Las cifras globales de la pandemia en términos de mortalidad varían significativamente en función del organismo que se encuentre detrás de cada resultado. En las primeras fases de la crisis sanitaria la falta de protocolos claros dificultó contar con una fotografía lo más certera posible de la realidad epidemiológica. Más de dos años y medio después desde que la Covid-19 apareciese en nuestras vidas los sistemas de contabilización de contagios y fallecidos se han asentado, pero los cambios que se han producido a la hora de tomar el pulso a la pandemia en cada país ofrecen únicamente un fragmento de la situación.
Si ponemos el foco en la mortalidad, las cifras que hemos ido conociendo a lo largo de la pandemia distan significativamente de las distintas estimaciones que se han ido realizando. De acuerdo con el acumulado oficial de fallecidos por Covid-19 del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud (IHME, por sus siglas en inglés), hasta el pasado 31 de mayo la Covid-19 ha provocado la muerte de 6,9 millones de personas. Sin embargo, el Instituto estima que la cifra real de decesos superaría los 17,2 millones de personas. Otras estimaciones, como la realizada en febrero de 2022 por The Economist, apuntan a más de 19,4 millones de fallecidos.
En este baile de números una cosa está clara: las diferencias que se observan en términos de mortalidad por Covid-19 varía notablemente de unas regiones a otras de las establecidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tal y como se recoge en el último informe publicado por la Comisión The Lancet, la región del Pacífico occidental de la OMS (incluye Asia oriental y Oceanía), destaca por una tasa de mortalidad promedio muy baja en cuestión de muertes notificadas: 125 por cada millón de habitantes. Las estimaciones realizadas por los expertos responsables del informe indican alrededor de 300 por cada millón de habitantes atribuidas a la Covid-19.
La siguiente región de la OMS con el número más bajo de muertes por Covid-19 es África con 165 fallecidos por cada millón de habitantes. Sin embargo, la tasa de mortalidad estimada es más de 10 veces superior a la oficial: 1.774 muertes por cada millón de habitantes. Una diferencia abismal, pero que se ve reforzada si atendemos a las encuestas serológicas que han revelado un serio infradiagnóstico de casos en el continente africano.
En el caso de la región de Asia sudoriental la tasa de mortalidad por Covid-19 por cada millón de habitantes es de 366, mientras que la estimada se eleva hasta los 2.549 decesos por cada millón de habitantes.
La región del Mediterráneo oriental de la OMS cuenta con una tasa de mortalidad informada de 734 por cada millón de habitantes, pero la estimada indica 2.779 decesos por Covid-19 por cada millón de habitantes.
"Para controlar con éxito la transmisión del virus, cada país depende de las acciones de otros países, por lo que es necesario un enfoque cooperativo para lograr el resultado deseado. En cambio, los gobiernos nacionales, por norma general, adoptaron medidas por su cuenta sin tener en cuenta los efectos sobre o desde otros países"
Las regiones de Europa y de las Américas cuentan con las tasas totales de mortalidad estimada más elevadas de todas: 4.144 y 4.051 por cada millón de habitantes, respectivamente.
“La distribución internacional de las tasas de mortalidad por Covid-19 es casi opuesta a lo que podría haberse esperando antes de la pandemia”, expone el informe. En base a la publicación en 2019 del Índice de Seguridad Sanitaria Global, Estados Unidos y Reino Unido ocupaban el primer y segundo puesto a nivel global en términos de preparación ante epidemias y/o pandemias. Razón por la que se asumió que Estados Unidos y los países europeos contaban con férreas capacidades de respuesta ante crisis sanitarias de este calibre, en comparación con las naciones africanas, del Pacífico occidental o de América Latina.
DISTINTOS ENFOQUES Y OBJETIVOS
El informe señala que solo la región del Pacífico occidental ha logrado mantener una tasa de nuevas infecciones diarias en niveles muy bajos. El resto de regiones han experimentado varias olas y ninguna aprovechó las fases en las que las tasas de infección eran bajas para poner en marcha estrategias destinadas a la supresión de la transmisión del SARS-CoV-2.
Los países de la región del Pacífico occidental apostaron por estrategias de supresión y su implementación ha sido ampliamente positiva. Generalmente han comprendido dos fases: desde el brote iniciado a finales de 2019 hasta el inicio de 2022, con el surgimiento de Ómicron, y desde este momento en adelante
“La ola más grande en términos de mortalidad, que se cobró millones de vidas en pocas semanas, fue la ola provocada por la variante Delta entre abril y junio de 2021. Esta resultó en una mortalidad asombrosa, particularmente en India, con una cifra estimada de más de dos millones de muertes en todo el mundo en solo dos meses. La variante Ómicron supuso una nueva gran ola mundial de infecciones a partir de diciembre de 2021”.
Los responsables del informe, un trabajo de dos años centrado en analizar cuáles fueron los fallos que se cometieron a nivel global en el control de la pandemia, enfatiza la falta de cooperación internacional para coordinar enfoques, salvo entre las naciones del Pacífico occidental.
Los países de la región del Pacífico occidental apostaron por estrategias de supresión y su implementación ha sido ampliamente positiva. Generalmente han comprendido dos fases: desde el brote iniciado a finales de 2019 hasta el inicio de 2022, con el surgimiento de Ómicron, y desde este momento en adelante. Con la aparición de Ómicron la mayoría de los países de la región pasaron de la supresión a la mitigación bajo políticas destinadas a “convivir con el virus”.
Una estrategia que contrasta con la seguida por la mayoría de los países europeos cuyo objetivo primario no era reprimir la pandemia, sino frenar la transmisión del virus.
“Los gobiernos nacionales no han logrado percibir, ni articular la lógica central del juego del eslabón más débil. Para controlar con éxito la transmisión del virus, cada país depende de las acciones de otros países, por lo que es necesario un enfoque cooperativo para lograr el resultado deseado. En cambio, los gobiernos nacionales, por norma general, adoptaron medidas por su cuenta sin tener en cuenta los efectos sobre o desde otros países”, concluye el informe.