A nivel global las cifras de nuevos casos de Covid-19 y muertes han continuado disminuyendo desde finales del pasado mes de marzo. De acuerdo con el último informe hecho público por la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante la semana comprendida entre el 18 y el 24 de abril de 2022 se han reportado más de 4,5 millones de nuevas infecciones producidas por el SARS-CoV-2 y más de 15.000 fallecidos. Esto supone una reducción del 21 y 20% respectivamente en comparación con la semana anterior. Hasta el pasado 24 de abril la cifra global de casos de Covid-19 supera los 500 millones con más de seis millones de fallecidos.
La fotografía epidemiológica que observamos a nivel global de la pandemia nos muestra una nueva fase. En la mayoría de los países occidentales las medidas y restricciones establecidas para el control de la expansión del virus han desaparecido. La menor gravedad de la variante Ómicron (B.1.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica) y la protección con la que cuentan las poblaciones a través de la inmunidad híbrida (mediada por las infecciones naturales y la vacunación), han posibilitado estos pasos. Pero la pandemia no ha acabado, y la comunidad científica vigila minuciosamente el avance del SARS-CoV-2 y sus continuas mutaciones con el objetivo de poder detectar de la forma más temprana posible las futuribles variantes que surjan. Actualmente nos encontramos en el momento más parecido a la antigua normalidad perdida hace dos años. Pero no es un escenario extrapolable a todo el planeta.
Desde el inicio de la pandemia la OMS ha alertado del riesgo que plantean las desigualdades existentes entre países, que se han acentuado en términos de salud ante la crisis sanitaria que hemos vivido. Las coberturas vacunales frente a la Covid-19 en los países de medianos y bajos ingresos distan notablemente de las reportadas en las naciones más ricas. Pero estas desigualdades van mucho más allá de los viales inoculados.
De los casi 5.700 millones de pruebas diagnósticas para detectar la Covid-19 realizadas hasta el momento en todo el mundo, el 20% se han realizado en países de medios y bajos ingresos a pesar de que en estas naciones vive el 50% de la población del planeta. Tan solo el 0,4% de las pruebas diagnósticas se han realizado en países de bajos ingresos.
El 85% de las muertes por Covid-19 se están produciendo en países que tienen poco o ningún acceso a las herramientas principales para combatir la Covid-19, como son las pruebas diagnósticas o las vacunas
El pasado 11 de abril la OMS confirmaba un acumulado histórico de casos de Covid-19 en África de poco más de 8,2 millones, con un total de 170.276 muertes. Un reciente informe pone de manifiesto el infradiagnóstico de casos en el continente africano, estimando que podrían haber cursado ya la infección por SARS-CoV-2 hasta el 65% de su población. Un documento que sugiere que la cifra real de casos de Covid-19 en África sería hasta 97 veces mayor de los que indican los datos oficiales.
Unas estimaciones que podrían quedarse cortas si tenemos en cuenta que la Comisión Europea ha informado recientemente de que hasta el 80% de la población de la Unión Europea podría haber superado ya la Covid-19. La cifra oficial apunta a un 30%. Si la Unión Europea reporta esta sustancial diferencia entre la posible realidad y las cifras oficiales, nos lleva a pensar que la fotografía que en estos dos años hemos observado del continente africano en términos de Covid-19 estaba muy alejada de la realidad.
La falta de equidad entre países en función de sus niveles de ingresos económicos es aún más vergonzante si atendemos a los datos de vacunación: casi 3.000 millones de personas todavía no han recibido una dosis de las vacunas contra la Covid-19.
“Casi el 60% de la población mundial ya ha completado la pauta de vacunación primaria, pero solo el 11% en el caso de los países de bajos ingresos”
Estas desigualdades están desplazando la mortalidad del virus a los países con menos recursos. Según los datos hechos públicos por el ACT-Accelerator, el 85% de las muertes por Covid-19 se están produciendo en países que tienen poco o ningún acceso a las herramientas principales para combatir la Covid-19, como son las pruebas diagnósticas o las vacunas.
Estos datos se han conocido en el segundo aniversario de esta asociación impulsada por la OMS que ha permitido que 40 países puedan iniciar sus campañas de vacunación masiva contra la Covid-19, así como entregar más de 1.400 millones de dosis de las vacunas a 145 países a través del mecanismo COVAX. También ha posibilitado mejorar la capacidad de secuenciación en el sur de África y negociar acuerdos sin precedentes con proveedores de oxígeno para incrementar el acceso en más de 120 países de bajos y medianos ingresos.
“Casi el 60% de la población mundial ya ha completado la pauta de vacunación primaria, pero solo el 11% en el caso de los países de bajos ingresos”, exponía el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. En relación a las recomendaciones de antivirales destacaba que “varios desafíos limitan su impacto y, en gran medida, no están disponibles en países de medios y bajos ingresos”, advertía, recordando que “se requieren pruebas rápidas y precisas antes de su administración”.
“ACT-Accelerator, asociación única de gobiernos, agencias de salud global, sociedad civil e industria tiene muchos logros que nos enorgullecen. Reconocemos que vivimos en un mundo con múltiples crisis superpuestas y múltiples demandas de financiación. Los gobiernos pueden encontrar inversión para herramientas que quitan vidas, pero hacemos un llamamiento para que inviertan en aquellas que las salvan”, remachaba el director general de la OMS.
La Covid-19 no va a desaparecer porque los gobiernos y autoridades sanitarias limiten las pruebas o modifiquen los sistemas de vigilancia. El virus continúa su expansión y el riesgo de nuevas variantes es real y mayor mientras las desigualdades planteadas no sean abordadas más allá de las vacuas promesas que se han repetido en los dos últimos años. El mundo parece acercarse a uno de los temores iniciales de esta pandemia: que el SARS-CoV-2 acabe por convertirse en una enfermedad endémica en los países con menos recursos mientras las naciones ricas logran convivir con el gracias a sus capacidades diagnósticas, protección mediante vacunas de sus poblaciones y disponibilidad de todas las opciones terapéuticas para aquellos que se infecten. “Cuando se trata de un virus mortal, la ignorancia no es la solución”, concluía el director general de la OMS.