La inmunidad desarrollada frente al SARS-CoV-2, ya sea medida a través de la infección natural o derivada de las vacunas, se erige como una de las grandes preocupaciones. Especialmente si hablamos de su duración. Desde que las primeras vacunas contra la Covid-19 recibieron las respectivas autorizaciones para su comercialización de emergencia en todo el mundo, diversos estudios han ampliado o reducido la duración de la protección que estos sueros confieren.
Una creciente evidencia científica sugiere que la inmunidad podría ser menor en el tiempo a lo esperado, especialmente ante variantes como Delta (B.1.621.2, detectada originalmente en India). Pero la inmunidad es un concepto amplio que va más allá de los anticuerpos (su medición es el sustento de muchos de estos estudios), y es necesario hablar también de la importancia que juega la inmunidad celular.
Un debate que se ha avivado de forma inherente a la vertiginosa propagación de Delta en todo el mundo. Esta variante, más transmisible y con cierto escape inmunitario, ha aumentado los nuevos contagios, incluso entre aquellos que ya habían completado la pauta de vacunación. En este punto es necesario recordar que, hasta la fecha, ninguna de las vacunas desarrolladas contra la Covid-19 no son esterilizantes, es decir, no evitan el contagio pero son eficaces a la hora de prevenir el riesgo de enfermedad grave en caso de infección. A pesar de esto también se cuenta con una creciente evidencia que sugiere que las vacunas están contribuyendo a reducir los niveles de propagación del virus.
Las reducciones estimadas de la protección conferida por las vacunas frente al SARS-CoV-2 varían ampliamente dado el elevado número de estudios y su complicada interpretación. Expertos señalan en Bristish Journal Medicine que las estimaciones dinámicas entre estudios y países se encuentran fuertemente influenciadas por factores propios de cada zona de estudio como son la prevalencia del virus, el comportamiento social o la circulación de variantes. Una compleja fotografía que hace difícil la comparación y prácticamente imposible la extrapolación de resultados. Menos aún si de lo que se trata es de determinar el grado de protección que nos ofrecen las vacunas con el paso del tiempo.
Las reducciones estimadas de la protección conferida por las vacunas frente al SARS-CoV-2 varían ampliamente dado el elevado número de estudios y su complicada interpretación
La citada cabecera ejemplifica dicha complejidad con varios estudios. Una investigación desarrollada en Israel halló que la tasa relativa de infección se incrementó con el paso del tiempo tras la vacunación. En este caso factores como el riesgo de exposición al coronavirus, el hecho de que el momento de la vacunación masiva no fue aleatorio y la tendencia a la búsqueda de pruebas atendiendo a diversos elementos, se posicionan como sesgos potenciales. A colación los expertos ponen el foco en un estudio realizado en Estados Unidos tomando como muestra los profesionales de la salud vacunados en San Diego (California). La tasa de infección en este grupo se incrementó entre los meses de junio y julio. Una situación que puede explicarse con una mayor prevalencia en la comunidad de una variante como Delta y no ser el resultado de una caída abrupta de la inmunidad.
Estos son solo dos ejemplos de una gran multitud de estudios y que reflejan el desafío que supone evaluar la inmunidad frente a la infección empleando datos rutinarios de vigilancia. En ambos casos destaca la necesidad de trabajar sobre muestreos sistemáticos teniendo en cuenta una amplia gama de factores y una cuidadosa interpretación.
La inmunidad celular es más importante en términos de protección a largo plazo contra las enfermedades graves
Tal y como se indicaba al inicio de estas líneas, desde el punto de vista inmunológico, se espera que los títulos de anticuerpos neutralizantes en el plasma disminuyan eventualmente después de la vacunación. Se ha demostrado respuestas celulares robustas preparadas para combatir el virus e, incluso, diversos estudios han halado que las células B de memoria aumentan durante al menos los seis meses posteriores a la vacunación. Cabe señalar que la pandemia no ha finalizado y los estudios están inevitablemente ligados al limitado marco temporal desde el inicio de los ensayos clínicos hasta el día de hoy.
Cierto es que los títulos de anticuerpos neutralizantes en el plasma pueden predecir algún nivel de protección frente a la infección sintomática. Sin embargo, la comprensión de su fuerza en periodos más largos es aún limitada. Dadas las diferencias notificadas en la eficacia sostenida frente a la enfermedad grave, es poco probable que los anticuerpos neutralizantes sean el único mecanismo de protección. Y aquí es importante destacar que la inmunidad celular es más importante en términos de protección a largo plazo contra las enfermedades graves.
En este sentido se ha debatido mucho sobre la necesidad de terceras dosis y dosis adicionales. De acuerdo a la evidencia científica actual, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés), han dejado claro que, por el momento, no se necesita la administración de terceras dosis en la población general. Postura compartida por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), aunque consideran que mejora la protección alcanzada.
Si en el caso de determinados colectivos como los pacientes con determinadas inmunosupresiones o residentes en residencias de ancianos a los que beneficiaría la inoculación de una dosis adicional al no conseguir un nivel óptimo de protección tras la administración de la pauta de vacunación primaria.