Con la pandemia han aflorado los problemas de salud mental. Un 47% de niños y adolescentes están afectados, el doble que antes de este periodo, según datos del Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, del que forman parte la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (SPI-AEP), la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (SEUP) y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). También se han visto afectadas las personas en edad adulta o mayores, con un incremento tres veces mayor de depresión o ansiedad debido al estrés producido por la Covid-19 y la incertidumbre de salud, económica y social causada por esta enfermedad, según datos de la encuesta del CIS.
Son múltiples los problemas de salud mental existentes en la sociedad: ansiedad, depresión, trastornos psicóticos, bipolaridad, esquizofrenia… En 2010, según un estudio publicado en la revista ‘Plos One’, estos trastornos suponían un coste económico de 46.000 millones de euros a nuestro país, repartido en costes directos en el servicios sanitario, en cuidados y en coste indirectos como la pérdida de productividad laboral y la discapacidad crónico. Según datos del Sindicato de Estudiantes, actualmente solo se dedica un 5% del gasto en Sanidad para los problemas mentales, cuando sería necesario llegar al menos al 15%. También faltan psicólogos y psiquiatras en el Sistema Nacional de Salud (SNS), teniendo actualmente 6 profesionales por 100.000 habitantes, según datos del Defensor del Pueblo.
"Yendo cada dos semanas me olvido de la sesión anterior, surgen nuevos problemas y el seguimiento es peor”
Esta situación aumenta las listas de espera, repercutiendo directamente en los pacientes. “Si no se atienden al principio, a la larga la persona tendrá menos recursos para trabajar, para hacer los deberes caseros o para mantener las relaciones sociales”, explicaba en una entrevista en Consalud.es Antonio Cano-Vindel, presidente de Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. Con unas listas de espera de meses, y luego citas cada otros tantos meses, la situación para los pacientes es insostenible, aumentando el riesgo de cronicidad, discapacidad e intentos suicidas. Los que se lo pueden permitir acuden a atención privada, los que no, ven su situación empeorar
“ME DA RABIA NO PODER IR LO QUE DEBERÍA”
Rabia es lo que siente Javier cuando piensa que no se puede permitir todas las citas psicológicas que necesita y cómo eso le repercute: “Yendo cada dos semanas me olvido de la sesión anterior, surgen nuevos problemas y el seguimiento es peor”. Javier tiene ansiedad de libro, como él señala, posiblemente con componente genético ya que diversas generaciones de su familia materna han presentado problemas de salud mental como él.
Todo empezó un poco antes de pandemia, cuando estaba terminando la carrera. “Necesité atención psicológica y como no sabía cómo pedirla acudí al médico de cabecera. Me dijo que me relajara y que no pasaba nada”. El problema es que él no tenía herramientas para frenar la marabunta de emociones y pensamientos que le asediaban. Fue empeorando. “Cuando se aproximaba la entrega de los trabajos de fin de grado volví al médico de Primaria y me mandó un ansiolítico, pero yo necesitaba más”. Su médico no le derivó a un psicólogo, “me dijo que no me solucionaría nada y que había mucha lista de espera”. Decidió ir por lo privado.
“Decidí dejarlo por motivos económicos, había dejado de trabajar al empezar el máster y no podía pagarlo a medias, y mi madre no quería pagarlo porque consideraba que no lo necesitaba”
De media, la atención psicológica privada ronda entre los 40 y 100 euros por sesión, dependiendo de cada especialista. La de Javier le costaba 60 euros que él, aunque era entrenador en un equipo de baloncesto juvenil, no se podía permitir. “Acordé con mi madre que lo pagaríamos a medias, y así estuvimos durante el primer año”. Durante los dos o cuatro primeros meses estuvo yendo dos veces por semana (480€ al mes), después, al ir mejorando, comenzó a ir cada semana (240€ al mes) y después cada dos semanas (120€ al mes), hasta que al año lo dejó. “Decidí dejarlo por motivos económicos, había dejado de trabajar al empezar el máster y no podía pagarlo a medias, y mi madre no quería pagarlo porque consideraba que no lo necesitaba”. Llevaba gastado en ese año unos 3.000 euros en atención psicológica.
Estuvo bien durante un año, pero este verano todo explotó de nuevo. Pérdidas y problemas familiares le obligaron a volver al médico. “Esta vez fue una doctora la que me atendió en Primaria y me pidió un psicólogo por la sanidad pública, además de mandarme otras pastillas”. Cinco meses tuvo que esperar a la primera consulta, que resulto ser a un psiquiatra y no a un psicólogo. El psiquiatra, consciente de que Javier necesitaba terapia psicológica, le derivó al otro especialista en salud mental. Otros cuatro meses de espera. “Un mes antes de ir a la cita del psicólogo tuve que volver a la mía privada. Ya trabajaba así que me lo podía pagar”, pero no todo lo que le gustaría.
Actualmente tiene una cita con la psicóloga privada cada dos semanas, y con la pública cada tres meses. “No me puedo permitir ir todas las semanas porque sería un 30-40% de lo que ingreso al mes. Y la pública solo me da consejos estándar que no me ayudan en nada. Con sesiones tan espaciadas la psicóloga no puede conocer mis problemas”, denuncia. “Es una situación bastante mala, es mejor tener algo que no, pero da rabia no tener la atención que necesito”.