La Singularidad Médica

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

La singularidad tecnológica refiere un supuesto futuro donde la inteligencia artificial (IA) superaría la inteligencia humana, desencadenando un crecimiento tecnológico exponencial e incontrolable. Este concepto fue inventado por los científicos estadounidenses Ray Kurzweil y Vernor Vinge.

Estaríamos ante un futuro caracterizado por una IA autoconsciente y automejorable (máquinas capaces de rediseñarse a sí mismas, superando la comprensión humana); donde habría transformaciones disruptivas en medicina, economía, energía y ética; y mientras que algunos ven oportunidades (avances y soluciones a problemas globales), otros advierten riesgos (pérdida de control humano, desigualdades).

Es un concepto teórico que genera debates intensos. La singularidad tecnológica explora un futuro desconocido impulsado por la IA y representa un límite de nuestro conocimiento actual.

En el campo que me ocupa, la medicina, estamos experimentando una revolución sin precedentes gracias a la convergencia de tecnologías como la robótica, el big data y la mismísima inteligencia artificial (IA).

"En el campo que me ocupa, la medicina, estamos experimentando una revolución sin precedentes gracias a la convergencia de tecnologías como la robótica, el big data y la mismísima inteligencia artificial"

Si combinamos el concepto inicial con esta rama de la ciencia, estaríamos ante lo que podríamos llamar singularidad médica, que aludiría a un futuro cercano en que la IA no sólo complementara, sino que superara las capacidades humanas en diagnóstico, tratamiento e investigación, redefiniendo por completo el paradigma de la salud. Sin embargo, este avance no está exento de desafíos éticos y sociales que demandan una reflexión inminente.

La IA ha irrumpido en la medicina con aplicaciones que hasta hace poco parecían ciencia ficción. Sistemas como IBM Watson Health analizan cientos de miles de artículos científicos y registros médicos en segundos para recomendar terapias personalizadas.

En el ámbito diagnóstico, algoritmos de deep learning han evidenciado una precisión comparable a la de radiólogos expertos en la detección de cáncer de mama o enfermedades oculares. Una buena muestra es AlphaFold, de DeepMind, solventando estructuras de proteínas críticas para el desarrollo de fármacos, acelerando investigaciones que antes requerían décadas de estudio y análisis.

Además, la cirugía robótica, asistida por IA, permite intervenciones mínimamente invasivas con una precisión milimétrica, acortando riesgos y tiempos de recuperación. La medicina personalizada, impulsada por el análisis genómico y el machine learning, podría generar terapias adaptadas al perfil biológico de cada paciente, incrementando la eficacia y reduciendo los efectos secundarios. Tal vez la visión panorámica pueda suscitar algunas reflexiones en cuanto a credibilidad de las medicinas populares y marginales al margen de la medicina convencional.

Ahora bien, la integración de la IA en la medicina también produce dilemas complejos. Uno de los principales es la privacidad de los datos. Los sistemas de IA requieren acceso a enormes cantidades de información clínica, lo que sugiere la existencia de riesgos de filtración o uso comercial indebido. ¿Quién garantiza la seguridad de los datos sensibles de los pacientes en un mundo interconectado?

"La imputación de responsabilidad en caso de que un robot quirúrgico cometa un error ¿es para el cirujano, el fabricante del dispositivo o para desarrolladores del algoritmo? La opacidad de muchos sistemas de IA, el llamado "efecto caja negra", hace más difícil rendir cuentas"

Otro reto es el sesgo algorítmico. Si los datos de entrenamiento de la IA no son diversos, los algoritmos pueden generar distorsiones. Por ejemplo, sistemas de diagnóstico creados sobre todo con datos de poblaciones blancas, caucásicas, han mostrado menor precisión en grupos étnicos minoritarios. Esto no solo pone en cuestión la fiabilidad y validez de los instrumentos de medida, sino que podría incrementar las disparidades en la equidad de la atención médica.

La responsabilidad legal también es un tema peliagudo. La imputación de responsabilidad en caso de que un robot quirúrgico cometa un error ¿es para el cirujano, el fabricante del dispositivo o para desarrolladores del algoritmo? La opacidad de muchos sistemas de IA, el llamado "efecto caja negra", hace más difícil rendir cuentas.

Además, existe el temor a la deshumanización de la ciencia médica. ¿Podrá la IA aplicar la empatía y el criterio clínico generados durante años de experiencia? Y en un plano más global, ¿optimizara la planificación y las inversiones? ¿no aumentará la fractura económico-social entre países con acceso a estas tecnologías y los que no disponen de recursos para implementarlas?

Para navegar este tránsito, es imprescindible fijar parámetros regulatorios firmes. Iniciativas como las pautas éticas de la OMS para IA en salud, que priorizan la transparencia, la equidad y la supervisión humana, son un primer escalón. Además, es necesaria la colaboración multidisciplinaria y aportaciones desde la medicina, economía, sociología, ingeniería, filosofía, ética etc., trabajando solidariamente para asegurar que la tecnología sirva al bien común.

La singularidad médica no es una meta, es un proceso. Sólo triunfará si somos capaces de equilibrar la innovación con los valores humanos. Dice el filósofo sueco Nick Bostrom que "la IA es una herramienta poderosa, pero su impacto final lo decidiremos nosotros". En el cruce de caminos entre bits y genes, la ética debiera guiar nuestra evolución. La metáfora del auriga, que no es sino la parte racional del alma que debe conducirse hacia la verdad, resulta oportuna.

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