La artritis reumatoide es una enfermedad inflamatoria crónica, perteneciente al grupo de enfermedades reumáticas. Afecta a las articulaciones provocando inflamación, rigidez y dolor en manos, pies, hombros o rodillas. La inflamación “puede llevar al daño óseo y articular, causando una disminución de la movilidad articular y una importante discapacidad en los pacientes”, destaca de la Dra. María José Moreno, especialista en reumatología del Hospital Rafael Méndez de Lorca, y Secretaria de la Sociedad Murciana de Reumatología a este medio.
En España, se calcula que hay más 200.000 personas con artritis reumatoide. Una enfermedad autoinmune que además de la inflamación de las articulaciones y el daño óseo y articular puede provocar fiebre, cansancio o pérdida de peso y puede afectar a órganos como el pulmón o el corazón. Lo que la convierte en una enfermedad sistémica.
Las personas con artritis reumatoide ven reducida su actividad diaria. Por ejemplo, María José Artero, paciente con esta enfermedad desde hace 10 años y vocal de la Coordinadora Nacional de Artritis, ConArtritis, necesita ayuda para realizar algunas actividades, “lo cual también ha hecho que haya tenido que dejar de hacer otras debido a que hay momentos que no es posible poder realizarlas”, destaca a Consalud.es.
“La calidad de vida de los pacientes puede verse mermada por la propia actividad de la enfermedad y/o el daño estructural articular, limitando determinadas actividades de la vida diaria como es abrir un grifo o un cartón de leche”, añade la Dra. Moreno. A su vez los fármacos inmunomoduladores suponen un riesgo de determinadas infecciones, pero al mismo tiempo son esenciales para reducir el dolor. “Son fármacos que modulan el sistema inmune y cada uno de ellos presenta particularidades propias”.
El seguimiento del tratamiento y una detección precoz se asocia a la remisión de la enfermedad, consistente en la atenuación o desaparición completa en el paciente de los signos y síntomas de la enfermedad
El seguimiento del tratamiento, y una detección precoz, se asocia a la remisión de la enfermedad, consistente en la atenuación o desaparición completa en el paciente de los signos y síntomas de la enfermedad. Las líneas de investigación están intentando apostar por disminuir el retraso diagnóstico, que tradicionalmente se consideraba aceptable cuando el diagnostico se realizaba antes de que trascurrieran dos años desde el inicio de las primeras manifestaciones del trastorno.
Actualmente “disponemos de técnicas analíticas y de imagen, como es la resonancia magnética y sobre todo la ecografía, que nos ayudan a valorar la inflamación en fases iniciales”. Lo que ha permitido reducir los tiempos de diagnósticos a meses, como le ocurrió a María José Artero, que comenzó con los síntomas en diciembre de 2011 y se lo detectaron hasta el año 2012.
Otra línea de investigación aborda el tratamiento, con el objetivo de conocer las sustancias implicadas en la inflamación. Sin embargo, existe un problema con el tratamiento, y es que los síntomas varían en cada paciente, y además, según se va desarrollando la enfermedad y se van produciendo brotes se ocasionan cambios en el paciente que implican tener que variar el tratamiento.
Como explica la Dra. Moreno, los brotes “se asocian a la actividad de la enfermedad y pueden suponer que se requiera un ajuste de tratamiento”. Sin embargo actualmente los reumatólogos son incapaces de detectar de forma anticipada un brote de la enfermedad. “Sigue siendo un caballo de batalla para el reumatólogo, pero a día de hoy no disponemos de marcadores que podamos utilizar en práctica clínica habitual”. Como concluye la doctora, la identificación correcta de los brotes es muy importante para un correcto manejo de la enfermedad.