Desde la detección de los primeros casos de Covid-19 en diciembre de 2019 en Wuhan (China), la secuenciación genómica del SARS-CoV-2 se ha erigido como una de las herramientas fundamentales a la hora de poder determinar cómo evoluciona el virus y las implicaciones que estos cambios tienen en materia de salud pública. Más de dos años han pasado ya desde que la cepa original comenzó a extenderse por el mundo y hoy son ya cinco las variantes de preocupación (VOC, por sus siglas en inglés) que han marcado las distintas olas de la pandemia. Hablamos de Alfa (B.1.1.7, detectada originalmente en Reino Unido), Beta (B.1.351, detectada originalmente en Sudáfrica), Gamma (P.1, detectada originalmente en Brasil), Delta (B.1.617.2, detectada originalmente en India) y Ómicron (B.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica).
Ómicron se erige como el mejor ejemplo de la evolución de la secuenciación en la pandemia. El 25 de noviembre un grupo de investigadores del Instituto Nacional de Enfermedades Transmisibles de Sudáfrica (NICD, por sus siglas en inglés) comunicaba la detección de esta nueva variante. En poco más de nueve semanas se había convertido en dominante a nivel global y causado más de 80 millones de contagios, más que el total registrado en 2020 según los datos hechos públicos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La rápida propagación de Ómicron encuentra su origen en su mayor capacidad de transmisión y escape inmunitario, aunque la creciente evidencia científica confirma que la enfermedad que provoca es más leve que las variantes predecesoras. En Sudáfrica, su veloz propagación no se ha traducido en esos primeros momentos en un pico de hospitalizaciones y muertes en comparación con las olas anteriores provocadas por las otras variantes de preocupación. Hecho que se ha repetido en la mayoría de los países en los que ha ido desplazando a Delta. ¿Se debe este patrón únicamente a las características intrínsecas de Ómicron?
A la hora de interpretar la gravedad que provoca la infección causada por Ómicron, un factor clave a tener en cuenta es el nivel de población que cuenta con inmunidad previa, bien por la vacunación contra la Covid-19 o tras haber conseguido superar la infección natural. Tal y como informan desde New England Journal of Medicine en Sudáfrica, tras tres olas provocadas por la cepa original (D614G), Beta y Delta, a mediados de noviembre de 2021 (periodo de aparición de Ómicron), el país reportaba un recuento de casos diario más bajo que en los primeros días de la pandemia. Un breve periodo sobre el que los expertos explican que se debió a una confluencia de varios factores siendo el principal la inmunidad con la que contaba ya en ese momento la población sudafricana.
A la hora de interpretar la gravedad que provoca la infección causada por Ómicron, un factor clave a tener en cuenta es el nivel de población que cuenta con inmunidad previa, bien por la vacunación contra la Covid-19 o tras haber conseguido superar la infección natural
No solo en términos de vacunación sino también mediante inmunidad natural, especialmente la generada durante el pico de contagios causado por Delta.
La fotografía que se reporta desde Sudáfrica es extrapolable al resto de países. El avance de Ómicron se ha traducido en cifras récord de nuevos contagios y ha hecho que las reinfecciones, casos prácticamente anecdóticos hasta la fecha, se incrementen. Pero no hemos asistido a abruptos pico de hospitalizaciones, ingresos en UCI y muertes.
Los expertos de la citada publicación explican que la tasa de letalidad es una medida clave a la hora de cuantificar la gravedad de la enfermedad, pero no todas las infecciones se registran y la proporción de casos que se detectan no es una constante a lo largo del tiempo. Motivo por el que debemos distinguir entre la referida tasa de letalidad y la tasa de mortalidad por infección, ya que es más probable que las infecciones que se registran sean aquellas más graves. En un contexto en el que la inmunidad de la población es elevada se complican las comparaciones de estos términos.
La evidencia que apunta a una menor gravedad de la enfermedad provocada por Ómicron se origina mediante la comparación de las infecciones producidas por esta variante con las originadas por las anteriores, especialmente Delta. La mayoría de las investigaciones han intentado ajustar las diferencias clave en las poblaciones infectadas relacionadas con la gravedad de la enfermedad, como la edad o el grado de inmunidad preexistente por vacunación o infección previa. Por norma general, la vacunación contra la Covid-19 está bien documentada, al contrario de lo que sucede con las infecciones marcadas por el infradiagnóstico.
El análisis publicado por New England Journal of Medicine pone el foco en la capacidad evolutiva del SARS-CoV-2. Los virus no evolucionan hacia una menor virulencia sino que sobreviven aquellos que más consiguen multiplicarse. En el caso de este coronavirus la mayor parte de la transmisión se produce antes de que la enfermedad se vuelva grave, por lo que es posible no se seleccione directamente la reducción de la gravedad. De hecho, las variantes anteriores con una transmisibilidad mejorada como Alfa o Delta parecen tener una gravedad intrínseca mayor que sus ancestros inmediatos o la variante dominante anterior.
En base a todo lo expuesto los autores del análisis concluyen que se necesitará más tiempo y comparaciones más precisas que atiendan de forma minuciosa factores como la edad, la inmunidad preexistente, el sesgo de detección de casos, retrasos en las notificaciones, capacidades asistenciales entre otros para determinar la virulencia intrínseca de Ómicron.