Las estrategias de vacunación masiva frente a la Covid-19 han variado entre países y sufrido múltiples modificaciones en función de la evidencia científica que ha ido surgiendo en relación a la mayor o menor eficacia de las vacunas. La práctica totalidad de los países inició la inoculación de los sueros atendiendo a un orden descendente de edad, comenzando por los grupos poblacionales de mayor edad y, de forma paralela con otros vulnerables a la infección por SARS-CoV-2.
La fotografía que observamos actualmente muestra elevadas coberturas de vacunación en la mayoría de los países desarrollados, donde se avanza de forma lenta con la administración de las segundas dosis de refuerzo. Las naciones de medios y bajos ingresos continúan aun lejos. Las sucesivas variantes del SARS-CoV-2 que han dominado el escenario epidemiológico, especialmente Ómicron (B.1.1.529), han provocado un elevado número de infecciones que junto con las vacunas, se han traducido en inmunidad híbrida frente al virus.
Una reciente revisión de estudios sugiere que tanto la infección natural como la inmunidad híbrida confieren una protección menguante frente a la variante Ómicron, pero una protección alta y sostenida frente al riesgo de hospitalización y muerte. A pesar de que la infección previa proporciona una mayor protección contra la reinfección y una protección más sostenida en el tiempo frente a la enfermedad grave que la vacunación por sí sola, la inmunidad híbrida otorga una mayor durabilidad de la protección contra todos estos resultados.
La duración de la protección mediada por las infecciones, vacunas o ambas combinadas continúa siendo uno de los focos de mayor interés en términos de investigación. La protección generada a través de las infecciones no debe restar valor a la vacunación. La protección contra la reinfección inducida por la infección natural disminuye rápidamente, pero la vacunación incrementa su duración en el tiempo. Además, aquellas personas que se recuperan de una infección grave presentan un mayor riesgo de desarrollar complicaciones posteriores. Por lo tanto, la vacunación es una intervención segura que reduce el riesgo de resultados graves tras la Covid-19.
En el momento en el que nos encontramos en el que una gran parte de la población cuenta con inmunidad híbrida, es el momento de plantear cambios en las estrategias orientadas a la administración de los refuerzos. Estos se erigen como fundamentales, más en el caso de las vacunas bivalentes adaptadas a las variantes en circulación, a la hora de proteger a los grupos de población más vulnerables. El problema que comienzan a plantear algunos expertos, como los autores del referido estudio que expresan su opinión en la revista The Lancet Infectious Diseases, es que existe la necesidad de identificar el momento óptimo para la administración de la pauta primaria de vacunación y las sucesivas dosis de refuerzo. La razón reside en que estos momentos de inoculación pueden ser diferentes según el individuo del que se trate y repercutir en la eficacia y protección.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda la detección previa a la vacunación para infecciones pasadas en el caso de la Covid-19. Una estrategia ya empleada frente a otras enfermedades infecciosas como el sarampión
Los expertos explican que el momento de administración de la pauta completa o las dosis de refuerzo es diferente en una persona que haya curado previamente una infección por SARS-CoV-2 o que se haya reinfectado. En este sentido exponen que la evidencia disponible sugiere que para una mayor calidad y magnitud de las respuestas inmunitarias (anticuerpos y células B) se tiene que establecer un mayor intervalo entre la infección natural y la inoculación del refuerzo. Establecen un periodo mínimo de 180 días.
“Por lo tanto, podría ser razonable que las personas con una infección previa y una serie de vacunación primaria completa retrasen las dosis posteriores de vacunación durante seis meses, mientras se mantienen altos niveles de protección frente al riesgo de enfermedad grave”.
A nivel poblacional argumentan que el número óptimo de dosis de la vacuna y el intervalo temporal de administración entre cada una de ellas pueden diferir entre los entornos atendiendo a los distintos grados de inmunidad, tanto la inducida por infección natural como por vacunación.
“Sin embargo, se requieren encuestas serológicas bien diseñadas para estimar las tasas de seroprevalencia inducida por infección y solo se pueden generar estimaciones confiables en países donde se utilizaron vacunas inactivadas. Teniendo en cuenta esta advertencia, basar las políticas nacionales de vacunación en las tasas de seroprevalencia inducidas por la infección podría ser un desafío para muchos entornos”, alertan.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomienda la detección previa a la vacunación para infecciones pasadas en el caso de la Covid-19. Una estrategia ya empleada frente a otras enfermedades infecciosas como el sarampión, en las que las infecciones ya cursadas no son una razón para excluir o retrasar la vacunación. “Además, aún podría ser beneficioso proporcionar refuerzos antes de los periodos en los que se espera mayor incidencia, como la temporada de invierno, a las personas cuyo último desafío inmunológico se desconoce”.
“Nuestros hallazgos dejan clara la durabilidad sustancial de la inmunidad híbrida y podrían ayudar a informar el momento y la priorización de los programas de vacunación en poblaciones con altas tasas de infección pasada. Se necesita un seguimiento adicional para evaluar la eficacia protectora de la inmunidad híbrida contra el ingreso hospitalario o la enfermedad grave, los dos resultados que impulsan la mayoría de las decisiones políticas sobre la Covid-19, para aclarar cuánto podría disminuir la protección durante un periodo más prolongados, especialmente si surgen nuevas variantes”, concluyen.