Durante los primeros meses de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, la comunidad científica internacional alertaba de forma constante sobre el peligro que representaba el contagio a través del contacto con superficies que pudieran estar contaminadas por el virus. El conocimiento sobre este ha ido incrementándose y la evidencia sugiere en estos momentos que la principal vía de propagación son los aerosoles a través de las gotitas que exhalamos al hablar, toser o estornudar y que son inhaladas. Motivo por el que la desinfección de las superficies puede no tener un impacto significativo a la reducir el riesgo de contagio en espacios interiores.
En la memoria de todos están las imágenes en las que equipos de desinfección desinfectaban concienzudamente espacios públicos, autobuses, metro, trenes, centros comerciales y centros hospitalarios. Incluso hemos sido testigos de la fumigación de calles y ciudades con el único propósito de erradicar la presencia del virus. Pero los científicos dicen que, actualmente, hay poca o ninguna evidencia de que las superficies contaminadas puedan propagar el virus de forma eficiente. En grandes espacios interiores como por ejemplo los aeropuertos, con gran afluencia de gente, el virus que exhalan los infectados y que permanece suspendido en el aire es un peligro mucho mayor que el contacto con superficies contaminadas.
Por supuesto, estas afirmaciones no van en contra de algunas medidas higiénicas que son fundamentales para controlar la propagación del virus y evitar contagios. Hablamos por ejemplo del lavado frecuente de manos con agua y jabón o el uso de geles desinfectantes. Lo que los científicos indican es que limpiar las superficies hace poco a la hora de mitigar la amenaza del virus en espacios interiores por lo que las recomendaciones ahora se orientan a la mejora de los sistemas de ventilación y de filtración del aire en interiores.
“En mi opinión, se está desperdiciando mucho tiempo, energía y dinero en la desinfección de superficies y, lo que es más importante, en desviar la atención y los recursos para evitar la transmisión aérea”, explica en The New York Times el doctor Kevin P. Fennelly, especialista en infecciones respiratorias de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.
Partiendo de estas declaraciones ponemos el foco en Hong Kong con más de 7,5 millones de habitantes y una larga historia de brotes de enfermedades infecciosas. Las autoridades de su aeropuerto han establecido un estricto sistema de desinfección donde llama la atención una especie de cabina de desinfección en la que se desinfecta a todo el personal. Un sistema pionero en el mundo según las autoridades y que tiene por objetivo hacer de su aeropuerto uno de los más seguros del mundo.
Lo que los científicos indican es que limpiar las superficies hace poco a la hora de mitigar la amenaza del virus en espacios interiores por lo que las recomendaciones ahora se orientan a la mejora de los sistemas de ventilación y de filtración del aire en interiores
Este tipo de acciones resultan reconfortantes para la sociedad ya que parece que las autoridades sanitarias y los gobiernos ponen todo su empeño en combatir la pandemia. Pero están creando una falsa sensación de seguridad. Shelly Miller, experta en aerosoles de la Universidad Boulder de Colorado, explica en la citada cabecera que esta cabina no tiene sentido práctico desde el punto de vista del control de las infecciones.
Los virus se emiten a través de acciones que permiten la exhalación de gotitas respiratorias al aire tales como hablar, toser, estornudar, gritar o cantar. Además, la mayoría de los desinfectantes están fabricados con químicos que pueden ser tóxicos y pueden afectar de forma significativa a la calidad del aire y nuestra salud comenta Miller.
Una gran variedad de enfermedades respiratorias, incluido el resfriado común, están causadas por gérmenes que pueden propagarse a través de superficies contaminadas. Cuando se inició la pandemia del SARS-CoV-2 resultaba lógico pensar que las superficies contaminadas eran uno de los principales mecanismos de propagación del virus. Los estudios pronto descubrieron que el virus podía sobrevivir en algunas superficies como el plástico o el acero hasta tres días. Una ampliación de estos estudios demostraba más tarde que la mayoría de los fragmentos del virus que logran sobrevivir en superficies no resultaban infecciosos.
Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) enfatizó que la transmisión a través de superficies suponía un elevado riesgo y que la propagación a través del aire solo preocupaba cuando los trabajadores sanitarios se encontraban en determinadas circunstancias muy expuestos a los aerosoles de los pacientes infectados. Meses después afirmaba que no podía concluir la evidencia de la propagación a través de superficies.
“La transmisión a través de superficies fue leve con el SARS original. No hay razón para esperar que un pariente cercano como el SARS-CoV-2 se comporte de forma diferente”
El pasado mes de julio The Lancet publicada un estudio en el que se argumentaba que algunos científicos habían exagerado el riesgo de infección por coronavirus a través de superficies sin considerar la evidencia científica de estudios estrechamente relacionados como los efectuados sobre el SARS en 2002 y 2003. “La transmisión a través de superficies fue leve con el SARS original. No hay razón para esperar que un pariente cercano como el SARS-CoV-2 se comporte de forma diferente”, asegura en The New York TimesEmanuel Goldman, microbiólogo de la Universidad de Rutgers. Tras la publicación del estudio en The Lancet Rutgers y más de 200 científicos rubricaron una misiva solicitando a la OMS que reconociera los riesgos de transmisión e infección por aerosoles del SARS-CoV-2 en interiores.
El pasado mes de octubre los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), que habían sostenido desde el mes de mayo que las superficies “no son la principal forma de propagación del virus”, aseguraban que la transmisión a través de gotitas respiratorias infecciosas “eran la principal vía de transmisión”.
Para entonces, el hábito de desinfectar y limpiar cualquier superficie antes de tocarla ya estaba ampliamente extendido en todo el mundo. Cierto es que la desinfección de las superficies no es nada malo y contribuye a evitar posibles contagios. Lo que se quiere expresar a través de los estudios referidos en estas líneas es que las superficies no son la principal vía de contagio y deberían aumentarse los esfuerzos para mejorar los sistemas de ventilación y filtración del aire en espacios interiores, así como apostar, siempre que se pueda, por la ventilación natural para reducir el riesgo de contagio. Más si cabe en invierno cuando nuestras actividades al aire libre se ven drásticamente reducidas.