La Organización de las Naciones Unidas establecía el 19 de noviembre de 2013 el Día Mundial del Retrete. Una fecha que pone de relieve la importancia que juegan los inodoros y sistemas de saneamiento como garantes de la salud pública a nivel global. Los últimos datos publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), relativos a 2020, señalan que el 54% de la población mundial (alrededor de 4.200 millones de personas) utilizan servicios de saneamiento gestionados de forma segura. Hecho positivo, pero que nos deja una cifra preocupante: más de 1.700 millones de personas continuaban en 2020 sin tener acceso a sistemas básicos de saneamiento, como inodoros o letrinas privadas.
La agencia de salud de la ONU indica además que casi 500 millones de personas todavía defecaban al aire (en alcantarillas o masas abiertas de agua, por ejemplo), lo que perpetúa de forma preocupante un círculo vicioso de enfermedad y pobreza. La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 nos ha mostrado la vulnerabilidad de la humanidad ante las zoonosis y cómo la protección de la salud es el pilar sobre el que se sustentan el resto de elementos sobre los que se construyen nuestras sociedades. El correcto tratamiento de las aguas residuales domésticas es fundamental para evitar la propagación de enfermedades que en los países de medios y bajos ingresos se cobran la vida de millones de personas.
Los sistemas de saneamiento deficientes se asocian con la transmisión de enfermedades diarreicas como el cólera, disentería, fiebre tifoidea, lombrices intestinales o poliomielitis, entre otras. También tiene efectos negativos en el desarrollo de los niños y se erige como un importante contribuyen al aumento de las resistencias a los antimicrobianos, uno de los problemas de salud pública más acuciantes a nivel global. Un dato preocupante en este sentido es que en 2020 el 45% de las aguas residuales domésticas en el mundo fueron vertidas sin aplicar tratamientos seguros.
Casi 829.000 personas de países de medios y bajos ingresos fallecen cada año debido a la insalubridad del agua y sistemas de saneamiento deficientes. Estas muertes representan el 60% del total de las muertes globales por diarrea. La diarrea continúa siendo una de las principales causas de muerte, a pesar de que en gran medida es prevenible. Mejorar la calidad del agua y los sistemas de saneamiento e higiene podría prevenir cada año hasta 297.000 muertes en niños menores de cinco años.
Por cada dólar invertido en la mejora de los sistemas de saneamiento se produce un rendimiento de 5,50 dólares en reducción de los costes de salud, aumento de la productividad y menos muertes prematuras
Los datos que maneja la OMS consideran que las deficiencias en los sistemas de saneamiento son la causa principal que se encuentra detrás de hasta 432.000 de estas muertes. La falta de sistemas de saneamiento eficaces y seguros se asocia además con varias enfermedades tropicales desatendidas como las lombrices intestinales, la esquistosomiasis y el tracoma.
El vertido de las aguas residuales sin los tratamientos necesarios para garantizar su seguridad es también un factor de riesgo a la hora de provocar enfermedades transmitidas por los alimentos. La OMS ha identificado más de 200 enfermedades transmitidas por los alimentos que se traducen en 600 millones de personas afectadas y alrededor de 420.000 fallecidos cada año. Se estima que al menos el 10% de la población mundial consume alimentos que han sido regados con aguas residuales.
“Un saneamiento deficiente reduce el bienestar humano y el desarrollo socioeconómico como consecuencia de la ansiedad, el riesgo a padecer agresiones sexuales, la pérdida de oportunidades educativas y laborales, entre otras consecuencias”, expone la OMS, recalcando que los perjuicios que supone la falta de sistemas adecuados de saneamiento tienen implicaciones mucho más allá de la salud.
En este día es necesario recordar los resultados de un estudio realizado por la OMS en 2012: por cada dólar invertido en la mejora de los sistemas de saneamiento se produce un rendimiento de 5,50 dólares en reducción de los costes de salud, aumento de la productividad y menos muertes prematuras.
Mejorar los sistemas de saneamiento tiene además múltiples beneficios como la reducción de la propagación de enfermedades tropicales desatendidas que se cobran la vida de millones de personas, reducción de la gravedad y consecuencias de la malnutrición, promoción de la dignidad y aumento de la seguridad (especialmente para mujeres y niños), reducción de la propagación de las resistencias a los antibióticos, mejorar el potencial de recuperación del agua y mitigar el creciente problema de su escasez.