Tos, fiebre, dificultad para respirar y malestar general. Estos han sido los síntomas más identificativos de la infección por SARS-CoV-2 desde la aparición de los primeros casos a finales de diciembre de 2019. Un cuadro clínico que, sumado al desconocimiento sobre el virus, dificultó el correcto diagnóstico de los casos dada la similitud de la enfermedad con la provocada por otros virus respiratorios. La pérdida del gusto y del olfato se erigió en los primeros meses de pandemia como una característica inherente a las infecciones por SARS-CoV-2 y, desde este momento, algunos de los síntomas han ido variando a lo largo de estos tres años como consecuencia de las distintas variantes del coronavirus que han ido erigiéndose como dominantes.
El avance de las campañas de vacunación masiva y las infecciones naturales han generado una inmunidad híbrida en gran parte de la población, reportando un panorama distinto al de los primeros meses de la pandemia en términos de gravedad de la enfermedad. A medida que la evidencia sobre el virus aumentaba la comunidad médica y científica se percató de que el SARS-CoV-2 no tenía nada que ver con la gripe, tal y como se llegó a afirmar. A los síntomas que dan inicio a estas líneas se sumaban otros como las lesiones vasculares, por ejemplo. Rápidamente el mundo fue consciente de que no nos enfrentábamos a otro virus respiratorio más y que las consecuencias para la salud de la Covid-19 podían ser muy importantes.
“Las personas con infecciones causadas por variantes anteriores presentaban síntomas cardiorrespiratorios o principalmente respiratorios bastante graves en la fase aguda, con otros síntomas como la confusión mental. Una proporción significativa de estos fue ingresa en hospitales”, explica en The British Medicine JournalBetty Raman, investigadora clínica senior en el Departamento de Medicina Radcliffe de la Universidad de Oxford.
Desde este momento se ha producido una progresiva evolución de los síntomas como consecuencia no solo de la evolución natural del virus, sino también por las vacunas, tratamientos con los que se cuenta para reducir el riesgo de progresión de la enfermedad e, incluso, debido a las reinfecciones. El objetivo del SARS-CoV-2 es infectar al mayor número posible de personas para continuar multiplicándose, pero la presión a la que se está viendo sometido dado el aumento de la inmunidad (aunque no sea esterilizante) ha hecho que se modifiquen también los síntomas. La variante Ómicron (B.1.1.529), dominante en la actualidad a través de sus linajes y sublinajes, provoca una enfermedad de menor gravedad que su predecesora, la variante Delta (B.1.617.2). Hecho que radica en que la necesidad de continuar propagándose ha llevado al coronavirus a infectar, principalmente, el tracto respiratorio superior.
“El gran temor es que la enfermedad se mueva hacia un enfoque más trombogénico. Vimos eso con BA.2, lo vimos con la variante Delta con la que obtuvimos aumentos masivos de dímero D que indican un riesgo masivo de coágulos”
“Las subvariantes de Ómicron BA.1 y BA.2 parecían dejar de infectar principalmente los pulmones y el tejido nervioso a hacerlo con las vías respiratorias superiores. BA.1 ha sido para muchas personas poco más que un resfriado”, expone en la referida cabecera David Strain, profesor clínico principal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Exeter.
La vacunación contra la Covid-19, la inmunidad generada por la infección natural y la combinación de ambas (inmunidad híbrida) han provocado la evolución de los síntomas de la Covid-19. Los síntomas que se ven ahora en la mayoría de los casos se concentran en las vías respiratorias superiores, fiebre, mialgia, estornudos, dolor de garganta y tos.
Pero esta menor gravedad de las infecciones no es extensible a todos los casos. Factores como el estado de la vacunación (es vital completar la pauta primaria, así como la inoculación de los refuerzos establecidos por las autoridades sanitarias), la existencia de condiciones de salud preexistentes, la edad o las enfermedades autoinmunes pueden agravar significativamente las infecciones.
De cara al futuro los expertos explican que BA.4 y BA.5 podrían estar provocando de nuevo enfermedad respiratoria. “Estamos empezando a ver reaparecer la neumonía por Covid, aunque no es tan grave como se vivió en los primeros momentos”, argumenta Strain.
“No creo que nadie espere que (el virus) regrese a los pulmones. Desde un punto de vista evolutivo, el salto a las vías respiratorias lo ha hecho mucho más transmisible porque puedes empezar a propagarlo antes. Necesita concentraciones más bajas para volverse infeccioso porque está justo en las vías respiratorias superiores en lugar de en los pulmones. Solo con respirar y hablar ya se está extendiendo”.
Los expertos consultados por la cabecera científica finalizan sus reflexiones dejando claro que la situación que estamos viviendo en estos momentos respecto al virus no quiere decir que no pueda agravarse de otras formas. “El gran temor es que la enfermedad se mueva hacia un enfoque más trombogénico. Vimos eso con BA.2, lo vimos con la variante Delta con la que obtuvimos aumentos masivos de dímero D que indican un riesgo masivo de coágulos”, concluye Strain.