Cada vez son más los países que inician sus campañas de vacunación contra la Covid-19. Actualmente, en función de las naciones que observemos, son ya varias las vacunas que se están administrando tras recibir las autorizaciones de emergencia correspondientes por parte de los reguladores pertinentes. Pero lo cierto es que el camino que todavía por recorrer para acabar con la pandemia es largo. Más si tenemos en cuenta que la velocidad de vacunación en estas primeras semanas está lejos de ser la esperada en la mayoría de naciones.
Deberemos continuar conviviendo con el virus durante muchos meses más. Motivo por el que no debemos olvidar todas y cada una de las medidas de prevención que venimos aplicando. Entre estas sin lugar a dudas la gran estrella es el uso de las mascarillas, uno de los pilares de todas las estrategias de control de la enfermedad. La necesidad de su uso se hizo evidente a través de multitud de estudios realizados desde marzo de 2020. Los informes describían las altas tasas de diseminación viral del SARS-CoV-2 a través de la boca y de la nariz a través de los infectados preasintomáticos o asintomáticos, equivalentes en términos infecciosos a las tasas emitidas por los pacientes sintomáticos.
La evidencia anterior procedente del estudio de otros virus respiratorios indica que el uso de mascarillas no solo reduce las posibilidades de que contagiemos a otras personas, sino que evitan que nosotros mismos nos infectemos al bloquear la entrada de partículas virales a través de la boca y de la nariz.
Las investigaciones epidmeiológicas realizadas en todo el mundo, especialmente en los países asiáticos en los que el uso de las mascarillas está más extendido, sugieren una fuerte relación entre el uso de las mascarillas y el control de las epidemias, como sucedió con la pandemia de SARS de 2003.
El uso de mascarillas no solo reduce las posibilidades de que contagiemos a otras personas, sino que evitan que nosotros mismos nos infectemos al bloquear la entrada de partículas virales a través de la boca y de la nariz
Diversos estudios cuyos datos han sido publicados por New England Journal of Medicine revelan que el uso de mascarillas puede reducir incluso la gravedad con la que se cursa la Covid-19. Esta posibilidad se sustenta sobre estudios que demuestran que la gravedad de la enfermedad es proporcional al inóculo viral recibido.
Dado que las mascarillas pueden filtrar algunas gotitas exhaladas al hablar, respirar, toser o estornudar y que contienen carga viral, el uso de mascarillas puede reducir el inóculo viral que recibe la persona expuesta. Si esta teoría se confirma, el uso generalizado de las mascarillas en toda la población podría contribuir a aumentar el número de infecciones por SARS-CoV-2 que se cursan con menor gravedad o de forma asintomática. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), han estimado que la tasa típica de infección asintomática por SARS-CoV-2 era del 40% a mediados del mes de julio. Un porcentaje que supera el 80% en entornos en los que el uso de mascarillas es generalizado y constante.
Los países que han optado por decretar el uso obligatorio de las mascarillas en toda su población han obtenido mejores resultados en términos de tasas graves de enfermedades relacionadas con la Covid-19 y las cifras de fallecidos.
El mecanismo más obvio para evitar que la sociedad sufra los efectos devastadores de la Covid-19 es la adopción de medidas orientadas tanto a frenar la transmisión como a reducir la gravedad de la enfermedad. Pero el SARS-CoV-2 es altamente transmisible y resulta muy complicado de erradicar por lo que los esfuerzos no deben focalizarse únicamente en los infectados que presentan sintomatología.
Los CDC indican que su hipótesis de un uso generalizado de las mascarillas como mecanismo para reducir el porcentaje de infecciones graves y aumentar el número de asintomáticas requiere de investigaciones más profundas que comparen las tasas de infección asintomática en áreas con y sin uso generalizado de mascarillas. En última instancia, la lucha contra la pandemia implicará reducir tanto la tasa de transmisión como la gravedad de la enfermedad y, la creciente evidencia sugiere que el uso de mascarillas en toda la población reportaría beneficios en ambos elementos.