La vacuna contra la COVID-19 desarrollada por el Instituto Gamaleya de Moscú (Rusia), Sputnik, ha demostrado una eficacia del 97,2% durante la campaña de vacunación desarrollada en Bielorrusia, según los datos ofrecidos por el Fondo de Inversiones Directas de Rusia (RDIF), administrado por el Gobierno.
El pasado mes de abril las autoridades sanitarias rusas informaban de que la vacuna reportaba una eficacia del 97,6%. Según los datos de 3,8 millones de rusos vacunados con ambas dosis de Sputnik V desde el 5 de diciembre de 2020 hasta el 31 de marzo de 2021, la tasa de infección a partir del día 35 desde la fecha de la primera inyección fue solo del 0,027 por ciento.
A principios del pasado mes de febrero la revista The Lancet publicaba los resultados relativos a la fase final del ensayo clínico del suero confirmando su elevada eficacia: 92%.
En agosto de 2020 el presidente de Rusia, Vladimir Putin, sorprendía al mundo anunciando la primera vacuna contra la COVID-19. Detrás del desarrollo de esta vacuna se encuentra el Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Moscú con la financiación del Fondo de Inversión Directa de Rusia. La noticia se hacía pública antes de concluir la fase III de los ensayos clínicos.
La Sputnik V se basa en instrucciones genéticas del virus para armar la proteína de espiga
De acuerdo a los datos preliminares ofrecidos por las autoridades rusas, su vacuna ofrecía una eficacia del 91,4%. Unas informaciones muy criticadas por la comunidad científica internacional ante el secretismo con el que la vacuna ha sido desarrollada. La Sputnik V se basa en instrucciones genéticas del virus para armar la proteína de espiga. Sin embargo, a diferencia de las vacunas desarrolladas por Pfizer/BioNTech y Moderna que almacenan las instrucciones en ARN mensajero (monocatenario o de una sola cadena), la vacuna rusa utiliza ADN bicatenario.
Los investigadores responsables de su creación han desarrollado la vacuna partiendo de distintos tipos de adenovirus, un grupo de virus que pueden infectar las membranas de las vías respiratorias, ojos, intestinos, vías urinarias o el sistema nervioso. En este caso se han utilizado los adenovirus que provocan el resfriado común. Agregaron el gen de la proteína de espiga del SARS-CoV-2 a dos tipos de adenovirus: el Ad26 y el Ad5. Estos han sido modificados para que cuenten con capacidad para invadir las células humanas, pero no pueden replicarse.