En los últimos años, numerosas evidencias señalan que podría existir una relación bidireccional entre los trastornos del sueño y las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson. Por un lado, la disrupción y los trastornos del sueño pueden aparecer años antes de que la demencia muestre sus primeros síntomas, convirtiéndose en una señal de alerta que contribuye al deterioro cognitivo. A su vez, las personas con demencia presentan una mayor prevalencia de los trastornos del sueño, que se agravan a medida que avanza la enfermedad y constituyen un factor importante de morbimortalidad que afecta no solo a la calidad de vida de los pacientes, sino también a la de los cuidadores.
Así lo aseguró la doctora Sandra Giménez Badia, neurofisióloga clínica del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau de Barcelona, durante la mesa redonda Trastornos del sueño en pacientes con deterioro cognitivo, celebrada en el marco del XXVII Congreso de la Sociedad Española de Sueño (SES) que se celebra en Vitoria. “Hasta un 70% de los pacientes con demencia presentan alteraciones del sueño, con dificultades para conciliar y mantener el sueño, con más despertares nocturnos y un despertar más temprano por la mañana. También presentan más alteraciones respiratorias, como el síndrome de apneas, y más trastornos de movimientos durante el sueño”, afirmó.
“Los trastornos del sueño suponen una carga importante que dificulta la convivencia entre pacientes y cuidadores”
En la enfermedad de Parkinson, por ejemplo, explicó Giménez Badia, los pacientes presentan conductas anormales durante el sueño en las que tienen pesadillas, gritan, discuten y se pelean, representando lo que están soñando. En la enfermedad de Alzheimer, por su parte, a medida que avanza ésta se produce una alteración de los ritmos biológicos que controlan el sueño y la vigilia, de manera que se invierten y los pacientes se agitan por la noche y, aunque confusos, permanecen despiertos por la noche. “Debido al riesgo de accidentarse al levantarse y caminar, y a la carga que supone para la convivencia con los cuidadores noche tras noche, estas alteraciones nocturnas constituyen una causa muy frecuente de institucionalización de estos pacientes”, señaló.
La presencia de alteraciones del sueño, además, empeora el pronóstico de las enfermedades neurodegenerativas, para las que actualmente no existe una cura. Sin embargo, insistió la experta, los trastornos del sueño son un riesgo de padecer una demencia potencialmente tratable: “Dormir mejor no va a curar la enfermedad, pero las investigaciones actuales se centran en evaluar si la corrección de los trastornos de sueño podría retrasar su inicio o enlentecer el avance de la demencia. Según las últimas investigaciones hasta el 15% del riesgo de desarrollo de enfermedad de Alzheimer puede ser debido a alteraciones del sueño. Es decir, que no solo las alteraciones del sueño aparecen una vez que hay Alzhéimer, sino que éstas podrían estar involucradas en el desarrollo de la enfermedad”.
LA IMPORTANCIA DE UNA BUENA HIGIENE DEL SUEÑO
La doctora Sandra Giménez Badia reconoció durante su ponencia que el diagnóstico de los trastornos del sueño en pacientes con demencia “es más complejo”, debido a la dificultad de éstos para explicar qué les pasa y a que estas alternaciones suelen pasar desapercibidas por los cuidadores, ya que “quedan camufladas” dentro de la sintomatología propia de la enfermedad neurodegenerativa.
Al respecto, la doctora señaló la importancia de la educación a pacientes y cuidadores para que tomen consciencia de la existencia de los problemas de sueño, ya que ocasionan alteraciones adicionales en el funcionamiento diurno cognitivo, el estado de ánimo y el comportamiento. Además, de no tratarse, pueden llegar a provocar, entre otras consecuencias, una disrupción en los ritmos de sueño y de vigilia: “Si dejamos a los pacientes sin ningún tipo de control, éstos acabarían invirtiendo los ritmos: es decir, durmiendo durante el día y estando despierto durante la noche”.
El tratamiento de las alteraciones del sueño podría ayudar a retrasar el inicio de la demencia y enlentecer el deterioro en los pacientes ya diagnosticados
En cuanto al tratamiento, la experta destacó en primer lugar la necesidad de poner en práctica con los pacientes una serie de medidas de higiene del sueño, como marcar unos horarios regulares de irse a la cama y de despertar, animar a los pacientes a levantarse de la cama por la mañana, vestirse, salir a la calle, caminar y mantenerse activos a la luz del sol , para que sus ritmos biológicos funcionen sincronizados; y evitar las siestas durante el día, sobre todo por la tarde. En segunda instancia apuntó a la revisión de las comorbilidades: tanto de los fármacos, por si el paciente estuviese consumiendo alguno que induce a la fragmentación del sueño; como de otras enfermedades médicas, como la depresión, que pueden contribuir a un peor sueño.
En última instancia, según Giménez Badia, entraría en liza el tratamiento directo del problema del sueño concreto, que, por ejemplo, en el caso del insomnio pasaría por medidas comportamentales que favorecieran la calidad del sueño o, si es necesario, por fármacos que mejoren el sueño sin empeorar el deterioro cognitivo del paciente; o en el caso de las apneas, que los pacientes con alzhéimer tienen hasta cinco veces más probabilidades de sufrir, de la terapia con CPAP. “Dormir modula el aprendizaje y la memoria, de forma que si no dormimos bien hay una alteración de este rendimiento cognitivo. Al corregir las apneas del sueño con la CPAP corregimos estas alteraciones del sueño parcialmente, revirtiendo o minimizando el impacto de la lateración del sueño en la función cognitiva, entre otras.
Estas mejoras parece que pudieran ser apreciables también, incluso, en pacientes con deterioro cognitivo, pero son necesarias más investigaciones para confirmar estos resultados”, concluyó.