Mucho se está hablando esta semana de las guardias del personal sanitario, obligación, de toda la vida mal pagada, no considerada hora añadida a la jornada, y encima sin computar de cara a la jubilación. Nuestra nueva Ministra del ramo ha soltado el “globo sonda” de acabar con ellas. Veremos.
Pero nadie se plantea las horas de sueño sacrificadas y entregadas por esa buena causa que llamamos “atención a los pacientes”. Mucho más difícil de cuantificar es el desajuste vital que supone el cambio de horarios y ritmos como sucede en todas las profesiones que trabajan a turnos.
Entre los múltiples estragos que dejó la condenada pandemia de Covid-19, uno de ellos fue el sueño, la mala calidad del sueño, vinculada directamente con la salud mental de los españoles. Se dice que afecta fundamentalmente a las mujeres, pero nadie se ha preocupado de los profesionales de la salud que llevan décadas haciendo guardias y sacrificando su descanso por amor del cuidado ajeno.
Hay otros profesionales que también realizan estos servicios nocturnos, también para ellos serviría esta reivindicación, aunque la organización del trabajo y la libranza de otros colectivos no parece ser la misma que en el ámbito de la salud.
"Quiero hablar del sueño sustraído a los médicos, porque no hay dinero que lo pague, ni manera humana de recuperarlo, pero pocos se han planteado si ha generado trastornos sobre el colectivo sanitario"
Quiero hablar del sueño sustraído a los médicos, porque no hay dinero que lo pague, ni manera humana de recuperarlo, pero pocos se han planteado si ha generado trastornos sobre el colectivo sanitario. Se da por sentado que forma parte de nuestro modus operandi. Así que “ajo y agua”.
Luego se exige una precisión rigurosa, casi milimétrica, como la de un relojero suizo, sin valorar los efectos que tiene permanecer multitud de noches al mes despiertos para atender guardias eternas. Y ojo no te equivoques ni una micra porque te cortan el cuello. Se te caerán los párpados del sueño, pero se da por bueno que está entre nuestras habilidades resistir estoicamente y sin rechistar los abrazos de Morfeo, la dedicación y la responsabilidad no se discuten, sí la remuneración.
Y es precisamente esto último lo que me permite hilar con el otro tema singular de la semana. Me refiero al error de un colegiado en un partido de fútbol que enfrentaba a dos equipos de la división de honor de la Liga española, el Valencia CF y el Real Madrid CF. Una aplicación subjetiva de la norma provocó un monumental jaleo afectando al resultado por marcar en el límite del tiempo reglamentario con anulación incluida.
Al parecer los errores en el deporte adquieren una dimensión sideral conforme a quién resulta perjudicado, cuando semana tras semana se repiten estos mismos desaciertos en duelos de menor repercusión, pero sin idéntico ruido mediático. Y eso que se ha implementado una nueva herramienta para revisarlos (VAR), pero ni en su aplicación se ponen de acuerdo los que la tienen que manejar. El retorcimiento de las normas aleja, lo que intuitivamente podíamos esperar, del resultado final.
"No es lo mismo errar en el juego de dardos que cortar el suministro eléctrico, pinzar el nervio ciático o ligar un vaso sanguíneo en un ser humano"
Decían los latinos que "errare humanumest" por considerar intrínseco a la naturaleza humana el equivocarse. Por supuesto que hay ámbitos donde estos fallos tienen escasa o tardía repercusión y otros donde conllevan graves e inmediatas consecuencias. No es lo mismo errar en el juego de dardos que cortar el suministro eléctrico, pinzar el nervio ciático o ligar un vaso sanguíneo en un ser humano.
Si el piloto desfallece podría recurrirse durante un intervalo al piloto automático. Si un tratamiento para administrar por sonda nasogástrica se inyecta en vena tenemos una tragedia.
En actividades deportivas como la descrita anteriormente puede traducirse en puntos, en resultados, en clasificaciones, en ganancias económicas... Pero nunca llegan a interesar la salud de las personas, salvo la de los muy pasionales con afecciones cardíacas, que necesitarían sí o sí la máxima precisión si se trata de destaponar sus coronarias, fuera el minuto que fuera del día o del tratamiento.
Todos podemos cometer errores, lo importante es tratar de minimizarlos, paliar sus efectos, detectarlos precozmente, y si es posible aprender para futuras ocasiones y así evitarlos, pero sería deseable un análogo rigor a todos, porque esas pegas livianas también pueden causarnos estragos a los demás, pero no armamos tanto escándalo. Lo otro sería aplicar el mismo criterio de comprensión y flexibilidad en todos los ámbitos y todas las profesiones.