A principios del pasado mes de enero la Organización Mundial de la Salud convocó una reunión para discutir, entre otras cosas, las pautas que deben seguirse a la hora de nombrar a las variantes del SARS-CoV-2 que están apareciendo. Aunque para muchos pueda parecer un problema nimio dada la magnitud de la crisis sanitaria provocada por la pandemia, lo cierto es que los expertos consideran primordial la necesidad de alcanzar un consenso al respecto. Ante la laguna existente en este aspecto, los investigadores están empleando sus propias nomenclaturas.
De esta forma la variante del SARS-CoV-2 identificada originariamente en Reino Unido ha sido bautizada como B.1.1.7, mientras que la sudafricana es conocida en la comunidad científica como 501Y.V2. En el caso de la nueva variante identificada en Brasil se utiliza la denominación P.1. En el caso de la B.1.1.7 el Public Health England ha recurrido a una nueva nomenclatura: VOC 202012/01, en la que VOC puede traducirse como “variante de preocupación” y los números hacen referencia al mes y año del descubrimiento.
Estas denominaciones empleadas por la comunidad científica pocas veces son utilizadas por los medios de comunicación, profesionales sanitarios o políticos, por lo que se decantan por referirse a estas variantes recurriendo a los lugares en los que fueron detectadas por primera vez. De este modo nos encontramos con alusiones a las variantes británica, sudafricana y brasileña.
Nos encontramos ante una práctica normalizada ante la dinámica constante de actualización de datos en la que nos encontramos inmersos día tras día. Pero lo cierto es que conectar el virus con espacios geográficos concretos resulta peligroso. ¿El motivo? La estigmatización que se puede hacer de las personas residentes en esas áreas.
Es necesario recalcar que el hecho de que, por ejemplo, la B.1.1.7 fuese detectada en Reino Unido en origen, no descarta que contagiados con esa variante puedan llegar a través de estas zonas. Vivimos en un mundo globalizado e interconectado y la velocidad con la que estos conceptos se relacionan a nivel global ha quedado más que demostrada con la rápida expansión de la pandemia. En el caso de la B.1.1.7 el primer caso detectado fue en Kent el 20 de septiembre de 2020. Para el mes de noviembre, alrededor de una cuarta parte de los nuevos casos de Londres estaba provocado por esta nueva cepa. Esto significa que cuando el primer ministro británico, Boris Johnson, se dirigió a la nación el 19 de diciembre de 2020 para anunciar severas medidas para contener el virus y la nueva variante, habían transcurrido varios meses en los que la B.1.1.7 pudo extenderse por el mundo.
Hace apenas seis años que la OMS introdujo nuevas directrices para poner fin a una práctica ya tradicional basada en asociar enfermedades virales con regiones, personas o culturas en los que se produjeron los primeros brotes
El trabajo centrado en nombrar nuevas enfermedades virales es relativamente nuevo. Hace apenas seis años que la OMS introdujo nuevas directrices para poner fin a una práctica ya tradicional basada en asociar enfermedades virales con regiones, personas o culturas en los que se produjeron los primeros brotes. A través de esta técnica hoy hablamos del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio o del virus Zika (nombre que recibe un bosque radicado en Uganda).
Unas pautas que estaban dirigidas a proteger a las personas que viven en los lugares en los que se producen los primeros brotes y reforzar la sensación de necesidad de estar alerta y cumplir con las medidas y recomendaciones realizadas por las autoridades sanitarias. Unas pautas que únicamente se empleaban para el nombramiento primario de enfermedades, pero no se contemplan para las nuevas variantes que puedan surgir.
La situación es confusa y puede complicarse en cualquier momento en caso de surgir nuevas variantes. Hecho sobre el que los expertos no descartan ninguna posibilidad ya que sería el comportamiento natural de los virus. Estos nombres no solo son contradictorios, sino que son casi imposibles de retener y asociar para todos aquellos que no sean especialistas.
Los responsables del nuevo sistema de nomenclatura de las variantes del SARS-CoV-2 deben trabajar sobre elementos estandarizados. Cada vez son más las voces que instan a políticos y medios de comunicación a evitar el uso de las referencias geográficas. Al inicio de la pandemia todos recordamos que muchos se referían al SARS-CoV-2 y a la enfermedad que provoca, la Covid-19, como “el virus chino”. Una expresión con altas connotaciones xenófobas en muchos casos y que se empleaba para culpar de forma “velada” a China como responsable de la pandemia.
Motivo por el que se recomienda a los medios de comunicación, políticos y autoridades sanitarias a referirse a las variantes con expresiones como “una variante llamada B.1.1.7 identificada en Reino Unido a finales de 2020”. Una fórmula menos atractiva desde el punto de vista la atención mediática, pero sin duda mucho más precisa y menos conflictiva.
El sistema de denominación de las nuevas variantes es urgente. A mediados de 2020 se habían identificado alrededor de 35.000 secuencias genómicas completas o casi completas del SARS-CoV-2. Un número que continúa creciendo como también sucederá probablemente con las nuevas variantes que acaban despertando nuestra preocupación.