La comunidad científica internacional se encuentra inmersa en una carrera contrarreloj para conseguir desarrollar una vacuna eficaz y segura contra la Covid-19, enfermedad provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Al margen de los posibles candidatos a vacuna que se encuentran ya en las fases finales de los correspondientes ensayos clínicos, queremos poner el foco en una forma más silenciosa que ya se ha empleado durante décadas para combatir enfermedades y que podría contribuir a la lucha contra la peor pandemia que ha vivido el mundo en al menos los últimos 100 años.
Los resultados obtenidos por distintos estudios realizados por varios equipos de investigadores de Estados Unidos e Israel han hallado que en lugares con elevadas tasas de vacunación contra la tuberculosis la propagación de la Covid-19 y la tasa de mortalidad son más reducidas. Pero, se supone que las vacunas no funcionan de esta manera, o al menos según se establece en la vacunología clásica.
La bacteria que causa la tuberculosis y el nuevo coronavirus son patógenos completamente diferentes y sus correspondientes vacunas son, por definición de su propio diseño, muy específicas. Su especificidad está relacionada con sus efectos duraderos ya que las vacunas involucran la rama adaptativa del sistema inmunológico: los linfocitos B y T y los anticuerpos reconocen a un determinado patógeno. Algunos de estos linfocitos se convierten en las denominadas como “células de memoria” que persisten durante meses e incluso años equipando al organismo con la capacidad de generar respuestas más rápidas y fuertes en caso de que el patógeno se presente de nuevo.
“Durante mucho tiempo se ha pensado que esta era la única forma en la que una respuesta inmune recuerda una infección, a través de los ‘linfocitos de memoria'”, explica en Quanta MagazineMihai Netea médico y especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Radboud (Países Bajos). Él es una de los que desafían el dogma establecido llamando la atención sobre el concepto de “inmunidad entrenada”.
La memoria entrenada es una forma de memoria exhibida por el sistema inmunológico de forma innata. Una rama antigua y menos estudiada que nuestras defensas y que evolucionó hace más de 500 millones de años. En los últimos años los científicos han comenzado a comprender cómo las células inmunes innatas, que son bastante inespecíficas y de corta duración, recuerdan antiguos invasores. Recientes investigaciones han hallado evidencias de que las manifestaciones patológicas de la inmunidad entrenada pueden estar involucrada ante enfermedades inflamatorias crónicas y trastornos neurodegenerativos.
A diferencia de los linfocitos B y T, que tardan un mayor tiempo en desplegar sus armas de inmunidad adaptativa de alta precisión, los macrófagos (su función se centra en fagocitar todos los cuerpos extraños que se introducen en el organismo como las bacterias) son como una especie de tropas de choque que se lanzan al campo de batalla. Los linfocitos tienen receptores que responden a exquisitos detalles moleculares sobre patógenos específicos, pero los macrófagos, los neutrófilos, células NK (Natural Killer) y otras células del sistema inmunológico dependen de un enfoque más directo y genérico. Están equipados con conjuntos de receptores de reconocimiento de patrones que identifican características moleculares comunes a muchos patógenos o células dañadas. Debido a estas características, las células inmunes innatas pueden atacar rápidamente a intrusos no deseados y a tejidos enfermos.
Recientes investigaciones han hallado evidencias de que las manifestaciones patológicas de la inmunidad entrenada pueden estar involucrada ante enfermedades inflamatorias crónicas y trastornos neurodegenerativos
Hecho que permite ganar tiempo para que las células B y T del sistema inmunológico adaptativo se multipliquen y ejecutar un ataque más preciso. Posteriormente algunos de estos linfocitos se quedan en la sangre y en la linfa como células de memoria, listas para renovar la carga si ese patógeno reaparece meses e incluso años más tarde. “Es en este recuerdo en el que se basan las vacuna”, explica Netea.
Cuando los macrófagos y otras células inmunes innatas responden a los patógenos, su ADN obtiene modificaciones epigenéticas que facilitan la activación de los genes que dirigen a la célula a producir receptores de reconocimiento de patrones y proteínas que combaten enfermedades. Las alteraciones del ADN actúan como marcadores que ayudan a las células a recuperar rápidamente esas instrucciones genómicas y llevarlas a cabo, no solo “para la infección a la que hicieron frente la primera vez, sino para cualquier infección”, asevera Netea.
De este modo si el patógeno vuelve a reaparecer, la célula ya está preparada para ofrecer una respuesta más rápida. Además, cuando las células inmunes innatas se dividen, transmiten estos marcadores de ADN epigenéticos a su progenie. Así es como la memoria entrenada puede persistir mientras depende de células que parecen tan efímeras: el registro de la experiencia de la lucha contra patógenos se transmite de una generación a otra.
Cuando las células inmunes innatas se dividen, transmiten estos marcadores de ADN epigenéticos a su progenie. Así es como la memoria entrenada puede persistir mientras depende de células que parecen tan efímeras
Aunque la inmunidad entrenada fue propuesta en origen como un método descriptivo sobre cómo las células inmunitarias innatas son capaces de recordar encuentros con patógenos anteriores, el fenómeno está apareciendo en células que, de forma tradicional, no se ven como parte del sistema inmunológico. Un estudio realizado en 2017 con ratones demostró como las heridas sanaron de forma más rápida en los animales que estuvieron expuestos previamente a un estimulante inflamatorio. Esta protección fue conferida por las células madre epiteliales.
También se está empezando a observar que la inmunidad entrenada no se limita a ofrecer una protección puramente genérica al cuerpo. Un estudio publicado el pasado mes de junio en Science realizado por investigadores de la Universidad de Pittsburgh reveló que los macrófagos y algunos glóbulos blancos son capaces de desarrollar memoria sobre infecciones relacionadas con proteínas específicas del complejo principal de histocompatibilidad utilizado por el sistema inmunológico para reconocer las propias células del cuerpo. Motivo por el que los investigadores sugirieron que la inmunidad entrenada podría ser un factor que no se está teniendo en cuenta como posible origen del rechazo de los órganos y tejidos trasplantados.
Estos resultados y otros apuntan a una posible desventaja de la inmunidad entrenada: algunos científicos creen que esta mayor sensibilidad del sistema inmunológico innato podría aumentar nuestra susceptibilidad a los trastornos autoinmunes e hiperproliferativos como cáncer.