La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha supuesto un importante punto de inflexión en materia de salud mental. Las medidas y restricciones establecidas con el objetivo de frenar la propagación del virus han influido de forma significativa en la salud mental de las sociedades, así como el impacto inherente a la crisis sanitaria vivida. Antes del surgimiento de la Covid-19 la salud mental ha estado de forma histórica en un segundo plano respecto a la salud física, a pesar de que problemas como la ansiedad, el estrés o la depresión son problemas de salud ampliamente extendidos entre la población.
La creciente evidencia científica surgida en estos tres años de pandemia muestra cómo entre las secuelas o síntomas persistentes derivados de la infección ocupan un lugar destacado los problemas neurológicos. La ecuación planteada enfatiza la necesidad de equiparar la atención e inversión que se destina a la salud física con la que se aplica sobre la mental. Una pregunta que se ha repetido con frecuencia en estos años se focaliza en cómo la pandemia ha cambiado la fotografía que observamos de la salud mental en términos clínicos.
En este sentido ponemos el foco en los resultados de un estudio cuyos resultados han sido publicados por la revista British Journal Medicine. Los autores han analizado investigaciones en cualquier población que comparen resultados en salud mental desde el 1 de enero de 2018 hasta el 31 de diciembre de 2019, fecha en la China informó por primera vez sobre la detección del nuevo virus a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un requisito imprescindible de los estudios elegidos es que analizasen al menos al 90% de los participantes no solo antes de la pandemia sino también durante la misma. De esta forma hasta el 11 de abril de 2022 se revisaron 94.411 títulos incluidos en 137 estudios únicos de 134 cohortes. La mayoría de los estudios se han desarrollado en países de altos ingresos o medios altos.
“Muchos análisis mostraron una heterogeneidad significativa, lo que sugiere que las estimaciones puntuales deben interpretarse con cautela”, exponen los responsables de este trabajo. “Sin embargo, hubo consistencia entre los análisis en el sentido de que la mayoría de las estimaciones de los cambios en los síntomas fueron cercanas a cero y no estadísticamente significativas, y los cambios que se identificaron fueron magnitudes de mínimas a pequeñas”, exponen.
Los cambios negativos más significativos se han identificado en grupos poblacionales concretos como las mujeres
De esta forma los autores explican que a nivel de población general no se han hallado cambios en la salud mental ni en problemas concretos como la ansiedad. El empeoramiento de problemas de salud mental como la depresión “fue mínimo”. Sin embargo, entre los subgrupos analizados han sido las mujeres el único grupo que experimentó un empeoramiento de los síntomas en todos los dominios de resultados. Los síntomas de depresión empeoraron en cifras mínimas para los adultos mayores, jóvenes y personas que se identificaron a sí mismas como pertenecientes a un grupo minoritario sexual, pero no en el resto de grupos.
La revisión de tres estudios, una muestra sobre la que los autores inciden en que es pequeña pero cuyos resultados deben ser tenidos en cuenta, muestra que la salud mental general y los síntomas de ansiedad sí que empeoraron para los padres. Se ha demostrado que los síntomas generales de salud mental y depresión mejoraron en personas con condiciones de salud mental preexistentes, “pero estos resultados solo se han producido en dos estudios y la mejora fue insignificante, aunque estadísticamente significativa para los síntomas relacionados con la depresión”.
El estudio más grande centrado en el suicidio durante la pandemia incluyó datos mensuales de fuentes gubernamentales oficiales sobre casos de suicidio en 21 países desde el 1 de enero de 2019 o antes hasta el 31 de julio de 2020. Este trabajo no ha hallado evidencia de un incremento estadísticamente significativo en ningún país o región. Sin embargo, se produjeron disminuciones estadísticamente significativas en 12 países o regiones.
“La falta de evidencia de una disminución a gran escala en la salud mental hasta ahora en el contexto de la Covid-19 podría deberse a que las personas son resistentes y han sacado lo mejor de sí mismas en una situación difícil (…) Los cambios mínimos en la salud mental que encontramos también podrían reflejar los pasos dados por los gobiernos para apoyar la salud mental (…) No se sabe hasta qué punto estas acciones han sido efectivas, pero es posible que las acciones gubernamentales hayan jugado un papel importante”, declaran los autores.
La conclusión más contundente que se extrae es que los cambios negativos más significativos se han identificado en grupos poblacionales concretos como las mujeres, lo que subraya la necesidad de más investigación, atención y recursos adicionales. Este trabajo evidencia también una realidad ya conocida: la brecha existente en salud mental entre los países lo que pone de manifiesto la necesidad de invertir en marcos de vigilancia de la salud mental que generen datos de calidad y abordar así los problemas de salud mental en todo momento.