El 25 de noviembre de 2021 el Instituto Nacional de Enfermedades Transmisibles de Sudáfrica (NICD, por sus siglas en inglés) comunicaba la identificación de una nueva variante del SARS-CoV-2. El mundo asistía al nacimiento de B.1.1.529, denominada de forma provisional y de acuerdo con el sistema de nomenclatura fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como “Nu”. Este hallazgo era confirmado por la agencia de salud de la ONU el 26 de noviembre.
Rápidamente y gracias a los esfuerzos de secuenciación genómica, la evidencia disponible sobre la nueva variante fue compartida por científicos de Botsuana, Hong Kong y Sudáfrica. Toda la información disponible fue analizada y discutida en una reunión especial organizada por el Grupo Asesor Técnico para la Evolución del Virus (TAG-VE, por sus siglas en inglés) de la OMS.
Los participantes en la referida reunión mostraron su preocupación ante el elevado número de mutaciones presentes en B.1.1.529. Esta nueva variante difería significativamente de sus predecesoras lo que reflejaba la capacidad evolutiva del virus. Pocas horas después la OMS declaraba la nueva variante como “de preocupación” atendiendo a sus características que indicaban que el mundo iniciaba una nueva fase de la pandemia y que debíamos prepararnos ante una cara del coronavirus hasta ahora, desconocida.
B.1.1.529 fue bautizada oficialmente como Ómicron y en pocos días dejó claro que su capacidad de transmisión era mucho más elevada que la hasta ese momento dominante Delta (B.1.617.2, detectada originalmente en India). Apenas bastaron cuatro semanas para que Ómicron se erigiera como la nueva variante dominante a nivel global.
Apenas bastaron cuatro semanas para que Ómicron se erigiera como la nueva variante dominante a nivel global
El cambio de tendencia epidemiológico se producía en un contexto global en el que las campañas de vacunación masiva contra la Covid-19 continuaban avanzando. Tras los momentos más críticos de la pandemia, los países se encontraban en un punto en el que habían aprendido a mantener a raya al virus gracias a las medidas sociales, de salud pública e intervenciones no farmacológicas. Pero la rápida expansión de Ómicron provocó un rápido aumento de los casos en todo el mundo y el precio lo pagaron aquellos que presentaban un mayor riesgo, pero no estaban vacunados, así como los grupos más vulnerables. Varias regiones del mundo reportaron preocupantes tasas de hospitalizaciones y decesos.
La velocidad de propagación de Ómicron fue tal que la OMS y sus socios han estimado que en marzo de 2022 el 90% de la población mundial presentaba anticuerpos contra el virus, bien por la infección natural o a través de la vacunación. A pesar del elevado número de casos, la comunidad científica trataba de dar respuesta a una incógnita: ¿por qué la enfermedad provocada por la infección por Ómicron era menor que la causada por su predecesora, Delta?
La OMS explica que en la respuesta a esta pregunta intervienen varios factores. El primero de ellos es que el virus se replica de forma más eficiente en las vías respiratorias superiores, lo que evita que la infección afecte de forma directa a las vías respiratorias inferiores lo que reduce significativamente la gravedad de la infección. Se suma el hecho de las elevadas tasas de cobertura vacunal contra la Covid-19 que ya se reportaban en el momento en el que Ómicron fue descubierta. Buenas noticias, pero el SARS-CoV-2 nos recordaba una vez más que no debemos bajar la guardia.
"Si el virus cambiara significativamente, en el caso de que una nueva variante causara una enfermedad más grave o si las vacunas ya no previnieran la enfermedad grave y muerte, el mundo tendría que reconsiderar su respuesta"
A pesar de que las vacunas contra la Covid-19 que hasta ese momento habían recibido la autorización condicional de emergencia por parte de los reguladores pertinentes, continuaban siendo seguras y eficaces, la creciente evidencia científica comenzó a revelar una reducción de la efectividad de los sueros frente a las infecciones provocadas por Ómicron, aunque a diferentes velocidades. En este sentido la OMS recalca que la protección mediada por las vacunas contra la hospitalización y muerte se ha mantenido alta lo que ha evitado que la propagación de Ómicron provocase la pérdida de millones de vidas en todo el mundo. Ante esta fotografía la comunidad científica ha logrado, de nuevo, responder en tiempo récord, y el mundo ya cuenta con una serie de vacunas adaptadas a los nuevos linajes derivados de Ómicron.
Un año después de la aparición de la variante Ómicron se ha confirmado la circulación de más de 500 sublinajes, pero ninguno ha sido designado hasta la fecha como variante de preocupación. Hasta el momento, estos sublinajes tienen en común que son altamente transmisibles, se replican en el tracto respiratorio superior, tienen a causar enfermedades menos graves en comparación con las variantes predecesoras y presentan mutaciones que elevan con mayor facilidad su capacidad de escape inmunitario. En conjunto, estas características muestran que todos estos sublinajes son similares en términos de impacto sobre la salud pública y en la repuesta que se necesita para hacerles frente.
“Si el virus cambiara significativamente, en el caso de que una nueva variante causara una enfermedad más grave o si las vacunas ya no previnieran la enfermedad grave y muerte, el mundo tendría que reconsiderar su respuesta. En ese caso, tendríamos una nueva variante de preocupación y, con ella, nuevas recomendaciones de la OMS”, expone la agencia de salud de la ONU. En este sentido la OMS destaca que, en colaboración científicos y profesionales de la salud pública de todo el mundo, continúa monitorizando las variantes circulantes del SARS-CoV-2 en busca de posibles cambios.
En este sentido critican el descenso en el número de pruebas diagnósticas y secuenciación que se ha producido, ya que esto supone un problema a la hora de conformar la realidad epidemiológica del virus. “Si bien podría ser difícil evitar que surja una nueva variante, la detección rápida y el intercambio de información significan que se puede minimizar su impacto en nuestras vidas”, concluye la OMS en su informe publicado con motivo del primer aniversario de la variante Ómicron.