Recuerda

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Cuando pienso en imperativos, me viene a la memoria mi etapa escolar, cuando estudiaba Lengua Española y los tiempos verbales eran materia fundamental. Empezaba a diferenciar entre el modo infinitivo, el indicativo, el subjuntivo y, finalmente, el imperativo. Todas las acciones referían una forma de proceder, pero solo el último manifestaba que dicha acción era una orden o imposición.

No es mi voluntad deslizarme por las mocedades de la nostalgia, sino apelar al recuerdo, la memoria, especialmente de aquellas personas que, por motivos de edad, acaban perdiéndola. La memoria es imprescindible para cualquier aprendizaje y, por ese motivo, facilita nuestra adaptación al entorno, sirviendo como eje en la construcción de la identidad.

La memoria es como la musculatura, hay que trabajarla con una cierta gimnasia, recordando, memorizando, desde pasajes del pasado a lecturas hechas, anécdotas, personas conocidas, incluso pasarlas a papel, pues, negro sobre blanco, parecen quedar mejor retenidas en nuestra conciencia.

El palacio de la memoria se organiza como una biblioteca, accesible y dinámica, pero también puede ser caótico como un trastero que guarda inutilidades de nuestras vidas. Por regla general, no se presume de capacidad de retención, se tira del “disco duro” mental y rápidamente se accede al dato. Al menos así es mientras somos jóvenes, porque todo aflora con frescura y rapidez.

"La memoria es una de las propiedades clave del sistema inmunitario, que reconoce y difiere lo propio de lo ajeno. El dolor forma parte de ese entramado global defensivo como una herramienta más, igual que el sistema inmune"

Sin embargo, conforme nos vamos haciendo mayores, lo mismo que sucede con todos los gadgets electrónicos, vamos perdiendo facultades, que utilizan el soporte neuronaly su deterioro ralentiza todas las funciones cognitivas, impidiendo la perfecta compresión de casi todo y más conforme pasa el tiempo. 

La ciencia por supuesto que ya ha descrito estos episodios bajo la vaga y genérica nomenclatura de demencias, entre ellas el Mal de Alzheimer. El deterioro es progresivo, lento, pero constante e inexorable, y todo lo que lleva consigo de duro, cruel, despiadado. Las personas que lo padecen no son conscientes o tal vez sí, pero niegan la mayor ante las llamadas a la desesperada de los cercanos, que no dan crédito a esas lagunas iniciales que terminan por convertirse en océanos.

Etimológicamente recordar es volver a pasar por el corazón y la memoria no hace sino atarnos a nuestros recuerdos pasados. Perderla, de alguna manera, es perder el norte de nuestra brújula mental, desorientarnos. Codificar, almacenar y recuperar implica la existencia de un sistema asociativo en diferentes sedes interconectadas.

Memoria

Cuando esa veleta temporal por la que nos regimos empieza a girar incesantemente navegamos sin rumbo, iniciando el viaje definitivo a ninguna parte. Nuestro sistema ejecutivo precisa de una memoria operativa. Recordar y evocar emociones asociadas a músicas, sabores y aromas, encofra nuestras identidades.

Si nuestros antepasados navegantes hacían uso del sextante, del astrolabio, del cuadrante, de la brújula, de los portulanos o cartas náuticas...para guiarse, hoy los dispositivos de geolocalizacion (GPS) nos dicen con máxima precisión donde estamos y cuál es nuestro camino. Por desgracia no sucede lo mismo ni el avance ha corrido paralelo en lo que a estas patologías de la pérdida de la memoria se refiere.

La memoria es una de las propiedades clave del sistema inmunitario, que reconoce y difiere lo propio de lo ajeno. El dolor forma parte de ese entramado global defensivo como una herramienta más, igual que el sistema inmune.

"Almacenar lo inútil en realidad es un lujo ecológicamente insostenible"

Los profesionales tenemos experiencias profesionales y vivencias personales de las que no podemos sustraernos, pero sin perder la empatía hacia quienes les afecta. Vivir en nuestras carnes estos deterioros, sobre todo de nuestros progenitores, como dije unas líneas más atrás, es duro, cruel, inexorable. 

Hay memorias asociadas al lenguaje y otras ligadas a percepciones sensoriales cuyo valor operativo es consolidar identidades y rutinas. Si almacenásemos toda la información derivada de nuestras interacciones con el medio, precisaríamos de cerebros tan grandes como los servidores de la NASA. Almacenar lo inútil en realidad es un lujo ecológicamente insostenible. Retener vivencias dolorosas supone un lastre vital.

No somos conscientes de lo que conocemos y recordamos hasta que lo perdemos. Por eso considero conveniente mantener vivo el recuerdo, primero para no olvidar y segundo para no repetir errores del pasado. Fue el filósofo y ensayista español George Santayana quien dijo que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Solo que para los adultos mayores que la pierden, por ahora, no hay vuelta atrás.

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