De acuerdo con los datos ofrecidos por el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, desde la identificación de la variante Ómicron (B.1.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica), se han notificado más de 80 millones de nuevos contagios. “Más que todos los notificados en 2020”, declaraba, aseverando que “de media, la semana pasada se reportaron 100 casos cada tres segundos y una persona perdía la vida como consecuencia de la Covid-19 cada 12”.
Los datos ofrecidos por el máximo dirigente de la agencia de salud de la ONU dejan claro que la pandemia está lejos de acabar. Cierto es que la evidencia científica de la que disponemos hasta el momento, indica que la enfermedad que provoca la variante Ómicron es más leve dado que afecta en mayor medida a las vías respiratorias altas y menos a los pulmones. Hecho que explicaría también que nos encontremos ante la que ya ha sido calificada como la enfermedad infecciosa con mayor velocidad de propagación, superando al sarampión.
La variante Ómicron está generando cifras récord de contagios nunca antes vistas en la pandemia. El lado positivo es que estas infecciones no se están traduciendo de forma abrupta en hospitalizaciones y muertes, por lo que la sexta ola en la que se encuentra inmerso nuestro país no está siendo tan virulenta en estos términos como lo fueron las anteriores. Y esto ha sido gracia a las altas coberturas vacunales contra la Covid-19.
El riesgo de muerte con la variante Delta entre los no vacunado es, al menos, 10 veces superior al reportado entre los vacunados. En el caso de Ómicron, se estima que el riesgo de fallecimiento es hasta un 90% más bajo que en el caso de Delta
A nivel individual, las personas que han completado la pauta de vacunación y han recibido el refuerzo, en caso de infección por SARS-CoV-2 provocada por la variante Ómicron, es muy posible que la enfermedad se curse, en muchos aspectos, de forma similar a una gripe. Pero esto no permite la comparación entre ambos virus ya que no son iguales. Es muy posible que la mayoría de las personas completamente inmunizadas que se infecten cursen la enfermedad como un resfriado e incluso puede que de forma asintomática. La mayoría se recuperará en pocos días aunque algunos requerirán hospitalización y, por desgracia, algunos fallecerán. Las posibilidades de este fatal desenlace aumentan en los no vacunados, ancianos, personas con comorbilidades y aquellas que cuentan con sistema gravemente inmunodeprimidos.
De acuerdo con la evidencia recopilada y publicada por la CNN, el riesgo de muerte con la variante Delta entre los no vacunado es, al menos, 10 veces superior al reportado entre los vacunados. En el caso de Ómicron, se estima que el riesgo de fallecimiento es hasta un 90% más bajo que en el caso de Delta: alrededor del 0,1% (un de cada 100). Estos datos nos dejan una advertencia para los no vacunados: se enfrentan a un mayor riesgo de muerte por Ómicron que por la gripe, mientras que los que están completamente vacunados presentan un riesgo extremadamente bajo.
Ante este escenario, es poco prudente comparar en este momento el virus con el de la gripe. La capacidad de expansión de Ómicron es asombrosa. Las estimaciones en Estados Unidos indican que la gripe infecta cada año a más de 60 millones de personas en un periodo de entre tres y cuatro meses. Ómicron, podría infectar al doble de población en apenas un mes.
La vacunación contra la Covid-19 ha demostrado sobradamente sus beneficios en la prevención de la enfermedad grave y, por ende, en la reducción de los ingresos hospitalarios, UCI y muerte. Más en un contexto de dominancia de Ómicron, variante que se ha asociado con un aumento significativo de las reinfecciones. La fatiga pandémica es absolutamente comprensible y nos afecta a todos, pero no es momento de bajar la guardia. Las campañas de vacunación deben seguir avanzando, especialmente en aquellos países en los que apenas han arrancado como consecuencia de la falta de equidad en el acceso global a los sueros.