“No se trata solo de un tatuaje, es algo más profundo emocionalmente. Es un punto y aparte en el duro proceso del cáncer de mama”, asegura Javier Jiménez, tatuador deRolling Tattoo Málaga. Su estudio fue el primero de la Costa del Sol en formar parte de uno de los más de 30 centros que a día de hoy conforman la iniciativa ‘Tatuaje Solidario’ por el cáncer de mama.
"Vienen a tu estudio a poner fin a un proceso muy duro a todos los niveles: llegan cansadas de pasar por quirófano, de pasar por tratamientos muy agresivos, de enfrentarse al espejo…"
Dependiendo de “la calidad de la piel y el estado de la cicatriz”, una reconstrucción de areola y pezón en ambas mamas puede llevarle a Javier alrededor de una hora y media. A este tiempo, añade el tatuador “hay que sumarle la atención que dedicamos a cada persona”. En este sentido, defiende que “salvando las distancias, los tatuadores tenemos algo de psicólogos y de curas: escuchamos, procuramos empatizar y además, somos los maestros de ceremonia del proceso de un tatuaje”.
Imagina, continúa Javier, “que vienen a tu estudio a poner fin a un proceso muy duro a todos los niveles: llegan cansadas de pasar por quirófano, de pasar por tratamientos muy agresivos, de enfrentarse al espejo… Cuando ves a estas personas romper a llorar o emocionarse delante del espejo tras su reconstrucción, entiendes y experimentas una de las mejores cosas que te pueden pasar como profesional”.
“El tatuaje tiene mucho de ritual y las personas, una vez en la cabina de trabajo, suelen abrirse emocionalmente y hablarte del significado que tiene el tatuaje para ellos o incluso de cosas más personales”. Tanto es así que incluso algunas supervivientes al cáncer le han “cogido el gustillo a la tinta” y han vuelto al estudio a tatuarse: “El tatuaje tiene mucho de terapéutico, ya sea una persona que pone punto final a su cáncer de mama u otra que rinde tributo a un ser querido o marca en su piel un recuerdo o momento importante en su vida”, concluye el artista.