La fotografía actual que observamos de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha variado sustancialmente a lo largo de los últimos meses. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informaba el pasado 13 de abril de que la cifra global de casos de Covid-19 ha continuado disminuyendo por tercera semana consecutiva. Concretamente, se ha experimentado un descenso del 24% entre el 4 y el 10 de abril, en comparación con la semana anterior.
Un escenario en el que gracias a las elevadas tasas de cobertura vacunal en cada vez un mayor número de países y la inmunidad generada por las ingentes infecciones causadas por Ómicron (B.1.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica), están posibilitando la eliminación de la práctica totalidad de las restricciones establecidas.
Pero la pandemia no ha terminado. Nos encontramos en un escenario en el que todos tenemos que aprender a convivir con el virus atendiendo a cuestiones de vital importancia como el Covid prolongado. Las estimaciones de la OMS indican que entre el 10-20% de las personas infectadas desarrollan síntomas recurrentes y secuelas como consecuencia de la enfermedad. Unos porcentajes que varían ya que algunos estudios lo elevan por encima del 30%.
“La fatiga prolongada por Covid-19 puede estar relacionada con una disfunción autonómica, deterior cognitivo y disminución del estado de ánimo. Esto puede sugerir una fisiopatología límbico-vagal”
Nos enfrentamos a un preocupante problema de salud pública en el que destaca un síntoma recurrente por encima del resto: la fatiga. Así lo sugiere un reciente estudio cuyos resultados han sido publicados en Clinical Infectious Diseases. Este trabajo ha contado con una muestra de 141 individuos con una edad media de 47 años que habían cursado la infección por SARS-CoV-2 de forma leve. El tiempo medio de evaluación de los pacientes tras el diagnóstico de Covid-19 fue de ocho meses. Todos los casos presentaban fatiga significativa.
Partiendo de este punto los autores de la investigación realizaron una evaluación multidimensional evaluando varios parámetros entre los que se incluyeron pruebas para analizar la capacidad pulmonar y pruebas de ejercicio cardiopulmonar con el objetivo de evaluar los factores de riesgo de una fatiga significativa tras superar la infección.
Las personas con este síntoma persistente reportaron una peor calidad del sueño y mayor grado de depresión. Su frecuencia cardíaca era significativamente más baja [153,52 (22,64) frente a 163,52 (18,53)], así como un menor consumo de oxígeno por kilogramo durante la fase de ejercicio máximo [27,69 (7,52) frente a 30,71 (7,52)].
Los dos factores de riesgo independientes identificados para la fatiga en este análisis multivariable fueron la frecuencia cardíaca máxima durante el periodo en el ejercicio y el deterioro de la memoria a largo plazo.
“La fatiga prolongada por Covid-19 puede estar relacionada con una disfunción autonómica, deterior cognitivo y disminución del estado de ánimo. Esto puede sugerir una fisiopatología límbico-vagal”, concluyen los autores del estudio.