médica continuada y con la exclusión temporal de alimentos con FODMAP (no más de 6 u 8 semanas)", concluyen las expertas.