La variante Ómicron (B.1.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica) y sus distintos linajes (BA.1, BA.2, BA.3 BA.4 y BA.5) han cambiado significativamente en las últimas semanas la fotografía epidemiológica que observamos. En un contexto en el que las tasas de cobertura vacunal son elevadas, las estrategias sanitarias de los países deben centrarse no solo en los sueros sino en contar con una cartera de tratamientos contra el virus que permita minimizar los riesgos de hospitalización y muerte de aquellos que continúan infectándose. Especialmente, de cara a los grupos de población más vulnerables.
En este sentido la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) ha recomendado la autorización de varios antivirales y anticuerpos monoclonales. Dos opciones terapéuticas que han demostrado su eficacia en la prevención de la hospitalización y, por ende, de las muertes, pero por los que no se está apostando de la misma forma. Hecho que limita las opciones terapéuticas con las que cuentan los profesionales sanitarios, aumentan el riesgo de los pacientes más vulnerables y sobrecarga innecesariamente unos sistemas sanitarios que soportan ya desde hace demasiado tiempo una gran presión.
Los anticuerpos monoclonales salvan vidas, pero no se está apostando por estos tratamientos como se debería. A pesar de que en los primeros momentos de la pandemia se contó con ellos, como demuestra el hecho de que la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) emitió una autorización de uso de emergencia para el primer anticuerpo monoclonal para el tratamiento de pacientes Covid, la mayoría de los gobiernos han decidido apostar por las vacunas como columna vertebral de su estrategia contra el virus.
Cierto es que las campañas de vacunación masiva contra la Covid-19 han permitido que recuperamos la práctica totalidad de la normalidad perdida a principios de 2020. Pero estas no son esterilizantes, es decir, no evitan la infección a pesar de que han demostrado su eficacia y seguridad en la prevención de la enfermedad grave y muerte. Se suman las nuevas variantes que surgen del coronavirus con mayor capacidad de escape inmune y una protección que desciende con el paso del tiempo, tanto en el caso de la mediada por la inoculación de los sueros como a través de la infección natural. Ecuación que nos deja como resultado un gran volumen de reinfecciones y población vulnerable en riesgo.
“Es de vital importancia que no elijamos un caballo y apostemos solo por él. Tenemos que apostar por todos”, expone en Nature Angela Rasmussen, viróloga de la Organización de Vacunas y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Saskatchewan (Canadá). La experta explica en la referida publicación que los anticuerpos monoclonales tienen algunas ventajas sobre las vacunas, como brindar una protección duradera en las personas con sistemas inmunitarios debilitados.
“Es de vital importancia que no elijamos un caballo y apostemos solo por él. Tenemos que apostar por todos”
“Los anticuerpos serán una solución clave para la próxima pandemia. La idea de utilizar anticuerpos para protegerse de nuevas enfermedades infecciosas es, para mí, simplemente de sentido común”, señala Julie Gerberding, directora ejecutiva de la Fundación para los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos y exdirectora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Los anticuerpos se posicionan como el pilar principal del sistema inmunológico. Cuando nuestro organismo es atacado por un invasor viral o bacteriano, fabrica estas proteínas para que se unan a los marcadores únicos en la superficie del invasor y activar así el sistema inmunológico para proceder al inicio de una respuesta específica. La ciencia descubrió hace ya más de 50 años cómo producir anticuerpos monoclonales en masa mediante la clonación de las células que los producen. Desde entonces, los fabricantes de medicamentos los han transformado en terapias que van mucho más allá de la Covid-19, poniendo el foco en el cáncer, enfermedades cardíacas, trastornos autoinmunes o migrañas, por citar algunos ejemplos.
En el campo de las enfermedades infecciosas los anticuerpos monoclonales no han gozado de mucha presencia, no porque no resulten eficaces sino más bien porque la industria ha priorizado la búsqueda de medicamentos de amplio espectro capaces de combatir múltiples patógenos a la vez. En un contexto en el que las enfermedades infecciosas se posicionan como uno de los principales riesgos para la salud pública a nivel global, tal y como ha quedado demostrado con el SARS-CoV-2, la apuesta por los anticuerpos monoclonales resulta más que necesaria.
A pesar del potencial clínico de los anticuerpos monoclonales contra las enfermedades infecciosas, la pandemia ha puesto de manifiesto la dificultad de hacerlos llegar a las personas que realmente los necesitan debido a los desafíos políticos, una vez se ha superado la barrera científica.
La compra de anticuerpos monoclonales en España ha quedado relegada a las manos de las comunidades autónomas. La mayoría de estas no solo no cuentan con experiencia en la compra de un mercado internacional en el que la demanda supera la oferta, sino que desconocen los procedimientos y están en una clara desigualdad de condiciones si se comparan con las capacidades de un país o del sistema de compras centralizadas del UE.
Países como Italia o Alemania han acelerado sus procesos de compra de anticuerpos monoclonales ante los buenos resultados obtenidos en el tratamiento de pacientes con Covid-19.
“Los anticuerpos serán una solución clave para la próxima pandemia. La idea de utilizar anticuerpos para protegerse de nuevas enfermedades infecciosas es, para mí, simplemente de sentido común”
Se suma el problema de los tediosos procesos de autorización para la administración del anticuerpo monoclonal una vez ha sido adquirido por parte de las comunidades autónomas. Se debe seguir el proceso de autorización individualizado para cada paciente establecido por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), lo que reduce el uso de estos tratamientos en los pacientes con Covid-19.
En base a lo expuesto a lo largo de estas líneas la conclusión es clara: los tratamientos basados en anticuerpos monoclonales han salvado vidas, ¿por qué no gozan de mayor popularidad? La respuesta reside en el segundo plano en el que se sitúan las enfermedades infecciosas para algunas compañías farmacéuticas dada la escasa rentabilidad derivada del desarrollo de estos frente a medicamentos de amplio espectro.
Influyen de forma notoria la apuesta política que realice cada país a la hora de completar su cartera de tratamientos. Unas decisiones que se traducen en muertes y sobrecarga de los sistemas sanitarios en aquellas naciones que decidan no apostar por todas las opciones disponibles que han demostrado su seguridad y eficacia.
La industria farmacéutica, la clase policía, la comunidad científica y la sociedad en general no puede obviar la realidad que ha quedado patente con la Covid-19: existen oportunidades para los anticuerpos monoclonales en espacios en los que las vacunas no funcionan. Lo más coherente es que, después de la experiencia vivida en estos casi tres años, los gobiernos comiencen a plantear la necesidad de desarrollar gabinetes centrados en medicamentos que puedan ayudar a hacer frente a futuras pandemias.
La Coalición para las Innovaciones en la Preparación para Epidemias (Noruega) es una organización sin ánimo de lucro que está invirtiendo miles de millones de dólares en el desarrollo de vacunas y que también ha sumado a sus prioridades el desarrollo de anticuerpos monoclonales. “Estamos en un punto de inflexión histórico en el que los anticuerpos monoclonales se convertirán en una de las principales herramientas que utilizaremos para controlar las enfermedades infecciosas”, declara en Nature, James Crowe, inmunólogo de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Tennessee).
Y esto es precisamente lo que se necesita: investigación. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos el anticuerpo monoclonal desarrollado sotrovimab. Mientras algunos anticuerpos monoclonales han priorizado una mayor capacidad de neutralizar el virus, este ha apostado por centrarse en regiones de la proteína de espiga del SARS-CoV-2 que mutan de forma más lenta. Hecho que puede hacerlo menos potente en modelos animales, pero que tiene mayores posibilidades de combatir futuras variantes del SARS-CoV-2 y, quizás incluso, coronavirus relacionados.