La sociedad está concienciada sobre el importante problema de salud pública que suponen la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y los malos hábitos como el tabaquismo, el consumo nocivo de alcohol, la mala alimentación y la falta de actividad física. Estas enfermedades y hábitos no solo tienen consecuencias negativas para los órganos y sistemas a los que afectan principalmente, sino que alteran el correcto funcionamiento de otras partes de nuestro organismo que, en un principio, pensamos erróneamente que no se ven comprometidas. El aumento en la prevalencia de los factores enumerados, junto con el progresivo envejecimiento de la población, se están traduciendo en los últimos años en un alarmante aumento de la enfermedad renal.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe la enfermedad renal crónica (conocida también como insuficiencia renal crónica) como la pérdida gradual de la función renal. Los riñones son los encargados de filtrar los desechos y el exceso de líquidos presentes en la sangre, que posteriormente son excretados a través de la orina. Cuando la enfermedad renal crónica alcanza su etapa más avanzada, niveles peligrosos de líquidos, electrolitos y desechos pueden acumularse en nuestro organismo.
Los expertos advierten de que los signos y síntomas de la enfermedad renal crónica (ERC) se desarrollan con el paso del tiempo, por lo que el daño renal se produce lentamente. La OMS incide en que algunos de los principales riesgos que pueden aumentar el riesgo de desarrollar ERC son la diabetes, la presión arterial alta, las enfermedades relacionadas con el corazón, el tabaquismo o la obesidad.
La anemia es una de las complicaciones más frecuentes de la enfermedad renal crónica. Esta aumenta a medida que disminuye el filtrado gomerular y precisa tratamiento en los estadios más avanzados de la enfermedad. Tal y como explican desde la Sociedad Española de Nefrología (SEN) la principal causa de la anemia asociada a la enfermedad renal crónica es la producción inadecuada de eritropoyetina (EPO), hormona producida por los riñones que estimula la médula ósea para la producción de un mayor número de glóbulos rojos. La eritropoyetina se emplea con frecuencia para el tratamiento de la anemia causada por un número reducido de glóbulos rojos o una baja concentración de hemoglobina en los casos de insuficiencia renal crónica.
Las estimaciones apuntan a que para el año 2040 la ERC se convertirá en la quinta causa de muerte a nivel global
Además del déficit de EPO, en la enfermedad renal crónica existen otras potenciales causas de la anemia, destacando la ferropenia (disminución de la cantidad de hierro en la sangre) con un frecuente factor asociado a la disminución de EPO, especialmente en los casos de pacientes con tratamientos antiagregante o anticoagulante.
La National Kidney Foundation revela que el 10% de la población mundial padece enfermedad renal crónica y millones de personas fallecen cada año en todo el mundo por no tener acceso a tratamientos asequibles. En el caso de España el 16% de la población sufre ERC. El número de personas en tratamiento sustitutivo de la función renal ha aumentado en nuestro país un 22% en los últimos seis años, de acuerdo con los datos recogidos en el estudio “Treating anemia in chronic kidney disease. An ongoing revolution?”. Las estimaciones apuntan a que para el año 2040 la ERC se convertirá en la quinta causa de muerte a nivel global.
Muchos de los afectados tendrán que hacer frente también a la anemia ya que su aparición es prácticamente inherente a la progresión de la ERC. Una de las comorbilidades que más afectan a la calidad de vida, autonomía y desarrollo personal de los pacientes que la sufren.
Dada la magnitud que representa la enfermedad renal crónica y sus consecuencias, como la anemia, tanto en España como a nivel global se requiere la incorporación de alternativas terapéuticas a la administración de la referida eritropoyetina, para mejorar los síntomas que provoca en los pacientes que sufren la anemia asociada a la ERC y que limitan de forma significativa sus vidas.
El cambio no se requiere únicamente desde el punto de vista de los tratamientos, sino a nivel estructural y social. El primer paso es garantizar que nuestro sistema sanitario cuenta con capacidad para ofrecer la cobertura necesaria a estos pacientes, así como informar a nivel general sobre una patología poco conocida entre la población general.