La vacunación contra la Covid-19 ha permitido al mundo recuperar la práctica totalidad de la normalidad perdida a principios del 2020. El SARS-CoV-2 continúa siendo una amenaza para la salud pública, pero las elevadas tasas de cobertura vacunal reducen el riesgo de enfermedad grave y muerte. Razón por la que los refuerzos autorizados por los organismos reguladores como la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) o la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés), son fundamentales a la hora de proteger a los grupos de población más vulnerables. Pero, ¿qué pasa con los niños?
Tanto la FDA como la EMA, así como muchos otros reguladores, dieron luz verde hace meses a la vacunación contra la Covid-19 de los niños con edades comprendidas entre los cinco y los 11 años. A pesar de que la evidencia científica muestra que las infecciones en este grupo de edad son, por norma general, leves e incluso asintomáticas, si que existe riesgo de secuelas o síntomas persistentes de la enfermedad. Vacunar a los más pequeños es además fundamental para proteger al resto de grupos poblacionales e intentar reducir la circulación del virus lo máximo posible y, de este modo, ralentizar el surgimiento de nuevas variantes que puedan comprometer las cotas de inmunidad alcanzadas.
En este sentido ponemos el foco en una reciente investigación cuyos resultados han sido publicados por la revista New England Journal of Medicine, focalizada en evaluar la efectividad en el mundo real de la vacuna contra la Covid-19 desarrollada por Pfizer/BioNTech.
La eficacia alcanzó su punto máximo (49,6%) justo después de la inoculación de la segunda dosis, pero disminuyó rápidamente desde ese momento hasta ser “insignificante” transcurridos tres meses
Para ello se han analizado datos sobre niños y adolescentes vacunados con este suero en Qatar a través de tres estudios, uno de estos ya en periodo de dominancia de la variante Ómicron (B.1.1.529). Entre los niños la eficacia general de la pauta primaria de vacunación con el suero de Pfizer/BioNTech (dosis de 10 μg en comparación con los 30 que se emplean en los mayores de 12 años) fue del 25,7%. La eficacia alcanzó su punto máximo (49,6%) justo después de la inoculación de la segunda dosis, pero disminuyó rápidamente desde ese momento hasta ser “insignificante” transcurridos tres meses, tal y como declaran en la citada cabecera los autores del estudio.
La efectividad fue del 46,3% entre los niños de cinco a siete años y del 16,6% entre aquellos con edades que van desde los ocho a los 11. Entre los adolescentes, la eficacia de la pauta primaria de 30 μg contra la infección provocada por la variante Ómicron fue del 30,6%, aunque muchos de los adolescentes habían sido vacunados meses antes. La eficacia disminuyó con el paso del tiempo desde el momento en el que se administro la segunda dosis.
En el caso de los adolescentes de 12 a 14 años la efectividad reportada fue del 35,6%, mientras que se redujo al 20,9% entre los 15 y los 17 años. En el estudio desarrollado previamente a la dominancia de Ómicron, la efectividad general de la pauta de vacunación primaria de 30 μg contra la infección por SARS-CoV-2 entre adolescentes fue del 87,6%, y disminuyó con relativa lentitud tras la administración de la segunda dosis.
“La vacunación en niños se asoció con una protección modesta y de rápida disminución contra la infección por Ómicron”, exponen los autores de la investigación. “La vacunación en adolescentes se asoció con una protección más fuerte y duradera, quizás debido a una mayor dosis de antígeno”, concluyen.