Dicen que fue Napoleón Bonaparte quien, durante su nefanda campaña en Rusia, pronunció la mítica frase: “Una retirada a tiempo es una victoria”. Nadie le niega la capacidad estratégica al corso que encabezó las legiones galas en la Revolución Francesa, incluso cuando tuvo que hacer de la necesidad virtud y dar un paso atrás porque le estaban humillando en el Campo de Marte. En verdad no ganó, pero al menos no perdió a todos sus soldados. La retirada, en esas circunstancias, debiera ser considerada como un avance estratégico.
Puede que personas valientes y defensoras a ultranza del pundonor vean la retirada como un desdoro, como si la muerte fuera la única salida digna. Cantan los miembros del benemérito cuerpo que “la muerte no es el final” apelando a un honroso más allá rodeado de laureles y gloria, pero como sanitario con larga carrera no tengo más remedio que confirmar que después… después solo está la incertidumbre, porque ni cielo ni infierno me convencen mucho.
Pero yo, que no vengo a hablar de mi libro “Vivir sin dolor” (2022), a pesar de que estemos en plana Feria, vuelvo sobre mis pasos, porque en todos los ámbitos hoy día entendemos por una “retirada a tiempo” el final de un ciclo para cualquier profesional, indistintamente de la labor que desempeñe.
En verdad se aprecia como una muestra de honor el hacerlo voluntariamente, cuando la persona en cuestión considera que le ha llegado su hora, bien por edad, bien por no reunir ya las condiciones adecuadas, pero también a veces las circunstancias adversas relacionadas con graves procesos patológicos nos obligan a dar un paso adelante y “entregar el relevo”.
En esferas académicas existen opciones para que personas muy válidas nos regalen sus conocimientos desde seminarios, clases magistrales y experiencias compartidas, pero lejos del esfuerzo y exigencia de las jornadas habituales.
Malo, realmente malo es cuando son otros los que nos inducen o bien nos abren la puerta en una señal inequívoca de que “coger los trastos y mandarnos con la música a otra parte”, como dice el refrán. Si a ello unimos “un puntapié en sálvese a la parte”, entonces la salida es ignominiosa y hasta dañina.
"Por eso destacaba la importancia de ser uno mismo quien tome la decisión de aparcar de una vez por todas los horarios estajanovistas, los compromisos por doquier, las reuniones maratonianas, las citas en la otra punta de la ciudad, el estrés, el tráfico, y optemos por una vida más placentera, a buen seguro ganada a pulso con el sudor de nuestra frente"
Por eso destacaba la importancia de ser uno mismo quien tome la decisión de aparcar de una vez por todas los horarios estajanovistas, los compromisos por doquier, las reuniones maratonianas, las citas en la otra punta de la ciudad, el estrés, el tráfico, y optemos por una vida más placentera, a buen seguro ganada a pulso con el sudor de nuestra frente.
Recientemente hemos tenido un caso paradigmático en un relevante jugador de fútbol del Real Madrid C.F., el alemán Tony Kroos que, con apenas 34 años, “cuelga las botas”, como refieren en el argot balompédico a aquel deportista que se retira de la actividad competitiva de máximo nivel para dedicarse a otros fines más livianos y con mucho menor sacrificio físico.
Hace unas décadas esa edad ya parecía una barrera casi infranqueable y eran pocos aquellos elegidos por la Naturaleza a los que “respetaban las lesiones”, siguiendo con la jerga del balón con pintas negras. Pero hoy la ciencia ha progresado con terapias avanzadas y dietas ultramodernas que estiran la vida atlética hasta casi los 40, más nunca como un joven de 20. ¡Tanto no ha progresado la ciencia! El símil del deporte es una licencia retórica de difícil encaje para otros ámbitos.
Naturalmente se retira más motivado un astro que lo ha ganado, porque ya no le restan metas que cumplir y si además lo hace motu proprio “saliendo por la puerta grande, en loor de multitudes”, parece más fácil, y no como les ha ocurrido a otros que no parecen aceptar el paso inexorable del tiempo y, discúlpenme por el término peyorativo, acaban arrastrándose, siendo la campana la que redobla ruidosamente exigiendo su partida, sin vítores ni alabanzas.
"De aquí a diez años muchos de mi generación puede que nos veamos obligados a seguir porque ha faltado previsión para formar a futuros especialistas. Y esto se reproduce allá donde mires"
Ya saben que suelo hacer esta entrada para luego acabar extendiéndolo a otros terrenos, pero se da la paradoja de que en la Sanidad no se va a poder reproducir ese acto de honor porque no hay suficiente recambio como para “colgar los trastos de operar”. De aquí a diez años muchos de mi generación puede que nos veamos obligados a seguir porque ha faltado previsión para formar a futuros especialistas. Y esto se reproduce allá donde mires.
Ya hay cuantiosos problemas de sustituciones en verano que recortan derechos naturales de los vacantes o bien que dejan huecos que no son cubiertos por falta de suplentes. Pero si esto ya es grave, no quiero ni contarles qué ocurrirá de aquí a dos lustros. No es por sembrar un pánico gratuito, sino por dejar constancia de un problema que lleva años parcheándose y contra el que habrá que tomar medidas extraordinarias de aquí a entonces.
La sanidad, tanto pública como privada, es tema capital que no se puede posponer y cuya proyección permanente ha de ser objetivo y compromiso firme de todas las administraciones involucradas, pues tienen como objetivo el logro de la “res publica, suprema lex”.
A los sanitarios, igual que a los deportistas de élite, también nos van “fallando los remos” y los sentidos ya no responden igual que en plena juventud, por eso hay que “hacer cantera” para que esta sociedad pueda estar tranquila, saber que “el recambio está asegurado” y los veteranos podemos “retirarnos a tiempo”. Pero aún me restan días de gloria “hasta el partido homenaje”.