La epidemiología ha desempeñado (y desempeña) un papel fundamental en la lucha global contra el SARS-CoV-2. El estudio sobre cómo se propagan las enfermedades y cómo un virus ha logrado expandirse de forma tan rápida, así como la comprensión de todos sus mecanismos, se ha erigido como el gran aliado sobre el que se han basado las decisiones políticas que tienen por objeto su contención. Hace prácticamente un año resultaba impensable para todos nosotros la implementación de medidas como cierres de fronteras o perimetrales, cuarentenas, distanciamiento social o uso generalizado de las mascarillas. Elementos todos ahora comunes en nuestro paisaje social habitual nacidos de los estudios que modelan la propagación del virus y los análisis sobre las infecciones y muertes.
Para comprender el papel de la epidemiología debemos remontarnos a diciembre de 2019. En aquel mes la Organización Mundial de la Salud (OMS) recibía la noticia de varios casos de una neumonía de origen desconocido en la ciudad china de Wuhan (Hubei). El 5 de enero de 2020 el número de infectados confirmado era de 59 ciudadanos de los que siete se encontraban en estado crítico. Para el 20 de enero, las autoridades chinas informaban de más de 200 infecciones y tres fallecidos. A partir de este momento la historia es ya conocida por todos.
Al inicio de la pandemia, cuando únicamente era un brote de neumonía desconocido en Wuhan, la evidencia científica sobre la transmisibilidad del virus era muy escasa. En un principio incluso no se contemplaba el contagio entre seres humanos pero este escenario cambió rápidamente. Los epidemiólogos comenzaron a realizar estudios de modelos que indicaban que la tasa de infectados era muy superior a las cifras reportadas.
De esta forma los expertos señalaron que número reproductivo (R0), indicador que describe la cantidad de personas a las que una persona infectada transmitirá el virus de media, se situaba entre 2 y cuatro sin la aplicación de medidas de contención. Los primeros estudios pusieron el foco en otros aspectos como el periodo de incubación (tiempo que transcurre de media desde que una persona se infecta hasta la aparición de síntomas) y la proporción de infectados que cursarán la enfermedad de forma grave con un desenlace fatal. Tal y como recogen en Nature, la comunidad científica tenía claro desde el principio que el virus representaba un mayor riesgo para los mayores de 60 años que para la población joven, sugiriendo algunas estimaciones que más de uno de cada 10 mayores de 80 años no sobreviviría.
En estas primeras investigaciones los datos eran escasos, pero a medida que estos aumentaban, los epidemiólogos pudieron confirmar que el virus se transmitía entre personas y alertaron del alto potencial pandémico del SARS-CoV-2. Estos estudios primigenios alertaron a muchos gobiernos de la gravedad de la situación. Especialmente advirtieron sobre el posible colapso de hospitales y sistemas sanitarios si el virus conseguía expandirse son control.
Estas recomendaciones estaban basadas en los informes de numerosos expertos en epidemiología y, aunque la OMS ha sido criticada ahora por no haber dado estos pasos con mayor prontitud, lo cierto es que pocos fueron los países que siguieron sus consejos en ese momento
A finales del mes de enero la OMS declaraba una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (la sexta de su historia) instando a los países a adoptar medidas de salud pública entre las que destacaban la realización de pruebas diagnósticas, aislamiento de los infectados y seguimiento y cuarentena de sus contactos. Estas recomendaciones estaban basadas en los informes de numerosos expertos en epidemiología y, aunque la OMS ha sido criticada ahora por no haber dado estos pasos con mayor prontitud, lo cierto es que pocos fueron los países que siguieron sus consejos en ese momento.
En poco tiempo el número de casos comenzó a dispararse y las opciones de los países para reducir las infecciones y fallecimientos eran muy limitadas. El desconocimiento sobre qué tratamientos podían ayudar a los pacientes y la ausencia de herramientas llevó a los investigadores a modelar la efectividad de las denominadas como “intervenciones no farmacéuticas”. De este modo comenzó a crecer la evidencia de la importancia del uso de mascarillas y de las medidas de distanciamiento social. Se instaba además a evitar salir de casa. Wuhan fue cerrada el 23 de enero y para mediados de febrero las restricciones ya se habían impuesto en más de 80 ciudades chinas. Algunos informes realizados varios meses después han demostrado que la rápida adopción de medidas de salud pública, entre las que se incluyen cierre de escuelas, restricciones a los viajes y limitación de los contactos sociales, contribuyeron a reducir las tasas de transmisión en Wuhan.
Los investigadores predijeron en este momento que aquellas ciudades que retrasaran la implementación de este tipo de medidas deberían mantenerlas vigentes durante un tiempo superior en el futuro antes de lograr controlar al virus.
EPIDEMIOLOGÍA EN LA ACTUALIDAD
La situación actual se mantiene más o menos invariable. La tercera ola en la que nos encontramos inmersos nos recuerda que la lucha contra el SARS-CoV-2 será larga. Algunas cosas han cambiado gracias al incremento de la evidencia científica como es el uso obligatorio de mascarillas (en el caso de España no se estableció por ley hasta mayo de 2020) o la transmisión del virus a través de aerosoles.
El reto mayúsculo para la epidemiología en estos momentos es analizar cómo las vacunas que se están administrando actualmente en todo el mundo afectan a los mecanismos de propagación del virus
El titánico esfuerzo realizado por la comunidad científica internacional se ha traducido en las primeras vacunas autorizadas para combatir la Covid-19. El mundo ahora se enfrenta a problemas inherentes a su logística y distribución de los que ya habían sido alertados por la OMS meses antes de su aprobación.
En el terreno epidemiológico la labor de sus expertos se ha redoblado ante la aparición de nuevas variantes del SARS-CoV-2 con mayor capacidad infecciosa como las detectadas en Reino Unido, Sudáfrica o Brasil. De nuevo, los hallazgos en materia de epidemiología sobre estas vertebran las decisiones políticas para controlar el virus. Los epidemiólogos se encuentran reevaluando aspectos como la posible necesidad de modificar las recomendaciones de distanciamiento social para endurecerlas ante la expansión de las nuevas variantes del virus.
Pero el reto mayúsculo para la epidemiología en estos momentos es analizar cómo las vacunas que se están administrando actualmente en todo el mundo afectan a los mecanismos de propagación del virus. Los países en los que el ritmo de vacunación aumenta positivamente podrían comenzar a pensar en el relajamiento de algunas de las medidas, especialmente si las tasas de nuevos infectados y fallecidos caen a cifras similares a las del inicio de la segunda ola. Pero este es aún un escenario lejano.