Las variantes del SARS-CoV-2 que tienen un mayor impacto en la salud pública son aquellas más transmisibles, más virulentas o que pueden escapar total o parcialmente al efecto de los anticuerpos generados tras la infección natural o mediante la vacunación. Estas son las denominadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “variantes de preocupación” (VOC, por sus siglas en inglés).
Un grupo compuesto hasta la fecha por cinco variantes del SARS-CoV-2: Alfa (B.1.1.7, detectada originalmente en Reino Unido), Beta (B.1.351, detectada originalmente en Sudáfrica), Gamma (P.1, detectada originalmente en Brasil), Delta (B.1.617.2, detectada originalmente en India) y Ómicron (B.1.1.529, detectada originalmente en Sudáfrica). Esta última ha conseguido erigirse como la dominante a nivel global en apenas un mes y medio desde la detección de los primeros casos a finales de noviembre de 2021.
Delta y Ómicron han marcado el ritmo de la pandemia en un momento en el que las vacunas contra la Covid-19 han asentado su despliegue. Delta es más transmisible que Alfa (la predecesora a nivel global) y cuenta con una ligera disminución de la efectividad de la vacuna. En el caso de Ómicron la evidencia indica que cuenta con una mayor capacidad de escape inmune que las variantes previas y es más transmisible, aunque provoca una enfermedad más leve.
Ante esta fotografía epidemiológica surgen dudas sobre la protección generada por las vacunas. Todos y cada uno de los sueros que se están inoculando han demostrado su seguridad y eficacia en la prevención de la enfermedad grave y, por ende, contribuyen de forma significativa en la reducción de las hospitalizaciones y las muertes.
La eficacia de la pauta completa de vacunación más una dosis de refuerzo ascendió hasta el 93,7 y del 86% contra la infección por Delta a los 14-60 días y transcurridos más de dos meses respectivamente; y del 71,6 y 47,4% contra la infección por Ómicron transcurridos entre 14-60 días y más de dos meses respectivamente
Partiendo de este punto ponemos el foco en un reciente estudio publicado por la revista Nature focalizado en analizar la efectividad de la vacuna contra la Covid-19 desarrollada por Moderna (tecnología de ARNm) frente a las variantes Delta y Ómicron.
Para ello se han analizado los datos de 26.683 personas con diagnóstico positivo en Covid-19. De estas, el 84% se había infectado con la variante Ómicron y el 16% con Delta. La eficacia de la vacuna, tras la inoculación de dos dosis, frente a la infección causada por la variante Ómicron a los 14-90 días de su administración fue del 44%. Sobre este dato los autores del estudio señalan que disminuyó de forma rápida con el paso del tiempo,
La eficacia de la pauta completa de vacunación más una dosis de refuerzo ascendió hasta el 93,7 y del 86% contra la infección por Delta a los 14-60 días y transcurridos más de dos meses respectivamente; y del 71,6 y 47,4% contra la infección por Ómicron transcurridos entre 14-60 días y más de dos meses respectivamente.
En el caso de las personas inmunodeprimidas la eficacia de tres dosis de la vacuna de Moderna fue del 29,4% frente a la infección provocada por Ómicron. Un dato que refuerza la creciente evidencia que apuesta por la inoculación de una segunda dosis de refuerzo en aquellas personas que cuenten con sistemas inmunológicos seriamente comprometidos.
Un dato muy positivo que se desprende de este estudio es que la protección de la pauta de completa más la administración de una dosis de refuerzo reportó en el conjunto total de la muestra hasta un 99% de eficacia en la prevención de la hospitalización.
“Nuestros hallazgos demuestran que la eficacia de la vacuna con la administración de tres dosis es alta y duradera contra la infección por Delta, pero reporta una menor eficacia contra la infección por Ómicron, particularmente entre las personas inmunodeprimidas. Sin embargo, la eficacia de las tres dosis de la vacuna de Moderna fue alta frente a la hospitalización contra las variantes Delta y Ómicron”, concluye el estudio.