Ojalá nunca nos acostumbremos al horror ni al olor de la guerra. Toda conflagración deja un número ilimitado de víctimas, unas forzosas y otras forzadas, pero el horizonte que se atisba después de un enfrentamiento bélico es desolador, la destrucción y la ruina es casi total, y la vida nunca vuelve a ser la misma por cuanto se ha perdido por el camino.
Somos unos privilegiados los que disfrutamos de una paz acomodada en unos países donde la libertad es total dentro del respeto a la comunidad; donde hay que cumplir con unos deberes; pero donde se goza de unos derechos muy amplios que evitan e impiden que tengamos que devorarnos los unos a los otros como grandes depredadores. No hay razones aparentes para sentirlo…, pero el riesgo es latente.
A poco más de 3.500 kms se dirimen los destinos de judíos y palestinos, en un conflicto que parece irresoluble hasta que uno de los dos combatientes se extinga o ambos se liquiden mutuamente, como en una tragedia de Eurípides, Sófocles o Esquilo. No parece que quede lugar para la paz, como pedía John Lennon en su mítica “Give peace a chance”, no cabe más resolución que nuevas masacres que dejen exhaustos a sendos rivales hasta agotar existencias humanas y armamentísticas.
Conociendo lo que todos sabemos de Historia, no parece oportuno manifestarse cuando no se dispone de una información rigurosa y equidistante, y la que hay parece impregnada de subjetividad, prejuicios y recelos. Los participantes se decantan por su bando, pero los meros observadores, como antropólogos en medio de ritos tribales en poblados semisalvajes, no debemos participar sino como simples fuerzas de interposición para evitar carnicerías.
Los intereses internacionales estratégicos y diplomáticos ya se han empezado a desplegar y tomar posiciones, que para unos son controvertidas, desproporcionadas e injustas y para otros acordes a los daños, coherentes en el uso de la fuerza y legítimas en base a tratados que ellos mismos redactan.
"Más allá de la preocupación humanitaria por las víctimas, independientemente de su origen, etnia o religión, entiendan que mi solidaridad vaya encaminada hacia mis colegas sanitarios que, según los casos, han de trabajar en condiciones extremas, tanto por el volumen descomunal de afectados como por los recursos disponibles, en situación límite y asaltados por la sensación de impotencia"
Desde fuera, en la comodidad y la calma de nuestros hogares, a miles de kilómetros de distancia, resulta complejo tratar de comprender la urdimbre de relaciones, intereses, condicionantes, que se fraguan alrededor de una pugna de estas características y hasta qué punto llega a sobredimensionarse conforme entran nuevos actores en liza.
A la misma distancia, pero en dirección nordeste, se prolonga desde hace más de un año otro conflicto, el de Ucrania-Rusia, pero parece que ya nos hubiéramos acostumbrado, que ya no fuera noticia porque se ha dilatado en el tiempo, efecto de desgaste probablemente buscado, pero no podemos ignorarlo, porque también reclama nuestra atención. Otros conflictos, en el Sahel, Yemen, Somalia, quedaron opacados por el halo del más reciente y sin embargo existen y causan estragos, pero no son noticia.
Más allá de la preocupación humanitaria por las víctimas, independientemente de su origen, etnia o religión, entiendan que mi solidaridad vaya encaminada hacia mis colegas sanitarios que, según los casos, han de trabajar en condiciones extremas, tanto por el volumen descomunal de afectados como por los recursos disponibles, en situación límite y asaltados por la sensación de impotencia.
Un día cualquiera de nuestras “apacibles y pacíficas” vidas como profesionales de la salud pasa entre decenas de pacientes, salas de espera llenas, formularios, quirófanos con tráfico fluido, prisas por llegar a otro destino en la punta contraria para acudir a una clase, acto, curso, congreso, recoger a los hijos de la escuela… etc.
No puedo imaginar el estrés que debe ser el colapso de todas las dependencias citadas con anterioridad, frente a cuerpos quebrados o mutilados y con nulas esperanzas de supervivencia, con jornadas maratonianas sin descanso, con la furia de los familiares desolados, devastados anímicamente por el azote continuo de enfrentamientos irracionales… y a veces sin camas, vendas, tijeras o analgésicos.
"Trabajar con un arma apuntándote a la cabeza o con el riesgo certero de que un artefacto explosivo pueda acabar de un soplo con tu vida, es la peor de las situaciones para cuidar o sanar a los demás"
Ya les he descrito en tribunas anteriores lo extremo que resultó para muchos de los nuestros, incluido quien esto suscribe, la experiencia de la Pandemia: nos puso a prueba, nos volteó y convulsionó hasta la implosión…, pero no es comparable ni mucho menos con una guerra, o una oleada de terrorismo, preñadas de crueldad, donde todos los parámetros, los protocolos de actuación, la asepsia… pasan a un segundo plano porque hay más, y más, y más damnificados en la puerta pidiendo alivio y alguna oportunidad más.
Hay otro elemento que no conviene soslayar, como es el riesgo de la propia vida, pues muchas veces son estos colegas nuestros el objetivo prioritario del enemigo, olvidando las convenciones y los tratados de paz. Trabajar con un arma apuntándote a la cabeza o con el riesgo certero de que un artefacto explosivo pueda acabar de un soplo con tu vida, es la peor de las situaciones para cuidar o sanar a los demás.
Espero y deseo fervientemente que todos los conflictos finalicen pronto, no por extinción, sino por acuerdo. Una mítica canción de los Creedence Clearwater Revival dice “I want to know – have you ever seen the rain comin' down on a sunny day?”. Traducida, dice algo así como: “Quiero saber si alguna vez has visto la lluvia caer en un día soleado”. En román paladino esto significa que, “pese a que todo iba bien, sigue habiendo tremendos problemas”. Llueve sobre mojado. Ojalá pronto escampe para siempre y luzca el sol.