Sobreoferta

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Corría el año del Señor de 1767… (siempre he querido escribir esto, como en las novelas náuticas inglesas) cuando James Steuart ¿el actor estadounidense? ¡No, el economista escocés!... en su obra “Estudio de los principios de la economía política”, acuñara la expresión “oferta y demanda” como modelo de la relación entre el precio de un bien y las ventas del mismo.

Sus escritos señalaban la relación entre el valor de los bienes o servicios y el valor del dinero y cómo el incremento de uno podía dar lugar a la reducción del otro. Tranquilos que no les daré la matraca con Jonathan Swift, Adam Smith, ni con David Ricardo, por ser este un medio sanitario que no financiero.

Todos hemos oído hablar de la célebre “ley de la oferta y la demanda”, vivimos en un gran mercado que es la vida, los equilibrios en la naturaleza se regulan de igual manera con el crecimiento de las especies según la cantidad de alimento o al contrario. De algún modo el comercio, ese intercambio, es un dinamizador de las sociedades.

Cada uno nos postulamos como oferentes/consumidores de algún bien o servicio, sea desde la medicina, la abogacía, el horno de pan o el socorro en siniestros, etc., pero vendemos nuestro trabajo o el fruto del mismo, y para ello se ha precisado de un periodo de adiestramiento que siempre exige la paciencia necesaria, tanto para adquirir la formación, como para asimilar la experiencia. Nadie nace sabiendo.

Ahora bien, la naturaleza nos hace demandantes de bienes y servicios y es el intercambio, el mercado, con sus fluctuaciones y coyunturas, el que hace oscilar los precios. En una estructura de mercado cerrada y regulada, los precios los fija la maquinaria monopolista vigente y los adquieres sí y solo sí dispones de las condiciones para hacerlo, no cabe discusión alguna.

En cambio, un mercado abierto, surtido de una oferta abundante, permite que la oferta fluctúe y haya múltiples opciones entre las que elegir, lo cual puede ser bueno para el consumidor final, incluso muy bueno, pudiendo surgir una interesante circularidad y competencia que redunde en una mejoría de la calidad debida a la competencia y un crecimiento sostenible, concepto muy en boga en la última década.

"Aquello que en un principio se presentaba como un beneficio para la comunidad, puede acabar siendo por completo rechazado o ignorado por esta"

Pero ¿qué pasa cuando el mercado se descontrola, produce en exceso y no absorbe todo ese excedente? ¿Qué sucede cuando el sistema ofrece una sobreoferta? Aquello que en un principio se presentaba como un beneficio para la comunidad, puede acabar siendo por completo rechazado o ignorado por esta.

Nunca entendí del todo la lógica de los antiguos mercados municipales, donde se apilaban por cuadruplicado, quintuplicado o mucho más, los puestos de fruterías, pescaderías, carnicerías, casquerías, adosados unos a otros sin solución de continuidad. Una distribución y arquitectura similar a un vestidor, aquí chaquetas, aquí ropa interior, allá camisas y corbatas o calcetines y fulares.

Mi madre, con mucha sagacidad e intuición, solía repetir con mucho acierto que “cuando un negocio se mantiene, es por algo”. Calidad en el producto, servicio, precio o simplemente el trato considerado. Este axioma es irrefutable, ni un Premio Nobel de Economía podría tirarlo por tierra.

Aquellas formas de presentación concentrada y sectorizada, lo mismo que aquel tipo de consumo, ha quedado obsoleto y ha tocado a su fin, hasta el punto de que hoy muchas de aquellas superficies se están readaptando, mostrando una oferta gastronómica alternativa que está calando entre las nuevas generaciones que compran en hipermercados u online. Quien no se adapta, fenece.

"Parece que vamos camino de una sobreoferta que sólo puede acabar por precarizar al sector y a sus futuros profesionales"

Preocupa leer que hay una progresiva implantación de nuevas facultades de odontología, y como profesor de Anestesiología en la Facultad de Odontología de la UCM, escucho la preocupación creciente de profesores y alumnos sobre su futuro. Pese a que la facultad de la Univ. Complutense es considerada la mejor de España, parece que vamos camino de una sobreoferta que sólo puede acabar por precarizar al sector y a sus futuros profesionales.

No lo digo yo solo. En este mismo digital, Óscar Castro, presidente del Consejo General de Dentistas, ha declarado que el aumento de facultades de Odontología “no se corresponde con el mercado laboral real” y recordaba que “ya en los años 80´s hubo una crisis similar que condenó al paro a la gran mayoría y la única salida que teníamos era la vía MIR, con una plaza por cada 30 médicos”.

Comprendan que me preocupe por los alumnos en general y los míos en particular, no por una suerte de condicionar o tutelar sus destinos, pues solo ellos son dueños de los mismos, sino porque “abrir la caja de los vientos de Pandora” sólo puede traer consecuencias inciertas, y decisiones administrativas públicas o privadas, con ánimo de colectivizar más beneficios en forma de nuevas matrículas, terminará precipitando en inseguridad y desempleo.

Suele decir un familiar muy querido que “está bien enseñar los dientes de vez en cuando para que sepan que los tienes”, como señal de alerta, y por supuesto que cuanto mejor tratados, mejor, pero no a costa de arruinar a la comunidad por decisiones precipitadas. Habría que recordar que la sonrisa de nuestros clientes es nuestra firma.

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